Se cuenta poco que «Panenka» en checo significa «muñeca», de las que se utilizan para jugar en edad infantil (también adulta), y aclaro la acepción porque tendría más sentido que «Panenka» aludiera a la muñeca que articula la mano, en ocasiones de modo genial, como es el caso de pintores de todos conocidos o de jugadores de baloncesto que no hace falta citar. Pero no. Una «Panenka» es una pepona, tan cierto como que «Puskás» significa en húngaro «escopeta» y esta vez no hay quien lleve la contraria al diccionario.

Apellidarte «muñeca» y lucir un bigote de herradura es algo que debe marcar la juventud de cualquiera, y no precisamente en sentido positivo. Esta suposición, errónea como quedará demostrado, viene a cuento porque hace 45 años, Antonin Panenka entró en la historia del fútbol al tirar (y marcar) un penalti picadito como no se había visto nunca. Lo hizo en la final del Campeonato de Europa, en la tanda de penaltis, en el quinto lanzamiento de la selección checa. El alemán Uli Hoeness había fallado justo antes, de modo que Panenka, de 28 años y sin títulos en su palmarés, tenía ante sí la posibilidad de conseguir el primer trofeo internacional del fútbol checoslovaco.

Panenka ha reconocido que llevaba dos años ensayando el lanzamiento. Lo hacía con el portero del Bohemians (su equipo), Zdenek Hurska, con quien se apostaba cervezas y chocolate. Lo probó luego en algún amistoso y después en partidos de la liga checoslovaca. Y no fallaba. Se cuenta que todos en la selección sabían que picaría la pelota llegado el caso y él no consideró otra opción. A once metros y bajo palos se encontraba Sepp Maier, en ese momento vigente campeón mundial y europeo, además de portero del Bayern campeón de la Copa de Europa. Por cierto: cada futbolista alemán tenía 400.000 pesetas de prima por el campeonato, unos 2.500 euros de hoy que entonces permitían comprarse un coche en Alemania y un piso en Checoslovaquia.

Antonin Panenka bate a Sepp Maier en la final de la Euro 1976. CORDON PRESS

Hay que preguntarse si Panenka hubiera hecho lo mismo en caso de que su penalti hubiera servido para empatar la tanda y no para ganar el título. Es posible que sí. Si por algo se caracterizan los inconscientes es por no evaluar los riesgos. Y había muchos. El partido, disputado en Belgrado, tenía un obvio trasfondo político. Alemania Federal era el principal enemigo a las puertas del telón de acero. Y ya sabemos que el fútbol era (es) un poderoso instrumento de propaganda. «De haber fallado, seguramente tendría que haber vuelto a mi oficio de tornero», dijo en cierta ocasión, pecando de optimista.

El mundo del fútbol tardó en entender lo ocurrido. En España, la crónica de Efe no hizo mención al extraordinario golpeo. Este es el escueto y robótico resumen de la tanda de penaltis: «Lanzó primero Checoslovaquia, que marcó por medio de Masny. Bonhof anotó también para Alemania, Nehoda consiguió el segundo checo y Flohe el segundo alemán. Ondrús convirtió el tercer penalty para Checoslovaquia, lo mismo que Bongartz para Alemania. Jurkevic marcó el cuarto checo, pero Hoeness lanzó por encima del larguero el cuarto alemán. Panenka lanzó el quinto y último de Checoslovaquia y, al convertirlo en gol, su país se proclamó campeón».

Tampoco en el suplemento deportivo del ABC se destacó la delicada ejecución de Panenka. La referencia más exhaustiva aparece en un pie de foto: «Tras el fallo de Hoeness, Panenka fue el jugador checo encargado de lanzar el penalti decisivo. Con tranquilidad, picó la pelota y la colocó en la red. Brazos en alto canta jubiloso el éxito. El partido había finalizado». Nada más.

La mejor prueba de que hicieron falta años para valorar lo que había hecho Panenka es que repitió su penalti en otro partido internacional, esta vez contra Francia en Bratislava, en la clasificación para la Eurocopa de 1980. Corría el mes de abril de 1979 y el árbitro señaló una pena máxima a favor de los checos en el minuto 68′. El público enloqueció de alegría porque se imaginaba lo que estaba por venir. El portero francés era Dominique Drospy y, según parece, no vio la final de la Eurocopa de 1976. O sólo leyó la crónica de agencias. El caso es que Panenka volvió a hacerlo. Tomó carrerilla como si quisiera reventar la red y, en lugar patear la pelota, la pellizcó. Drospy el desmemoriado se venció a su derecha.

Cinco meses después, cuando Checoslovaquia devolvió visita a Francia (2-1), Platini dispuso de una falta en la frontal del área checa, no muy diferente en ubicación a la que tuvo (y marcó) en la final de la Eurocopa 84 contra España. Lo asombroso (o anecdótico, me cuesta calificarlo) es que esta vez no chutó a portería, sino que picó la pelota justo por encima de la barrera con el mismo gesto técnico de los golpeos de Panenka, aunque con la intención de conectar con un compañero en una jugada evidentemente ensayada. No funcionó.

Tuvieron que pasar casi veinte años para que Panenka se hiciera inmortal. Thierry Henry recuperó su golpeo y al principio sólo le siguieron futbolistas sublimes (Pirlo, Ibra, Messi), hasta que los valientes también se sumaron a la fiesta (Ramos, Abreu). Hoy Panenka (además de una estupenda revista) tiene una entrada en el diccionario del fútbol en la que no aparece la palabra «muñeca», aunque podría, porque aquel 20 de junio de 1976, el futbolista con el bigote de herradura se inventó un juguete que ríe si acaricias la tripa del balón y que llora si la aprietas mucho.

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