La historia del Ferencvaros es como un gran queso emmental. Son habituales los agujeros ciegos a lo largo de su trayectoria. En uno de ellos asoma László Kubala, ídolo fugaz y repudiado político que apenas dejó un puñado de destellos en su paso por el club. De Budapest y de Hungría salió corriendo cuando las tropas de la Unión Soviética habían alcanzado ambas orillas del Danubio. Tras sortear sanciones, fichajes abortados y hasta la Tragedia de Superga, terminó en Barcelona, donde alrededor de su figura se edificó el primer gran Barça, el de las Cinco Copas. Luego el destino y los palos de Berna le impidieron alzar la primera Copa de Europa del club. Casi sesenta años después de aquello Laszy verá desde la explanada del Camp Nou como sus dos equipos se enfrentan por primera vez en su anhelada Copa de Europa.
La primera guerra Madrid-Barça
Para el imaginario colectivo el Caso Di Stéfano es la primera gran pugna entre el Barça y el Madrid por hacerse con los servicios de un jugador. Pero antes que La Saeta Rubia fue Kubala. El húngaro, junto al equipo de exiliados que había montado, el Hungaria, envió una carta al Real Madrid para poder disputar en el Bernabéu un partido amistoso con el que recaudar fondos. Con la intermediación de Santiago Bernabéu y Raimundo Saporta, el 5 de junio de 1950, los blancos se impusieron por 4-2 al equipo de expatriados. Los cuatro goles del Madrid llevaron la firma de Pahíño, mientras que los dos magiares fueron obra de Kubala. El rubio y atlético delantero causó sensación en las gradas de Chamartín y el entusiasmo llegó hasta el palco, donde se activó la maquinaria para ficharlo.
Tras el partido se le entregó un borrador del contrato pero entonces Kubala se descolgó con una petición que el Madrid no aceptó: incluir en el fichaje a su cuñado y que Ferdinand Daucik fuera el nuevo entrenador de los blancos.
La gira del Hungaria siguió por Barcelona. El siguiente partido fue en Sarriá y hasta allí se desplazaron directivos azulgranas, entre ellos José Samitier, director técnico del Barça que ya lo había visto jugar en Chamartín y que volvió a quedar prendado con las destrezas del joven húngaro de 23 años. Kubala deslizó el borrador de contrato que tenía con el Real Madrid cuando el Barça le hizo la oferta. A los azulgrana también les exigió la presencia de Daucik en el equipo. Y transigieron. Con el presidente Montal y el vicepresidente Narciso de Carreras a la cabeza, comenzaron su labor burocrática en los despachos, no solo de la Federación Española, sino también de la FIFA. Kubala, como expatriado, estaba sancionado por la FIFA y tenía prohibido jugar partidos oficiales.
Kubala firmó un contrato amateur con el Barça el 15 de junio de 1950. Pero la FIFA no dio autorización al fichaje y desde la Federación húngara se negaron a mandar el transfer. La situación se dilató durante todo el verano de 1950, en el que Kubala entrenaba pero no jugaba. Su debut con el Barça se produjo en un partido amistoso frente a Osasuna, el 12 de octubre de ese mismo año. Pero la situación no se desbloqueó hasta abril de 1951, cuando debutó de manera oficial con el Barça en un partido de Copa del Rey frente al Sevilla. Las gestiones a altas instancias del Barça y de la Federación Española dieron sus frutos en la primavera del 51 cuando a Kubala se le concedió un estatus especial de refugiado político y se le nacionalizó español con una ceremonia de bautismo incluida. Así empezó la leyenda de Ladislao Kubala (1951-1962) en azul y grana, el hombre que elevó al Barça a otra dimensión.
La leyenda que se explica a través de un rosario de títulos: cuatro Ligas, cinco Copas, una Copa Latina, dos Copas de Ferias y Copa Eva Duarte; un porrón de goles (194 en 256 partidos) y un estadio nuevo. El Camp Nou fue construido porque, gracias a sus habilidades, Les Corts se había quedado pequeño. También tuvo un lunar, la Copa de Europa que le fue esquiva en sus últimos años como azulgrana, con sus compatriotas Kocsis y Czibor ya en el equipo, y el recuerdo amargo de la final de los palos de Berna.
Una odisea por la vieja Europa
Al niño Laszy el fútbol le corría por las venas. Su padre, Pavel Kubala, era jugador de fútbol y desarrolló buena parte de su carrera en el Ferencvaros. A los 7 años, Kubala ya hacía las delicias de los curiosos y vecinos que paseaban por la calle Ludovigeum de Budapest, donde había venido al mundo un 10 de junio de 1927. A los 10 años ya era recogepelotas del club de su padre, pero entonces llegó su primer regate. Invitado a formar parte del club, dudó y terminó enrolado en las filas de la Escuela de futbolistas de la Federación húngara. Ni siquiera el entrenador del Ferencvaros lo pudo convencer. Laszy quería jugar y no se veía preparado para dar el salto al Ferencvaros, aunque no puso ninguna objeción cuando el Ganz le hizo debutar en tercera división. Para ello tuvieron que falsificar su ficha pues todavía estaba en edad de alevín. Debutó con 12 años el 27 de mayo de 1939. Ese día jugó de extremo y marcó dos goles. Digamos que dejó claro que el reto no le asustaba.
Allí pasó las siguientes cuatro temporadas mientras la II Guerra Mundial avanzaba por toda Europa. Antes de que el conflicto llegara a Hungría le dio tiempo a firmar por el Ferencvaros, haciendo caso a los consejos de su padre, que le insistía en que diera con el conjunto Fradi el salto al profesionalismo. La contienda mundial también favoreció su debut con la selección magiar, ya que cada vez eran más los futbolistas movilizados para el frente y eso propició el estreno de Kubala con los magiares con apenas 18 años. Budapest no fue liberada hasta febrero de 1945 cuando el ejército soviético se hizo con el control de la ciudad. El fútbol no regresó a la capital húngara hasta mediados de ese año, cuando arrancó una Liga municipal, pues todos los equipos participantes eran clubes de Budapest. Con el Ferencvaros, Kubala solo jugó una temporada, la correspondiente a la 1945-1946, y en los 49 partidos que disputó con los Águilas Verdes marcó 27 goles.
Justo el día que el Ferencvaros se jugaba el título frente al MTK Budapest en la temporada 1945/46 murió su padre, Pavel. Con el cadáver de su progenitor en casa László salió para el estadio donde esa tarde se disputaba un partido trascendental para poder ganar la Liga. El joven delantero quiso así honrar al que fuera jugador del Ferencvaros y un hincha acérrimo de los fradi. Pero con la mente nublada por el dolor no pudo ayudar a sus compañeros a rematar la faena y finalmente fue el Ujpest Dozsa, el otro gran rival de la época, quien se proclamó campeón de Liga. El fallecimiento de su progenitor propició su marcha a Bratislava. Su madre, Ana, era de origen eslovaco y con un balón entre los pies recuperó la alegría. Comenzó a jugar en el Slovan de Bratislava donde la presencia de un técnico le iba a cambiar la vida tanto dentro como fuera de los terrenos de juego.
Ferdinand Daucik comenzó su andadura en los banquillos en 1942, en plena II Guerra Mundial. De un día para otro cambió el Slavia de Praga, donde jugaba, por el banquillo del Slovan de Bratislava. Tenía 32 años cuando comenzó una longeva carrera como entrenador que fue prolífica desde el principio, ya que durante las dos primeras temporadas compaginó el banquillo del Slovan con el del combinado nacional eslovaco. Al frente de los celestes estuvo cuatro temporadas y era el máximo responsable cuando Kubala recaló en las filas del Slovan Brastislava. Laszy conocerá en ese tiempo, entre gol y gol, a la hermana del míster, que a la postre se convertirá en su esposa. Kubala jugó dos temporadas en Bratislava, en las que disputó 36 partidos y marcó 15 goles, y llegó a jugar varios partidos con la selección de Checoslovaquia (reunificada tras la IIGM) justo antes de volver a su tierra natal.
El fútbol que se practicaba en Hungría en aquellos años era de lo más competitivo y vanguardista. Había entrenadores magiares esparcidos por toda Europa y no tardaron en llegar a América para plantar la simiente de un juego asociativo y coral que fue el prólogo del fútbol total. En ese contexto una nueva generación de jóvenes futbolistas fueron creciendo a pasos agigantados. Y los Puskas, Bozsik, Kocsis, Hidegkuti y compañía pronto dejaron en papel mojado a la Hungría subcampeona del Mundial de 1938. Kubala no quería perder ese tren y fichó por el Vasas. Laszy tenía 21 años.
Aquella temporada en el Vasas fue sobre ruedas para Kubala, al menos en lo deportivo. En los 20 encuentros del campeonato anotó 10 goles. Pero los movimientos sociales y políticos que observaba a su alrededor no terminaban de convencerle. Desde el final de la II Guerra Mundial los equipos de fútbol húngaros pasaron a estar bajo control del gobierno. El Ferencvaros, el club que representaba el nacionalismo tradicional, quedó relegado a un segundo plano. La policía secreta se hizo con el control del MTK Budapest y el Ministerio de Defensa se adueñó del Honved (llamado anteriormente AC Kispest). Estos dos clubes reunieron a los mejores jugadores del país y fueron la base de la histórica selección dirigida por Gusztav Sebes. El Vasas FC de Kubala se quedó en tierra de nadie.
Desde Moscú dieron una nueva vuelta de tuerca al gobierno que habían instalado en Budapest. Los comunistas fueron ganando gradualmente control en el gobierno hasta que en 1948 el partido socialdemócrata de Hungría dejó de existir como organización independiente. Su líder, Béla Kovacs, fue detenido y enviado a Siberia. A los pocos días Kubala jugó un partido en Budapest y tras el encuentro acudió a la casa de su madre. Allí se despidió de ella sin previo aviso. Ella no tenía ni la menor idea de que Laszy iba a cruzar esa noche junto a otras personas la frontera con Austria escondido en un camión con matrícula rusa.
Pero Occidente no fue la tierra prometida. Al menos, en primera instancia. Nada más enterarse de su huida la federación húngara lo acusó de delincuente y estafador. Y la FIFA, posteriormente, lo suspendió durante un año.
Su primera parada en Austria fue Innsbruck. Allí se presentó un avispado presidente, el del Aurora Pro-Patria 1919 italiano. Alertado de su situación y conocedor de su talento se rompió la cabeza para intentar ficharle. A Italia llegó con pasaporte falso y una vez allí recaló en un campo de concentración de Udine, en el que coincidió con otros familiares y amigos, como su cuñado Daucik. Entonces fue Il Grande Torino capitaneado por Valentino Mazzola quien se interesó por él. El equipo turinés era desde mediados de la década de los 40 el gran dominador del fútbol transalpino. Y a su presidente Ferruccio Novo se le había puesto entre ceja y ceja el fichaje. El acuerdo se retrasó y Kubala no subió al avión que llevó a los granates a disputar un partido amistoso frente al Benfica. A la vuelta de Lisboa, ese dramático 4 de mayo de 1949, se produjo la Tragedia de Superga, donde fallecieron 18 jugadores del equipo, componentes del cuerpo técnico, dirigentes y varios periodistas. En total, 25 muertos.
Después de aquello y tras reunirse con su esposa y su hijo en Italia, Daucik y Kubala pergeñaron unos partidos de exhibición con los que lograr algo de dinero. Así formaron un equipo con futbolistas exiliados que, unidos por el balón, defendían los colores del Hungaria. Hungría siempre estaba presente —la patria es la infancia, como escribió Rilke—, aunque Kubala intuía que no volvería jamás a su país.

Hoy Ladislao Kubala tiene una estatua en la explanada del Camp Nou. También un sitio de honor en el nuevo estadio del Ferencvaros, donde un lujoso hall que da acceso a la tribuna principal lleva su nombre. Por primera vez verá denfrentarse a sus dos equipos en la Copa de Europa.
Vuelven las Águilas Verdes a la máxima competición continental después de 25 años y lo hacen para reivindicar lo que siempre fueron, el club más laureado de Hungría (31 Ligas y 16 Copas), por más que su aportación a la época dorada del fútbol magiar (década de los 50) fuera nula. Kubala estaba entonces haciendo patria en otras latitudes y hoy es recordado por todos.