Antes del final de la II Guerra Mundial ya se consumían productos americanos en Europa o en lo que hoy llamamos la cultura occidental. Sin embargo, fue desde el Plan Marshall —por el que Estados Unidos ayudó a la reconstrucción tras la contienda—, cuando el flujo de productos americanos se hizo incesante. Estados Unidos necesitaba de una Europa recuperada para que su economía doméstica se beneficiase de los clientes europeos. Muchos contratos fueron otorgados a corporaciones estadounidenses que fueron llegando al Viejo Continente, al igual que los soldados que aterrizaban en las bases con un ojo puesto en el telón de acero. Entre unas cosas y otras fuimos absorbiendo su cultura. La Navidad en España es un conglomerado de nuestra tradición habitual (nacimiento/Reyes) con lo venido de América, fundamentalmente un Santa Claus con su uniforme rojo Coca Cola, sus películas navideñas y los especiales de sus series.
Hace unos días se celebró Halloween, un festejo pagano mucho más antiguo que la creación de los Estados Unidos, pero una fiesta basada ahora en la versión norteamericana: dulces, disfraces, decoraciones y pelis de terror. Dentro de poco, los estadounidenses celebrarán el día de Acción de Gracias, Thanksgiving, que no deja de ser un ensayo general para Navidad. Si tenemos noticia de este festejo es por la avalancha cultural que recibimos en forma de series, películas, música, literatura. Estados Unidos marca tendencias que el mundo occidental sigue.
Políticamente, la influencia de Estados Unidos en el mundo entero es evidente. Que los ciudadanos eligieran a Trump en 2016 ofreció una vía de expresión a corrientes de voto que no respetan los derechos fundamentales. La opción conservadora me parece respetable para quien sienta como suyos unos determinados valores, pero estos valores no pueden basarse en la desigualdad por raza, sexo, religión u orientación sexual.
El discurso de Trump ha ido dirigido contra ciertos colectivos y no a favor de otros. Ha ido apuntando enemigos en una lista de culpables, supuestos causantes de los males de América, en lugar de ofrecer soluciones. Ya saben que hay gente que elige ser tuerto siempre y cuando el vecino pierda los dos ojos. Y esa era la oferta de Trump envuelta en un mensaje muy sonoro, aunque el sonido fuese fascistoide “Hacer América grande otra vez” (¿una grande y libre?). Esa consigna venía a insistir en que otros empequeñecieron el país, basándose en mentiras y falsas acusaciones (“miente que algo queda”).
Un tono muy similar se empleó en la campaña pro-Brexit, que insistía en recuperar la soberanía nacional de las garras de los malvados europeos con sus propias versiones de datos falsos. Aquella victoria de Trump en 2016 tuvo un efecto tan contagioso como el coronavirus: Brexit, Vox, Bolsonaro, brotes de extrema derecha por toda Europa. Cuatro años de constante crispación.
El partido demócrata estadounidense está lejos de ser un partido de izquierdas a la europea, pero nunca propondrá un mensaje tan divisorio y polémico como el de Trump. Cruzo los dedos para que los últimos votos acaben dando la victoria a Biden y espero que una actitud mas moderada en aspectos sociales sea igual de contagiosa que el incendiario discurso del actual presidente.
Trump está mostrando su verdadera personalidad al revelarse como un pésimo perdedor y un maleducado engreído que no acepta la realidad de su situación. Sus intervenciones en Twitter deberían avergonzar al partido republicano y sus gritos de “fraude” nos recuerdan el viejo refrán: “Piensa el ladrón que todos son de su condición”.
A nivel económico, la parte de la gestión a la que se aferran los defensores de Trump, los resultados no pueden validar su política de desigualdad y división social. En cualquier caso, la política del actual presidente ha ido ofreciendo empleo a cambio de precariedad y pérdida de derechos sociales, algo difícil de deshacer. El partido demócrata siempre ha sido mas favorable a los derechos de los trabajadores como base de una economía más sólida, lo que hace que en poco tiempo esa seguridad otorgue al empleado la suficiente confianza como para gastar dinero. Dicho de otra forma: con un trabajo mal pagado y precario, nadie en su sano juicio se atrevería a invertir en un coche nuevo o en la reforma de una vivienda. Si el trabajo es más seguro y mejor pagado no existirá el miedo y la confianza hará que el dinero se mueva en otros servicios que a su vez también generarán empleo.
Adiós, señor Trump. Qué lástima haberle conocido
Amén.Dice un adagio psicoanalista,atribuido a Freud y a alguno más,que cuando dos personas piensan lo mismo, podemos estar seguros de que uno de los dos no piensa.Aunque solo sea por no parecer el que no piensa,añado algo.
Si uno lee lo que sobre las recetas económicas de Trump ha publicado Paul Krugman,percibimos hasta qué punto no sólo no ha mejorado lo que Obama dejó,sino que lo ha destruido,y ha retrocedido muchos pasos.El proteccionismo chauvinista y la mayor rebaja fiscal de la historia a las grandes multinacionales los pagaremos todos directa o indirectamente,allí y aquí.
Por otro lado,cuando se trata de gente sin principios,solo priman intereses.Y por interés,que no por principios,para eso ya tuvieron tiempo,ahora el coro republicano y mediático que le acompañó abandona el barco.En esa soledad se aprecia mejor la bajeza moral y personal de este miserable ya histórico.Chin-Chin.(Que además suena a chino)