Si exceptuamos Andorra y otros pesos ligeros, Suiza es el país más montañoso de Europa en términos de altitud y rugosidad. Llama la atención que de ese entorno natural, propicio sobre el papel (y el mapa), sólo hayan salido dos ganadores del Tour, el caballo Kubler (1950) y el bello Koblet (1951). Igualmente asombroso es que Suiza sólo tenga un rey de la montaña, Toni Rominger (1993). La explicación más probable nos lleva a aquella inolvidable frase del cínico Harry Lime en El Tercer Hombre: “En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras, terror, asesinatos… Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!”.
Según esta teoría, la prosperidad suiza (y su neutralidad) la habría dejado sin los campeones que surgieron del hambre y de la posguerra, que fueron unos cuantos. Tengamos en cuenta que, hasta hace poco tiempo, el ciclismo fue una forma de escapar de la pobreza no muy distinta a la de los toreros y con cornadas de similar trayectoria (comparen, si tienen estómago, los muertos en la carretera y en la plaza en los últimos 50 años).
Todo lo anterior sirve para introducir la victoria del suizo Marc Hirschi en la duodécima etapa del Tour, justo premio a su tenacidad en la carrera. El chico (22 y 6 días) había sido segundo en Niza y tercero Laruns, y volvió a probar suerte en el macizo central con otra arrancada formidable; apuesten a que volverá a intentarlo en cuanto dejen de darle abrazos.
Hirschi es el cuarto ciclista más joven del Tour tras Chevalier (21 años y 106 días), Burgaudeau (21 y 286) y Pogacar (21 y 243), y un representante más de una generación de estrellas que bate récords de precocidad. Y el fenómeno es general. En los últimos diez años, la media de edad de los ciclistas oscilaba entre los 27 y los 29 años; en la presente edición es de 24. La media de edad de los campeones es de 28, pero la victoria de Bernal a los 22 podría marcar tendencia si Pogacar y Evenepoel cumplen lo que prometen.
A falta de una explicación científica, toca disfrutar del prodigio. Hirschi es un animador de carreras al estilo de Julian Alaphilippe, que ayer reaccionó tarde en busca del triunfo. Y de Pogacar volveremos a tener noticias mañana, camino del Puy Mary, una montaña que es un volcán. Ya lo decía Sócrates (el filósofo, no el futbolista): «Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros».
Si ya decíamos el otro día que tenía pintaza de corredor… de lo mejor de este Tour.
Pues sí,de momento es lo que parece y quizá sea más.Da gusto y mucha envidia ver cómo insiste,la exuberancia que desborda,como si fuese una pila inagotable que desprende energía sin medida.Una gozada.Y mañana puede ser el no va más.
P.D: La verdad es que me siento un poco mal escribiendo esto, porque un ciclista merece un respeto solo por serlo:El reloj de cuco era Alex Zülle.
Hmmm… el otro día empecé a escribir un texto por el miedo que podrían tener los ciclistas al test del Covid comparándolo con el escándalo Festina y preferí dejar esa época tranquila. Zulle me caía muy bien, hasta que llegó lo que llegó
Bueno,está aquello de odiar el pecado y compadecer al pecador.Vale para Zülle y para Voldemort (o sea,Armstrong)