Hace 76 años se jugó un partido del que no se acuerda nadie y que fue, sin embargo, el primero de la Europa en paz. Alemania se había rendido el 7 de mayo y, aunque la guerra proseguía en el Pacífico —el 6 de agosto se arrojó sobre Hiroshima la primera bomba atómica—, Inglaterra quiso incluir entre los festejos un partido de fútbol. En un primer momento la idea fue jugar contra la Unión Soviética, pero el plan se desestimó pronto: los soviéticos no estaban en condiciones de reunir un equipo. De hecho, su primer partido tras la guerra fue en 1954, un amistoso contra Suecia (7-0).
Francia fue la segunda opción y Wembley (cómo no) el estadio elegido. Los carteles del partido se adornaron con una gran V de victoria y se recalcó el carácter benéfico del encuentro: “En ayuda de la caridad británica y francesa”. La banda del Regimiento 156 de la Infantería de Francia, recién llegada del frente alemán, amenizó los prolegómenos. Los franceses fueron presentados como amigos y aliados de Inglaterra, cuestión discutible en términos sentimentales pero que nadie osó discutir aquella tarde. El pomposo The Times calificó como “una sorpresa” cualquier resultado que no fuera una victoria inglesa. El último partido entre ambos, siete años antes, se había saldado con triunfo inglés en el Parque de los Príncipes por 2-4.
El árbitro era el belga Louis André Baert, el mismo que había masacrado a la Selección española contra Italia en los cuartos de final del Mundial de Mussolini. Pero esa es otra historia.
El partido fue reñido, heroico desde el punto de vista francés. Los bleus empataron en el último minuto de la primera parte y en el último de la segunda, dejando en el marcador en un más que honorable 2-2. El cronista de The Times no siguió el sabio consejo de Churchill: “A menudo he tenido que comerme mis palabras y he descubierto que son una dieta equilibrada”.
El duelo se repitió en París en 1946 y Francia ganó por 2-1. Antes de jugar la revancha en Londres en 1947, The Times advirtió de la necesidad de mover rápido el balón para evitar el muro que plantaban frente a su área los equipos continentales: “Se recomienda al equipo inglés no subestimar a los vecinos del Canal”. Inglaterra venció por 3-0 en Highbury y el partido pasó a la historia por ser el primer encuentro internacional en el que se permitía cambiar al portero en caso de lesión. Como suele ocurrir en estos casos, ningún guardameta salió lastimado.
Pero volvamos al Partido de la Victoria. Cuesta creer que un duelo tan relevante en términos históricos no se acompañe de mejores anécdotas que un doble empate in extremis. Para encontrarlas hay que indagar en los goleadores, Raich Carter y Tommy Lawton por Inglaterra, y Oscar Heisserer y Ernest Vaast por Francia.
Horatio Raich Carter es el único jugador en la historia del fútbol inglés que ha ganado dos Copas con una guerra de por medio. Lo consiguió como capitán del Sunderland en 1936 y en 1937, cuando recibió el trofeo de manos de la Reina en el año de la coronación, y lo volvió a lograr con el Derby County en 1946. Stanley Matthews dijo de él que fue “un artista supremo deslumbrantemente inteligente, constructivo y letal de cara a la portería”. En abril de 1937, a los 24 años, ya tenía una estatua de cera en el museo de Madame Tussauds.
Al dejar el fútbol, Carter se convirtió en un entrenador singular: no creía en los entrenamientos, pretendía que sus futbolistas jugaran de oído. Si su fútbol se parecía al de Scholes (según su biógrafo), sus frases recuerdan a Clough y Mourinho: “Solía ser arrogante, pero he madurado: ahora sólo soy engreído”.
Tommy Lawton fue el primer futbolista de la Tercera División (Notts County) internacional con Inglaterra. Adicto al tabaco, se fumó la autoridad del seleccionador Walter Winterbottom: “Si crees que me vas a enseñar a marcar goles, vas listo”. Stanley Matthews aseguraba que fue el mejor cabeceador que jamás vio. Lawton se arruinó y terminó escribiendo para el Nottingham Evening Post. Publicó cuatro libros y se divorció dos veces.
La biografía de los goleadores franceses tampoco tiene desperdicio. Oscar Heisserer nació en Alsacia, un territorio que fue alemán después de la guerra franco-prusiana y que volvió a ser francés tras la Primera Guerra Mundial. Es fácil imaginar con qué ganas lo volvieron a ocupar los nazis. Heisserer, internacional francés en el Mundial del 38, jugaba durante la ocupación en el Racing Club de Estrasburgo. “Delgado, pálido y rubio, parecía más un alemán que un francés”. Un día fue asaltado por varios miembros de las SS que le invitaron a jugar para Alemania con el argumento de que Alsacia “formaría parte del Tercer Reich por los próximos cien mil años”. Se negó. Su vida corrió serio peligro pero vivió 90 años. Entre sus medallas está haber sido el primer entrenador del Olympique de Lyon (1951).
Ernest Vaast fue incluido por France Football entre los 100 mejores futbolistas franceses de todos los tiempos. Fue el primer francés que marcó en Wembley, precisamente en el Partido de la Victoria, y ganó dos Copas con el Racing Club de París (1945 y 1949).
Al final de la temporada 1948, mientras se recuperaba de una lesión en Suiza, jugó dos partidos amistosos con el Servette. El Racing de París denunció que el jugador todavía tenía con contrato y tanto la Federación Francesa como la FIFA le suspendieron de por vida. Su caso fue revisado, Jules Rimet levantó el castigo y Vaast volvió al Racing de París después de ganar la Liga suiza en 1950. Su proceso dio origen a la creación de la Unión de Futbolistas Profesionales en 1961.
Así le fue la vida a los goleadores de un partido que celebró la Victoria, pero no la paz. A las tres de la tarde en Londres, cuando comenzó a rodar el balón, la noche Tokio ya era una hoguera por las bombas de los B-29 estadounidenses. Pero esa también es otra historia…