Han pasado ya 25 años desde que el 15 de diciembre de 1995 el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) dictase sentencia en el caso de Jean-Marc Bosman contra la Federación Belga de Fútbol, RC Lieja y UEFA. Una sentencia que, según el entonces presidente de la UEFA, Lennart Johansson iba a “destruir el fútbol de clubes en Europa”. Cuarto de siglo más tarde, el fútbol de clubes goza de buena salud (ahora condicionada, como todo el mundo, por la pandemia).

Sin embargo, no es raro encontrar muy a menudo argumentos que acusan a Bosman y a la sentencia del TJUE de ser el principio del fin del fútbol tradicional, el fútbol de verdad. Una nostalgia mal entendida que mezcla la admiración del pasado con un desconocimiento de la situación de los futbolistas en general y Jean-Marc Bosman en particular. Suele olvidarse también que la sentencia del caso Bosman no fue, ni mucho menos, el único factor que transformó el fútbol profesional en los años 90.

Jean-Marc Bosman fue uno más en la larga lucha entre los futbolistas profesionales, los clubes y las federaciones. Tal y como explica Alan Tomlinson, Catedrático de Historia y Sociología del Deporte de la Universidad de Brighton, los futbolistas profesionales han estado siempre sometidos a las estructuras de poder del deporte que los sitúan “firmemente en el fondo de una pirámide jerárquica encabezada por FIFA”.

Las federaciones y los clubes han regulado históricamente la profesión futbolística a través de dos normas: las cuotas por nacionalidad y los sistemas de traspasos. Hay que recordar que hasta los años 60 y 70 era muy habitual en toda Europa el conocido derecho de retención. Es decir, un club podía retener indefinidamente a un futbolista incluso si el contrato que los unía había llegado a su fin. Si el jugador quería irse a otro club tenía que pagar una indemnización por traspaso incluso si su contrato ya había acabado. Quizás con algo de exageración, pero no muy alejado de la realidad, un informe del Parlamento Europeo calificaba en 1988 el sistema de traspasos como “una forma moderna de comercio de esclavos, una violación de la libertad de contrato y de la libertad de circulación garantizada por los Tratados, así como una violación del artículo 85 del Tratado CEE [artículo 85 del tratado de las Comunidades Económicas Europeas, actualmente artículo 101 del Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión Europea, que legisla las prácticas anticompetitivas de empresas]”.

George Eastham, con el Newcastle.
George Eastham, con el Newcastle.

Jean-Marc Bosman no fue el primer futbolista, ni el único, que se rebeló ante lo que era una flagrante violación de los derechos de los trabajadores. Sí fue el que llegó más lejos porque su caso incluía un traspaso internacional y, por tanto, afectaba a las normas de la UEFA y la FIFA. Pero en realidad tenemos que entender el caso Bosman como la culminación de un movimiento de liberación. El primero de todos fue George Eastham, un futbolista inglés del Newcastle United que quería fichar por el Arsenal. Cuando las urracas se negaron al traspaso aduciendo que, según la normativa vigente, podían retener a Eastham, el jugador se declaró en huelga. Estuvo sin jugar toda la temporada 1959-60. Finalmente el Newcastle accedió al traspaso, pero Eastham, animado por el sindicato inglés (PFA, Professional Footballers Association en sus siglas inglesas) decidió llevar el derecho de retención a los tribunales. Y ganó. En 1964 la sentencia del caso George Eastham vs. Newcastle United declaró que el derecho de retención era ilegal según el derecho inglés.

El movimiento de liberación se extendió a Francia, donde los sindicatos de futbolistas lucharon contra el derecho de retención y el sistema de traspasos por años. En 1969 llegaron a un acuerdo para abolir el llamado contrato de por vida que unía a los futbolistas con sus clubes de manera obligatoria hasta los 35 años. En España el derecho de retención era también parte habitual del fútbol profesional hasta que la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) liderada por Quino luchó contra ello. Se convocaron tres huelgas de futbolistas entre 1979 y 1982. Las dos primeras, en 1979 y 1980, tuvieron un éxito considerable y paralizaron el fútbol español. La tercera, en 1982, acabó con la intervención del gobierno para facilitar un acuerdo entre los jugadores, la federación y los clubes. El resultado de todo aquel conflicto fue la abolición del derecho de retención en España y, además, la adopción del famoso Real Decreto 1006/85 que regula la relación laboral de los deportistas profesionales y permitía, por primera vez, la resolución unilateral del contrato.

Así pues, cuando el caso de Jean-Marc Bosman llegó a los tribunales belgas primero y al TJUE después ya había una larga lucha de disputas laborales entre futbolistas y clubes. En realidad el caso Bosman no era nada nuevo. No era nuevo tampoco desde el punto de vista de la aplicación del derecho europeo al deporte, puesto que había precedentes como los casos Walrave & Koch o Donà vs. Mantero. Lo sorprendente de la sentencia no es su contenido, sino que pillase desprevenido al mundo del fútbol. Teniendo en cuenta los precedentes a nivel nacional y la jurisprudencia del propio TJUE, lo más normal era que el caso Bosman se resolviese como ocurrió.

Bosman fue, quizás, la culminación de un cambio en las estructuras del fútbol, pero no fue ni mucho menos el impulsor. Tras el caso Bosman quedó claro que los deportistas profesionales pueden recurrir a los tribunales para garantizar sus derechos. Es exactamente lo mismo que ocurrió en el caso de la Unión Internacional de Patinaje y dos patinadores neerlandeses. Las federaciones no respetan los derechos de los deportistas y les obligan a aceptar condiciones que bordan lo ilegal si quieren seguir siendo parte del sistema. Otro ejemplo podría ser las condiciones draconianas que impone el Comité Olímpico Internacional a todos aquellos deportistas que participan en los Juegos Olímpicos.

Es muy habitual también acusar a la sentencia del caso Bosman de ser la causante de la hipercomercialización del fútbol actual. Es indudable que tras Bosman el fútbol se convirtió en un negocio mucho más global e internacional. La sentencia del TJUE obligó a que desaparecieran las cuotas por nacionalidad para ciudadanos de la Unión Europea. Pero nada en la sentencia obliga a los clubes a contratar jugadores extranjeros. Ni tampoco a buscar trapicheos de dudosa legalidad para conseguir un pasaporte comunitario. La sentencia hizo necesaria una reforma del sistema internacional de traspasos. Dejaremos para otro momento el debate sobre si aquella reforma, acordada entre la FIFA y la Comisión Europea en 2001, respetaba de verdad el derecho europeo. Por supuesto, el caso Bosman dio la vuelta a la relación de poder entre clubes, federaciones y jugadores. Ahora, por ejemplo, UEFA y FIFA tienen que negociar con FIFPro las reformas de las condiciones laborales de los futbolistas.

Es bastante más discutible, sin embargo, que el caso Bosman fuese el origen y la única razón de la transformación económica de lo que algunos llaman el fútbol moderno. Es necesario recordar que en 1992, tres años antes de la sentencia Bosman, los clubes más poderosos de Inglaterra formaron la Premier League (con el beneplácito de la federación inglesa) y firmaron su primer contrato millonario con Sky. Al mismo tiempo UEFA transformó la vieja y añorada Copa de Europa en la Liga de Campeones. Curiosamente fue el Barcelona, con el gol de Bakero en Kaiserslautern y el de Koeman en Wembley, el primer ganador de la nueva Liga de Campeones. Con una mirada más general y global, Juan Antonio Samaranch comenzó una agenda de profesionalización y comercialización de los Juegos Olímpicos que despegó tímidamente en Los Ángeles 1984, desarrolló en Seúl 1988 y ya había cristalizado en Barcelona 1992. El conocido programa de patrocinadores olímpicos (TOP, The Olympic Programme en sus siglas inglesas) fue creado en 1985.

La profesionalización y comercialización del deporte no fue cosa de Bosman. La transformación del fútbol europeo, tampoco. En todo este complejo panorama, posiblemente la mayor parte de la culpa haya que atribuírsela a la desregulación y liberación del mercado audiovisual en Europa. Con la creación de nuevos canales privados vía satélite como Sky en el Reino Unido, Canal+ en Francia o Kirch en Alemania, llegó un nuevo modelo de negocio para el fútbol. La desaparición del monopolio de la televisión pública supuso una lluvia de millones. Los nuevos canales usaron las retransmisiones de fútbol para ganar suscriptores y se aprestaron a pagar cifras que no han parado de crecer desde entonces por los derechos de televisión. Con la mayor exposición televisiva llegó inexorablemente un crecimiento comercial y de marketing. En todo este movimiento el caso Bosman fue como mucho un acelerador, pero no la causa. Yo estoy convencido de que el fútbol Europeo hubiese llegado al mismo nivel de comercialización y desarrollo que tiene hoy sin la sentencia del caso Bosman.

Jean-Marc Bosman fue un valiente. Se atrevió a enfrentarse a los poderes fácticos del fútbol por el bien de sus compañeros futbolistas. Es increíble que 25 años después aún haya deportistas que tengan que seguir haciéndolo. En varias ocasiones Bosman se ha lamentado amargamente de que no le hayan agradecido su sacrificio. Posiblemente el propio Bosman sea uno de los que menos se haya beneficiado del caso. Cuando el TJUE publicó la sentencia su carrera estaba ya casi acabada. Entre 1990, el inicio de la demanda en los tribunales belgas, y 1995, la sentencia final del TJUE, prácticamente nadie quiso contratar a Bosman y solo jugó en clubes modestos, llegando a marcharse a la isla de La Reunión. Al final de su batalla legal recibió una indemnización económica de 350.000 francos suizos (300.000 euros al cambio actual) por daños y perjuicios. A día de hoy Bosman trabaja junto al sindicato internacional de futbolistas, FIFPro, que le ayuda todo lo que puede porque él no tiene otros ingresos económicos. Ha tenido problemas de alcoholismo, perdió todo su dinero e incluso ingresó en prisión en 2013 al ser condenado por asalto a su novia. Su caso tuvo una gran importancia en las relaciones laborales entre los futbolistas y los clubes. También supuso un cambio en la aplicación del derecho europeo a la actividad de la industria deportiva. Desarrolló jurisprudencia que aún hoy día se aplica. Incluso lanzó la carrera de Jean Louis Dupont, el jovencísimo ayudante del abogado belga Luc Misson durante el caso. Bosman, sin embargo, se ha quedado con la parte amarga. Acusado por muchos de destruir el fútbol, solo quienes de verdad conocen el caso y la historia se dan cuenta de la importancia de su figura. ¡Feliz cumpleaños, Jean-Marc!

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