Hacía muchos años que los llamados Big 6 no fallaban todos a una en la misma semana. El Liverpool y el Tottenham empataron 1-1 en sus visitas a Fulham y Crystal Palace en partidos que pudieron ganar por ocasiones, pero a ambos les faltó un poco para ser claramente mejores que el rival. El Chelsea, que pudo haber sido líder, perdió 1-0 en su visita al Everton con un penalti cometido por Mendy, en una salida tan a destiempo que la podría haber firmado la peor versión de Kepa. Seamos justos: los errores de Mendy han sido muy poco frecuentes y, en general, ha dado al equipo más seguridad que el ex portero del Athletic. El derbi de Manchester fue un acto fallido. El City no fue a por la victoria por miedo a perder, en un estadio donde los visitantes salen con puntos con frecuencia. Si el City no quiso, el United no pudo: 0-0 en el peor de los derbis de Manchester de los últimos tiempos. La falta de público no justifica semejante espectáculo.
La palma se la llevó una vez más el Arsenal, autor del mayor petardazo. Su derrota en casa contra el Burnley (0-1) es el punto culminante de varias tendencias negativas. Cuarta derrota consecutiva en el Emirates. Se puede aceptar a regañadientes que te ganen el Wolves (1-2) o el Leicester (0-1), pero que te golee el Aston Villa (0-3) y que el Burnley firme en tu estadio su primera victoria como visitante en más de 40 años no tiene un pase. Han transcurrido más de 13 horas (casi 9 partidos completos) desde el último gol en jugada del Arsenal, principal problema del equipo.
Lo más sorprendente es que parecía que Arteta había dado la vuelta a la tortilla. El Arsenal había empezado a jugar un buen fútbol, sacando el balón limpio desde atrás y ganando confianza. Hubo buenos resultados, aunque habrá quien diga que ganar al Liverpool tras el confinamiento y cuando ya tenía la Premier en el bolsillo es menos meritorio que haberlo hecho cuando había valiosos puntos en juego. Puede ser cierto. Sin embargo, las victorias frente al Manchester City y el Chelsea en la FA Cup tienen verdadero valor. En semifinales, los dos goles al City mostraron cualidades: el primero fue un balón jugado desde atrás burlando la presión. El segundo fue una contra de libro. Así empezaron a jugar esta temporada en su victoria ante el Fulham.
Es difícil saber cuándo cambiaron las cosas. Y hay preguntas por contestar. ¿Cuál es el nivel real de Aubameyang? ¿El del delantero imparable de la pasada temporada o el de este delantero intranscendente que sólo marca de penalti (o en propia meta como este fin de semana)? ¿Se ha acomodado con la capitanía y con su nuevo contrato? Aunque no es Aubameyang el único culpable sobre el campo. Nicolas Pepe ha sido un jugador sin peso alguno en el equipo y lo más destacable fue su expulsión en la visita al Leeds United por un acto violento, jugada que acaba de repetir Xhaka y no por primera vez. Hay quienes dicen que estas cosas demuestran que el equipo está involucrado y que estas reacciones son fruto de la pasión y no de la pasividad. Sin embargo, la parte emocional del juego debe ser encauzada correctamente por el cuerpo técnico con la ayuda de los capitanes. El Arsenal necesita un líder sobre el campo.
Tácticamente, Arteta tiene problemas que reclaman urgente atención. Prácticamente nadie crea menos ocasiones de gol y, sin embargo, el técnico insiste en una forma de jugar muy plana y con balones al área. Ceballos no dispone de una varita mágica, pero cada vez que juega demuestra que puede combinar con sus compañeros y se ofrece continuamente. Sin embargo, plantear soluciones no le da continuidad como titular. Arteta cuenta antes con Elnany, Partey y Xhaka, jugadores sin creatividad.
En ataque, a la falta de gol de Aubameyang se une Lacazzette, con un tanto en nueve partidos. Ante el Burnley, las jugadas en que ambos llegaban al área acabaron en remates sin confianza alguna.
Volvamos al estilo de juego, porque el asunto es serio. Y a las declaraciones de Arteta en las que justificaba su sistema de ataque —meter centros al área— como “puras matemáticas”. Esto es justo lo contrario al estilo de juego que había aprendido de Guardiola, que siempre ha preferido llegar al gol desde la posesión, con muchos pases y en corto, en bastantes ocasiones por el centro.
La táctica de centros al área es pobre y no es tan fácil que las jugadas concluyan en gol. De hecho, por no acabar bien los ataques, el Arsenal perdió 2-0 en su visita al Tottenham, que hizo lo necesario para aprovecharse del rival. Para Arteta, inundar el área de centros, cuantos más mejor, implica mayor probabilidad de marcar. Lo desmiente la estadística. Contra el Wolves, su equipo hizo 31 centros, remató tres y no consiguió gol alguno.
Mientras Arteta se pone al día en matemáticas, psicología y arte, la prensa ya especula, quizá prematuramente, con Allegri, Viera o Henry.
La crisis del Arsenal tiene varias raíces, que además se estratifican en épocas diferentes.
La primera, la más robusta y peligrosa, por difusa, tiene que ver con el cambio de estadio, con los años en que la masa social se resintió y el presupuesto se enterró en hormigón. En esa época, en términos boxísticos, el equipo aprendió a perder. Tenía una excusa fácil que fue en consecuencia fácilmente aceptada por una afición desnortada-nunca mejor dicho dada su situación geográfica-.
Esto sirvió como coartada para prolongar mucho más allá de lo debido la era Wenger: Se perdía porque el dinero estaba en la grada, no en el campo. Nada que ver, entonces, con la gestión del entrenador. Esta era la tesis dominante, y cuando fallaba, aparecía la hipótesis ad hoc correspondiente. La red de ojeadores, que ya no funciona; la cantera, que se acomodó…
Al final no quedó más remedio que ver la realidad y el bueno de Arsene se fue. Para entonces ya nadie esperaba nada del Arsenal, empezando por sus jugadores.
Y ahora las raíces inmediatas: bandazos sin sentido, sin una idea clara de lo que se quiere. Emery no tiene nada que ver con Arteta. Si lo que hay le valía a uno, no puede valerle mucho al otro. Pero lo cierto es que no le valía a ninguno de los dos. Necesitan dos o tres goles para ganar un partido, porque encajan siempre.
Pero lo más relevante no ocurre a nivel táctico, sino anímico: Todo destila estrés y cansancio mental. Para los jugadores debió ser terrible pasar de la receta de Emery, que exige un buen esfuerzo físico pero sobre todo mental, a la de Arteta que es igual o más exigente desde el punto de vista psicológico. Y todo para acabar cosiendo a pelotazos el área rival. Y por supuesto para perder.
El desbarre matemático de Arteta es producto de esto, es perder los papeles. Pensaba que el juego posicional es una receta válida en sí misma, independientemente de los jugadores que la apliquen, si bien con unos funciona mejor que con otros. Ha descubierto que no. O que quizá él no la sabe transmitir. Y se ha perdido.
Tirando de matemáticas, lo que estas no aceptan de ninguna forma es la contradicción, la falta de coherencia. Porque si de lo que se trata es de aumentar el número de balones al área, lo lógico, lo coherente, es llevar el balón arriba lo más rápidamente posible: saltarse el centro del campo al estilo italiano más puro sería lo más apropiado. Debe ser que le gusta más la mecánica cuántica, con sus gatos paradójicos, que la deducción matemática.
Veremos.