Desde la conmoción y a pesar del condicionante de la inmediatez, que impide la reflexión serena y profunda, quiero escribir esta carta quizá despechada, quizá esperanzada, a modo de despedida. Messi ha dicho que se quiere ir del Barça. Nos deja el amor de nuestras vidas.
A falta de que los días venideros confirmen o desmientan la ruptura, lo que parece un calentón esconde varios años de frustraciones por parte de Messi, de las que él no es enteramente inocente.
Hay diferentes tipos de amor, o más propiamente, diferentes tipos de relaciones futbolístico/amorosas: las hay breves y románticas (Ronaldinho con el Barça), pasionales (Eto’o con cualquier club), de conveniencia (Cristiano con el Real Madrid), anodinas (Lotina con cualquier club), fusionales (Simeone y el Atleti), serenas o zen (Zidane con cualquier aspecto de la vida) y, como el caso que nos ocupa, existen las de amor verdadero, como la de Messi y el Barça. Esta relación posee todos los elementos que componen un conjunto de símbolos insuperables que refuerzan el vínculo: el niño enfermo al que el club le proporciona un tratamiento caro e indispensable para su desarrollo físico, la firma en una servilleta, el aprendizaje de un método y filosofía para quien era un talento puro de la calle, el debut mágico, la elevación a ídolo, la explosión de victorias junto a una generación irrepetible que elevaba sus virtudes, las frustraciones con su selección que aumentaban su identificación con el Barça, la sucesión de galardones individuales, la gloria de haberse convertido en el mejor jugador de la Historia. No son solo palabras mayores. Estamos hablando de un mito viviente, una leyenda, un elegido, un dios.
Messi y el Barça se han dado tanto que parecían hechos para la eternidad, indisolubles, perfectos el uno para el otro. Por lo que se ve, no ha sido así. Como aquellos matrimonios que parecen indestructibles, sólidos, hermosos… y un día descubres que se separan. La primera reacción no puede ser otra que la tristeza. Pero sabíamos que esto acabaría pasando. Quizá esperábamos que la despedida estuviera a la altura de las de Xavi e Iniesta, que desmentían la tradicional incapacidad del Barça para despedir decentemente a sus más grandes ídolos, pero de ahí a esta escapada por la gatera del resentimiento y el enfado media demasiada distancia. Quizá tenía razón Calamaro cuando cantaba: “Todo lo que termina, termina mal”. Qué apropiado el título de la canción que alberga esa frase: Crímenes Perfectos. No es fácil despedir a lo más grande de tu vida, hace falta generosidad de espíritu, humildad y grandeza moral por ambas partes. Todas estas cualidades han brillado por su ausencia sobre todo en el Barça, pero también en Messi.
Verán, la admiración eterna, merecida e inalterable (pase lo que pase) por el futbolista no apareja la personal. Yo creo en el Messi futbolista, no en el ciudadano. No me gusta que haya defraudado a Hacienda. Ni me gusta que carezca de un liderazgo mítico como tenía Puyol. No me parece que Messi se esté comportando como una persona comprometida. Un capitán no se marcha así del barco. De acuerdo que el Barça semeja al Titanic, y que el iceberg tiene la cara de Bartomeu y su junta directiva, pero Messi debe saber que no los castiga solo a ellos con su espantada, sino a todos los que de verdad lo amamos. ¡Se lleva todos los botes salvavidas! Quedarse no es ser cómplice del proceder de la junta pero, sobre todo, marcharse no es castigarlos, es abandonarnos a los demás. A los que esperamos que funcione el parche de Koeman, pero sobre todo que algo mejor comience de nuevo a partir de las elecciones de marzo. Los que esperamos que esto sea solo una medida de presión para adelantar dichas elecciones o para que traigan de vuelta de una vez a Neymar. Los que pensamos que ha ganado tanto, en títulos y en dinero, que la persecución de una última Champions o un último gran contrato no son motivos para manchar un recorrido glorioso de tres lustros.
Messi ha dado al Barça algo que nadie imaginaba, el máximo desempeño futbolístico, lo nunca visto, pero ha cobrado con arreglo a eso, le han permitido expresarlo tácticamente de la manera que más le convenía (piensen en cómo ha sufrido con Argentina) e incluso le han facilitado una vía de escape que ahora está usando a destiempo, presa del enfado y de manera ventajista. Cuánta falta haría que reflexionara y se quedara a liderar una transición como ha hecho con la selección argentina que ya abandonó y a la que volvió arrepentido. Hay una parte de la forma de proceder de Messi que parece pueril, igual que juega tan bien porque lo hace como los niños. En la imagen vista en el descanso de la humillación a cargo del Bayern se le veía abatido, sentado, sin arengar a sus compañeros, sin rabia por lo que estaba sucediendo. Si es debilidad de carácter o tranquila aceptación, incluso sumisión, ante lo inevitable, solo lo sabe él, pero cada uno podemos tener una intuición al respecto.
Mi opinión es que a Messi le ha faltado estos años un tipo de liderazgo que no puede ejercer, porque no lo lleva en la sangre. Él solo puede ejercer la maestría futbolística, la máxima, a niveles celestiales, pero no aglutinar voluntades a su alrededor. Así, su presencia se ha convertido en un paraguas bajo el que se cobijan aprovechados con cuantiosos, largos contratos, que juegan andando como él, cuando sólo él puede, y que taponan con sus actitudes y mera presencia cualquier relevo necesario en el vestuario y en el campo. No parece que se haya hecho por su mera voluntad, pero es innegable que indirectamente ha contribuido a varios hechos dañinos para el equipo: la presencia de Pinto, la falta de relevo de Mascherano, las renovaciones millonarias de sus mejores socios, Alba y Suárez, quizá hasta la marcha de Neymar, más allá de los pájaros en la cabeza del brasileño y el gusto de o pai do craque por lo pecuniario.
Desde ahí, y solo desde ahí, su marcha podría interpretarse como algo mejor que mortal para el equipo y el club. El equipo ha fracasado estos años con él en la cancha, sin ser su culpa, siendo esta casi enteramente de la directiva o de sus entrenadores y compañeros, pero él no ha sabido rebelarse ante eso, lo hace ahora tarde y de mala manera. En todo caso, prefiero fracasar con él a mi lado.
Con este movimiento Messi en realidad le está haciendo un favor a la junta, que maquillará los números y podrá argumentar que la decisión fue de Leo. En puridad, le han invitado a hacerlo con su incompetencia, y conseguirán no tener un contrapoder de tal calibre en el vestuario. Podrán hacer ver que reconstruyen el equipo gracias a lo ahorrado en su gigantesca y merecida ficha y lo que consigan del traspaso. Una ficha que condiciona económicamente al club, es cierto, pero menos que las numerosas inversiones millonarias en jugadores más que cuestionables durante todos estos años. Me da vergüenza recordarlos.
Leo lo que necesita es precisamente lo que le ha enfadado, un jefe claro que ponga al equipo por delante, que no cuente con sus amigos por serlo y que le recuerde que es mortal, como los consejeros al César cuando volvía de sus campañas victoriosas, cuánto más cuando fracasaba. Debe saber que cualquier equipo es más que un jugador, por mito viviente que sea, que en el Barça no merece estar quien no lo desea, pero que también hay que respetar los contratos firmados. Ha de caer en la cuenta de que en dos años cualquier promesa brillante aportará más que él, porque ese es el destino de todo jugador, declinar en sus últimos años. Ni siquiera Leo Messi podrá sustraerse de esa ley de vida.
Todo acaba. Victor Frankl (y no Risto Mejide, como la gente cree), dejó escrita entre sus impagables enseñanzas la mejor de todas ellas: “Vivir es aprender a despedirse”. La aceptación de lo ineludible es la parte más importante de las lecciones de vida. Nacemos, vivimos, amamos, vemos nacer y morir futbolísticamente a Leo Messi, nos abandona, seguimos viviendo, morimos. De él depende que la despedida sea digna de su legado o producto de un calentón, por merecido que sea, que lo es.
En todo caso, el Barça continuará, igual que continuamos viviendo a pesar de que grandes amores nos abandonen, o lo hagamos nosotros. Presumo de mis rupturas amorosas como algunas de mis mejores experiencias, me han permitido crecer mucho, mirarme al espejo y superarme, poner las bases y condiciones de una vida mejor, hacer hueco para la llegada de un amor más perfecto, sencillo, honesto y leal.
Quiero que Leo se quede, pero si no lo hace, lo dejaré ir con generosidad, pues lo amaré siempre y hay que amar con libertad. Lo recordaré con agradecimiento inconmensurable e inacabable nostalgia, veré vídeos suyos sin parar y me acordaré de la frase con la que termina la estupenda película Atando Cabos (The Shipping News, 2001), a modo de titular periodístico: «Un huracán derriba una casa. Deja excelentes vistas».
731 partidos oficiales
— MisterChip (Alexis) (@2010MisterChip) August 25, 2020
16 temporadas
33 títulos
6 balones de oro
6 botas de oro
513 victorias (70%)
59.336 minutos
633 goles (521 zurda, 88 derecha, 22 cabeza, 1 mano, 1 pecho)
254 asistencias
77 tarjetas
0 expulsiones
35 goles y 23 asistencias más, en 54 partidos amistosos. pic.twitter.com/GU9TG0eok0
El concepto de verdadero amor en este caso me parece mucho más que erróneo. Para verdadero amor, recomiendo La Princesa Prometida.
Desde el aficionado azulgrana es posible que se ame a Messi con pasión y hasta locura. El club y la afición le han entregado el mando, pero cada año hay que renovar al alza al jugador. Si ese amor fuese mínimamente correspondido, no haría falta tal esfuerzo. La situación es más parecida a la de un amante millonario que compra el amor de su pareja con lujos y caprichos. Y eso no es verdadero amor ni nada que se le parezca.
Tan es así que, llevado un bache, Messi ha pedido los papeles del divorcio sin que las memorias de lis alis felices pesen nada. Y el Barça, su directiva y su afición, de rodillas rogando.