Se esperaba mucho de la etapa de Ciudad Rodrigo y apenas ocurrió nada, y que me perdone Nielsen, el vencedor, y también lo digo sin faltar a Cavagna, que en los últimos kilómetros desafió al pelotón (lo que quedaba) y mantuvo un pulso contra la lógica que estuvo cerca de ganar. Me refiero a la pelea por la general, esa lucha en el intervalo de 47 segundos (ahora 53) que nos hacía imaginar magníficas batallas en estas dos últimas etapas, tan propicias para emboscar al Jumbo o al Séptimo de Caballería. O faltan fuerzas o se reservan para mañana, o tal vez no haya nadie disconforme con lo conseguido. Cuando tienes sueño no ambicionas más que dormir.
Hubo amagos que nos pusieron los dientes largos. Arreones para acelerar el ritmo que auguraban un ataque a gran escala, movimientos preparatorios, fuegos artificiales. Nada pasó, salvo que Roglic se metió en el sprint y quedó en segunda posición, lo que le reporta seis segundos más de ventaja, un hecho sobresaliente si no fuera porque el líder es, por definición, el enemigo a batir, salvo que seas esloveno, o salvo que el liderato corresponda a un meritorio (Almeida) o a un intruso (Hindley), en cuyo caso rezamos para que sea verdad lo que dicen y que del maillot, llegado el momento, salgan alas invisibles.
Es imposible tener nada contra Roglic, seguramente buen tipo y amigo de sus amigos. Sin embargo, también es imposible no desear que sufra, porque en eso consiste la emoción del ciclismo, en la posibilidad de que lo establecido pueda resquebrajarse de pronto. La calidad de una carrera se mide por los momentos de incertidumbre que nos depara y por las veces que aparece en la pantalla el rótulo de líder virtual.
No tengo duda de que tanto Carapaz como Carthy lo intentarán en La Covatilla, son corredores valientes. Doy por hecho que sus respectivos equipos harán lo posible por reventar la carrera antes de la última ascensión, descontados los compañeros que circularán por delante para ofrecer un relevo. Sólo espero, con independencia del resultado final, que la carrera nos ofrezca unos minutos de intriga, bastarían diez, los suficientes para levantarnos del sillón y proferir esos gruñidos inteligibles para la gente normal, «alé-alé-alé, vamos campeón, va-va-va, venga-venga-venga, joder, qué bonito es el ciclismo».
De acuerdo con Roglic. No da la figura de malo como Armstrong o Hinault. Es un tipo educado y correcto, y hay que agradecerle que después del sopapo del Tour haya venido a la Vuelta a ganarla y a llevarse etapas desde el primer día.
Que gane el que sepa o pueda, pero que haya carrera mañana
Eso.Lo firmo ya.10 minutos de gruñidos inteligibles,incluso ininteligibles.Aunque esto probablemente hará que el vecino nos mire raro la próxima vez que coincidamos.
Y como siempre que ha merecido la pena ,quedará cierto poso de tristeza porque el perdedor también hizo sus méritos.Pero es verdad,Roglic parece ser el mejor y parece ser un tipo normal,profesional a la antigua usanza,sin piruetas mediáticas.