TVE fue fundada en 1956. Sólo un año después, Miguel Ors (Barcelona, 1928) comenzó a trabajar en la cadena pública. Durante 34 años fue la única televisión que hubo en España. Ors se convirtió en una celebridad nacional gracias a la pequeña pantalla, pero para él sólo era «un segundo ingreso que necesitaba». Su ilusión era trabajar en Pueblo, el periódico donde pasó sus años más felices.
Ors, un histórico del periodismo español, tuvo trato con personalidades de todo tipo. Desde Camilo José Cela a Hemingway. También conversó varias veces con Franco. «Me dijo que la televisión engañaba porque me creía más alto. Yo le contesté que era un honor tener la misma estatura que su Excelencia».
—Usted estudió en los jesuitas, ¿cómo recuerda su paso por el colegio?
—Salí de los jesuitas completamente desorientado en el aspecto religioso. Pero me defendí académicamente. Recuerdo que el examen de Estado, en bachillerato, era mucho más duro de lo que es ahora. Eran siete años de bachillerato y el séptimo teníamos un examen oral y escrito. Te hacían preguntas de todas las asignaturas. Aprobar era difícil. El examen escrito era de latín y matemáticas: dos problemas de matemáticas y traducir latín al español. A mí se me daba muy bien el latín y a un compañero las matemáticas. Yo tenía mucho miedo al examen de matemáticas porque era terrible elevado a la máxima potencia. Pusieron dos problemas y no tenía ni idea. Mi compañero estaba sentado a mi lado e hicimos un pacto: yo le pasaba latín y él matemáticas. Conforme fueron escribiendo el texto en la pizarra, lo fui traduciendo y cuando acabaron de redactarlo hicimos el cambiazo. Saqué notable en matemáticas.
—¿Cómo recuerda su primer día en Madrid?
—Era joven y me daba todo igual. Estaba encantado. Llegué en 1947, cuando terminé el bachillerato. Hice la carrera de Derecho en la calle San Bernardo.
—¿Cuándo apareció en su vida el periodismo?
—Hice periodismo al mismo tiempo que derecho. Mi padre no quería que fuese periodista. Pero a mí me interesa todo, incluida la política. En mi opinión, el ser humano tiene que ser liberal y no me gusta lo que está pasando ahora en España. No me gusta nada. Por eso mezclo el deporte con la política en mis artículos. Cuando la política se convierte en una pugna de egoísmos y de egos, mala cosa. Uno ahora ve que los políticos, en general, son personas poco fiables. De la derecha y de la izquierda. Yo tengo mis ideas y digo que nunca he sido ni seré de izquierdas por una razón económica: la izquierda no sabe hacer dinero. En ningún país del mundo sabe hacer dinero. Los que hacen dinero, los empresarios, son de derechas generalmente. Entonces he llegado a una conclusión: la derecha sabe hacer dinero y crear puestos de trabajo. Por tanto, genera más bienestar social y económico. Cuando mandan y gobiernan los de izquierdas, la economía se va al suelo. Siempre digo que la izquierda no sabe hacer dinero, pero es más solidaria. Por eso se apoderan de las calles con mucha facilidad; la derecha sabe hacer dinero, pero es cobarde. Y le tienen que sacar las castañas del fuego.
—No se casa usted con nadie.
—Cuando me preguntan, siempre digo que soy liberal del Atlético de Madrid. Lo que no quita para que Santiago Bernabéu, del que aprendí muchísimo, sea una de las personas más curiosas y sensacionales que yo he conocido. Fue testigo de mi boda. Ya lo ve: conté como testigos con el presidente del Madrid y con el del Atlético. Por eso digo que soy liberal del Atlético.
—¿Le preocupa la situación política de España?
—A mí no me gusta este Gobierno ni Pablo Iglesias. Como duren mucho se van a cargar España. Y ahí sí que soy reaccionario. Gobernar un país es lo más difícil del mundo. Ya lo decía Azaña: “A mí lo único que me interesa de la política es mandar”. Y es que lo quieren todos. El país les importa un bledo. Como también estudié Economía, entiendo algo; veo lo que están haciendo y es imposible. La economía es, como decía mi abuela, no gastar más de lo que ganas, porque si no te vas a la ruina. Ahora estoy viendo las subidas que va a haber y no hay dinero. Es imposible. Somos nueve millones de jubilados, una bestialidad. Porque somos clase pasiva, no generamos dinero. Además, nos morimos muy tarde en España. Porque aquí todos vivimos 80 y 90 años, no como antiguamente que mi abuelo y mi padre se murieron a los 72. Se vive mucho ahora. Nueve millones de jubilados y los que dependen de esos jubilados. Hice unas cuentas con arreglo a lo que le oí a los economistas en televisión y nos vamos a la ruina.
—¿Cómo era su relación con Bernabéu?
-—Se ha escrito poco de él. Marino Gómez-Santos escribía en Pueblo y hacía una sección llamada Pequeña historia de grandes personajes y ahí entrevistaba a economistas, políticos, empresarios, gente de la cultura… y entrevistó a Bernabéu. Le cuento. Bernabéu estudió en El Escorial. Allí hacía muchísimo frío y para quitárselo jugaban al fútbol. Él, como me contó, no jugaba al fútbol porque le gustase, jugaba para quitarse el frío. Lo que más le gustaba era pensar y la música; el fútbol iba en tercer lugar. Fue muy mal futbolista. Era fuerte y le pegaba al balón con mucha potencia. Era de Almansa y se casó con una señora que tenía fincas. Creo que fue un matrimonio de conveniencia. Él era abogado, pero no ejerció casi nunca. Él dedicó toda su vida al Madrid. Primero como jugador, luego como directivo y finalmente como presidente. Nunca cobró dinero del Madrid. Era un hombre que pensaba mucho las cosas. En una comida en el hotel Velázquez, con motivo de un partido de la Copa de Europa, en presencia de periodistas, directivos del Madrid y directivos del otro equipo, en su discurso dijo que ya le gustaría que todos los periodistas que se consideran madridistas, y que presumen de serlo, le tuviesen el mismo afecto que yo, que soy del Atlético. A mí aquello me sentó muy bien. Con él, tuve siempre una relación muy directa.
«Emilio Romero tenía una máxima: Un periódico tiene que sorprender todos los días a los lectores y desazonar a la competencia»
—Háblenos del periódico Pueblo.
—Entré en Pueblo en 1954 y, como periodista, los años más felices los pasé allí. A mí la televisión, en la que estuve treinta años, nunca me dijo nada. E hice muchas cosas: telediarios, informativos de deportes, Campeonatos del Mundo… Sólo había una tele y si salías te conocía toda España. Pero siempre consideré a la televisión como un segundo ingreso que me hacía falta. Mi vocación fue Pueblo, el lugar donde he vivido más maravillosamente como periodista. Tuve la suerte de que Marino Gómez-Santos hizo una sección en la que también empezaron Jesús Hermida, José María García… Emilio Romero tenía una máxima, la mejor que le he oído a un director. Él decía que un periódico tiene que sorprender todos los días a a los lectores y desazonar a la competencia. Con esto quería decir que Pueblo tenía que ser todos los días una caja de sorpresas para los lectores. Ése fue el éxito de Pueblo. Siempre me decía: “Miguel, el teletipo que te sirva para darte ideas, pero no me llenes las páginas de deportes como las llenan los demás”. Hoy coges cualquier periódico y lees lo mismo, pero Emilio Romero quería que los lunes dijésemos lo que no habían dicho los demás. Cómo lo haríamos que, perteneciendo a los sindicatos verticales, a Prensa del Movimiento, el director de Marca, Fernández Cuesta, llamó a José Solís, ministro del Movimiento, para pedirle que hablara con Emilio Romero, porque decía que la sección de deportes los estaba poniendo constantemente en ridículo.
—¿Y qué pasó?
—Solís llamó a Romero para transmitirle la queja. Era una época muy especial, hay que tenerlo en cuenta. Tras la llamada, Emilio Romero me felicitó y me dijo: “Se han quejado. Aprieta acelerador y que sigan quejándose”. Conmigo empezaron también José María García y Juan Manuel Gozalo. Todos los días cambiábamos para no hacer lo que hacían los demás. Y siempre nos salía algo: una entrevista, un reportaje…
—¿Recuerda algún reportaje de los que publicaron?
—Un exjugador del Madrid, Mendoza, se hizo musulmán. Militaba en aquel momento en el Espanyol. Cogí a Gozalo y le dije que fuese a Barcelona a entrevistarlo. Para saber por qué se había hecho musulmán. La censura no quería que se publicase el reportaje, pero salió. Emilio Romero tenía una ventaja estupenda: le hacía discursos a Franco. Y Franco le tenía mucho aprecio, porque vio que era un director que no hacía oposición al régimen, aunque daba la sensación de no estar con el régimen.
—¿No tuvo ningún problema Emilio Romero con la censura?
—Fraga se quiso cargar a Emilio Romero en un Consejo de Ministros, porque estaba harto de que no hiciese caso a la censura. Un día, Fraga le llamó por teléfono y le espetó: “La próxima vez que la censura diga que un artículo no sale, te echo del periódico”. Romero había escrito un artículo sobre Sara Montiel, describiendo, con mucha habilidad, su belleza. Ya me entiende. El censor llamó a Romero un martes a las diez de la noche para impedirle la publicación y don Emilio se opuso, argumentando que no decía nada grave. Entonces, el censor llamó a Fraga para decirle que el artículo se iba a publicar pese a todo. Lo siguiente es que Fraga llamó a Romero para comunicarle que, si se publicaba el artículo, el viernes sería despedido como director de Pueblo. Salió el artículo y recuerdo que esos días se creó un ambiente espeso en el periódico porque pensábamos que Emilio Romero sólo duraría hasta el Consejo de Ministros. Y nos equivocamos. Parecer ser que Franco en los Consejos de Ministros no discutía, tomaba notas en silencio. Eso sí, cuando tenía alguna duda, preguntaba, pero no discutía. Cuando Fraga le dijo que el primer asunto a tratar era la destitución de Emilio Romero como director de Pueblo, Franco levantó la mano y le pidió que pasara al segundo punto del orden del día. Emilio Romero siguió siendo director de Pueblo.
«Toda la obsesión de Franco es que el Príncipe Juan Carlos no hiciera el ridículo en los Juegos Olímpicos»
—Creo que tiene alguna anécdota divertida con Franco…
—Fue una metedura de pata mía. Le cuento. El entonces Príncipe Juan Carlos estaba loco por participar en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972, pero Franco dudaba. El año anterior a la celebración de los Juegos hubo una regata internacional en Kiel. El Príncipe participó y yo estuve aquella semana haciendo información para Pueblo y para TVE. Juan Carlos generó allí muchas simpatías, lo hizo muy bien y no quedó mal clasificado. Cuando regresé a Madrid, me llamaron de El Pardo. Me dijeron que Franco quería verme al día siguiente a las diez de la mañana y que fuera puntual. ¡Cómo para no serlo! A las nueve ya estaba cazando conejos en El Pardo. Al llegar me dijeron que al abrirse las puertas hiciera una leve inclinación y pasara. Al verme, Franco me dijo: “Como engaña la televisión. Qué bajito es usted”. A mí todo lo que se me ocurrió responderle fue: “Excelencia, es un honor ser tan alto como usted”. Franco se echó a reír y me invitó a entrar. Estuvimos más de una hora hablando del Príncipe. Sabía de vela más que el Príncipe y yo. Me puso en situación de suspenso porque me hizo preguntas que yo no sabía responder. Me preguntó cómo creía que quedaría clasificado el príncipe en los Juegos. Yo le dije que todos los que iban a ser sus adversarios practicaban todos los días, mientras que el Príncipe sólo iba a Barcelona los fines de semana. Él no tenía la dedicación que el resto de competidores. “¿Pero cree que puede hacer el ridículo?”, me preguntó Franco. “Excelencia, yo creo que no, veo que está preparado”, le contesté, y le hablé de los comentarios positivos del resto de sus compañeros. “¿Y cómo los trataba?”, me volvió a preguntar Franco. “Muy bien, excelencia —contesté— ya sabe usted que el Príncipe es muy simpático”. Fue un martirio. Una hora y veinte minutos estuve con Franco y no hizo nada más que hacerme preguntas de tipo técnico sobre vela. Al final de la charla, me preguntó si creía que podía ganar. Le expliqué que era muy complicado porque estaban los rusos, los alemanes y los argentinos, que eran muy buenos. Le comenté que eso no lo sabía nadie. Pero que si eran treinta y tantos los que competían, podía quedar entre los 14 primeros. Franco me reconoció que tenía que pensarlo mucho, porque no quería que un representante de España hiciera el ridículo. Toda la obsesión de Franco era que el Príncipe no hiciera el ridículo. Era muy soberbio, pero durante el rato que estuve con él fue muy afectuoso conmigo. Finalmente, le permitió participar y don Juan Carlos quedó entre los 14 primeros. Todo lo que se ha escrito de Franco diciendo que era un inculto en materia deportiva es mentira; no tenía nada de inculto. Los militares en aquella época eran especiales.
—¿Qué tal era la relación de Franco y don Juan Carlos?
—Juan Carlos era muy simpático. Es un Borbón. Y se llevaba bien con Franco. Ten en cuenta que él es quién es por Franco. Porque Franco se opuso a que su padre, el Conde de Barcelona, fuese el rey de España. Ellos sí se llevaban mal. Franco no lo tragaba. El Príncipe llegó a España con once o doce años. Un día le dije a don Juan Carlos que creía que Franco veía en él al hijo que no tuvo. Porque siempre que me hablaba de él le notaba que se le reblandecía la mirada y el ánimo.
—Usted también entrevistó al nieto de Franco, Francis, el hijo el Marqués de Villaverde.
—Al nieto lo hicieron padrino de unas pruebas de esquí en Navacerrada. El chico apenas tenía doce años, pero me pidieron que lo entrevistara. Así que llamé al Marqués de Villaverde y le conté la idea. Me citaron a la una de la tarde, fui con un cámara de televisión y me recibió el mayordomo. Era andaluz y muy simpático. Nos dijeron que teníamos que esperar. Durante la espera, el mayordomo nos ofreció un whisky que tenía guardado para el marqués y que no lo tomaba nadie más. Recuerdo que le hicimos la entrevista al niño, que fue absurda. Le pregunté si le gustaban los deportes de nieve y me dijo que sí, nada más. Le volví a preguntar si los había practicado alguna vez y la respuesta también fue afirmativa. Con esas contestaciones, pensé que no se emitiría por televisión. Pero cuando le pregunté por su deporte favorito, me dijo que el fútbol y le cambió la cara. Su equipo favorito era el Real Madrid y su futbolista preferido, Gento. La entrevista fue una chorrada, pero se emitió en la primera edición del telediario y la repitieron en la segunda edición.
—¿Le comentó algo Franco de la entrevista?
—Esa entrevista fue en el mes de enero. En junio se celebró la final de la Copa del Generalísimo en el Bernabéu. En el descanso, entré en el antepalco para ver el ambiente. Estaba allí Raimundo Saporta y me puse a hablar con él. De repente, Saporta me avisó de que Franco me estaba llamando. Esa fue la primera vez que conversamos. En aquel momento, Fraga era el ministro de Información y Turismo. Al ver que Franco me llamaba, Fraga vino corriendo detrás. Franco me pidió que cuando entrevistara a sus nietos tuviera cuidado porque en Barcelona decían que él era madridista. Y claro, el nieto había dicho que era el Madrid. Me amonestó y me dijo que tuviese cuidado cuando hablase de él para no comprometerle. Me disculpé y Fraga me echó una mirada que todavía recuerdo y que no pasó inadvertida para Franco. Justo antes de empezar la segunda parte, delante de Fraga y doña Carmen, Franco se acercó a estrecharme la mano y me dijo que esperaba seguir viéndome todos los días en el telediario. Aquello me salvó del despido.
—¿De qué equipo era Franco?
—Franco era madridista, pero antes que eso Franco era franquista. Y como era madridista, su nieto era del Madrid. Ahora hablar bien de Franco es muy difícil porque la gente es muy cobarde. Cuando yo digo que soy liberal y del Atlético de Madrid, digo que en mi vida no he sido cobarde; he sido prudente. En la época de Franco ni me metí en política ni me importó la política. Sólo me preocupaba del periódico Pueblo, que era lo que me divertía.
«Con Florentino no me hablo. Es más soso que una mata de habas y no es buena persona»
—¿Cómo era la relación entre Bernabéu y Franco?
—A Bernabéu, Franco no le caía bien. No sé si era monárquico o no, porque en la época de Franco no se hablaba de política. Veías un telediario y todo era maravilloso. Todo era dulce.
—Bernabéu tuvo un encontronazo con Millán-Astray...
—Sí, lo echó del palco. Millán-Astray entró y se sentó en el asiento de Bernabéu. Cuando llegó Santiago, ordenó que lo levantaran de allí o no había fútbol. Bernabéu tenía sus cosas. Hablaba muy mal de Cataluña porque ese odio Barcelona-Madrid viene de hace muchos años. Bernabéu no le tenía ninguna simpatía al Barça. Un día le entrevistaron para un periódico de Murcia e hizo unas declaraciones que aparecieron en primera página: “Si Cataluña no tuviese catalanes, qué gran lugar sería”. Los periódicos de Barcelona empezaron a atizarle. Cuando se enteró el Gobierno de lo ocurrido, Fraga le escribió un telegrama ordenándole que rectificase; Bernabéu le contestó con otro diciéndole que no le daba la gana. Y no rectificó.
—¿Cómo era la relación de Bernabéu con Di Stéfano?
-—Don Santiago tampoco mostraba simpatía por Di Stéfano. Bernabéu era un tipo muy especial. Yo, que he visto jugar a Pelé, a Maradona y a Messi, te digo que el futbolista más completo que he visto ha sido Di Stéfano. Pelé era muy elegante, una maravilla, pero no bajaba. Di Stéfano subía, bajaba, era portero, delantero centro… Era un tío genial. Pero tenía un carácter muy desagradable, muy antipático. Yo le hice su biografía en seis capítulos para TVE, una serie de televisión que se vendió al mundo entero. Ahí fue cuando hice más intimidad con Alfredo, porque estuve con él en Nápoles, donde le hizo una entrevista a Maradona; estuvimos rodando aquella serie durante un mes. Gracias a eso, hicimos muy buena amistad. Entonces, le pregunté por su carácter. Me contestó que sabía que su carácter era muy difícil, pero que era un gen con el que había nacido y que no lo podía evitar. Él acabó en la silla de ruedas y la última vez que hablé con él le pregunté por su estado de salud. Me respondió que estaba muy mal: “Miguel, para vivir así, es mejor morirse. No se puede vivir en una silla de ruedas. Una cosa te voy decir: si volviera a nacer y a ser futbolista, a mí no me infiltrarían los médicos jamás. Porque todo lo que me pasa es consecuencia de las infiltraciones”.
—¿Qué pensaría Bernabéu de Florentino?
—Con Florentino no me hablo. Es más soso que una mata de habas y no es buena persona. Es lo único que te puedo decir. Porque se ha cargado a algún compañero. Cuando Florentino llegó a la presidencia, en su primera etapa, yo estaba en ABC y comí tres veces con él. Me pidió que le ayudase. Me llevaba muy bien con él. Pero escribí un artículo en ABC y llamó a Luis María Anson pidiendo mi cabeza. A partir de ese momento, rompí con Florentino. Imagínate los años que hace de esto. Él es como la fórmula del agua, H2O: incoloro, inodoro e insípido, hablando como persona. Bernabéu habría sido amigo de Ramón Mendoza, pero no de Florentino. La estructura mental, estética y ética de Bernabéu no coincide con la de Florentino.
—¿Nunca discutió con Bernabéu?
—Bernabéu tuvo un vicepresidente que era dueño de dos o tres teatros de Madrid. Hubo una artista de Alicante, Carmen Estrella, que debutó en Madrid con Paquita Rico. Este señor se enamoró de Carmen Estrella y quería intimar con ella. Estrella se negó. Ella llamó por teléfono a Pueblo y me dijo que tenía un problema tremendo porque ese señor le acosaba y le había amenazado con no volver a trabajar en Madrid. Escribí un artículo en Pueblo contra él y Bernabéu montó en cólera. Saporta me llamó y me dijo que Santiago estaba cabreadísimo conmigo por lo que había escrito y que quería un careo, porque decía que había mentido. Le conté a Saporta todo, con pelos y señales. Al día siguiente, me presenté a hablar con Bernabéu, que ya sabía todo por Saporta. Al recibirme don Santiago no estaba allí el vicepresidente, algo que me extrañó. Bernabéu me pidió que le contara la verdad y se la conté igual que a Saporta. El vicepresidente estaba en la habitación de al lado oyendo la conversación. Al final no hubo careo porque Bernabéu se dio cuenta de que yo tenía toda la razón.
—¿Qué papel jugaba Saporta en aquel Real Madrid?
—El Madrid ganó las primeras Copas de Europa consecutivas sin que se le diera excesiva cobertura en los periódicos europeos. En aquellos momentos, España era un país completamente aislado. Era una dictadura muy severa. Raimundo Saporta se puso como objetivo que la prensa extranjera hablara del Madrid. A la tercera Copa de Europa, le dijo a Bernabéu que tenían que conseguir que en Francia, Alemania, Italia e Inglaterra se hicieran eco de los éxitos del Madrid. Así que Saporta, que era muy listo, se puso como objetivo ganarse la atención del France Soir, un periódico con una tirada de un millón de ejemplares diarios. Allí trabaja Jean Eskenazi, que hacía la columna más importante de Francia. Saporta lo invitó a Madrid, se lo llevó al hotel Ritz y le puso un coche con chófer. Agradecido por el recibimiento y su maravillosa habitación, Eskenazi le dedicó un artículo al Madrid. Era la primera vez que ese periodista visitaba España y acabó comprándose una casa en Palma de Mallorca. Aquel verano comenzó a viajar por las Islas Baleares. Un día me dijo: “Los españoles no sois inteligentes. Si fueseis inteligentes, seríais millonarios. Seriáis un país rico. ¿Sabes cuál es el petróleo de España? El sol y el cielo azul. No hay país en Europa con este sol, tenéis que explotarlo. ¿Por qué no vas y se lo dices a Franco?”. Si le hubiéramos hecho caso, en lugar de haber construido esas urbanizaciones tan miserables en el Mediterráneo español, ahora tendríamos lo que tienen los franceses en Niza y en toda la costa azul…
Del museo de los horrores. Mientras en España había gente luchando contra el terror del franquismo este señor era «prudente». Comienza la entrevista diciendo «a mí me interesa todo, incluida la política»,pero » En la época de Franco ni me metí en política ni me importó la política». Así eran los periodistas del franquismo, los que ahora hablan mal de la izquierda o de Iglesias, pero en la dictadura «no les importaba la política».
Personaje repugnante.