Era mucho mejor cuando proliferaban las banderas de España con el águila, las franquistas, para entendernos bien. Entonces podíamos distinguir perfectamente a los nostálgicos de la dictadura. Su exhibición era un acto de coherencia ideológica y un aviso a navegantes: el franquismo sigue presente en tanto en cuanto quedan franquistas. Fue un error empeñarse en extirpar esas banderas porque favorecían el cuenteo. Se las repudió con tal ahínco que los nostálgicos terminaron por refugiarse en la bicolor constitucional y ahí se les perdió el rastro. A ellos y a nosotros.
El caso es que unos cuantos nos hemos vuelto a quedar sin bandera. Hace diez años, cuando la Selección española ganó el Mundial de Sudáfrica, asistimos a un fenómeno inaudito. Por primera vez, la bandera no se vinculó con una ideología, sino con un equipo cuyo éxito se celebró como un triunfo colectivo. Nadie fue acusado de facha por colgar la bandera del balcón o usarla como capa. El fútbol limpió de la tela el prejuicio. Aunque no por mucho tiempo.
Lo español, en estos casos, es preguntarse quién tiró la primera piedra. Si la derecha al apropiarse de la bandera o la izquierda al recelar. Como para tantas cosas, toca remontarse a la Transición. En 1977, el Partido Comunista aceptó como propia la bicolor constitucional y Santiago Carrillo lo anunció públicamente. “Hemos decidido colocar hoy aquí, en la sala de reuniones del Comité Central, al lado de la bandera de nuestro partido, que sigue y seguirá siendo roja, la bandera con los colores oficiales del Estado”. La generosidad de los comunistas fue enorme y no tengo memoria para saber si fue suficientemente reconocida. No perdamos de vista que Franco había sustituido la tricolor republicana por la bicolor monárquica y que contra esa bandera habían luchado los republicanos en la guerra. Carrillo entendió, y no lo han vuelto entender los líderes de la izquierda más o menos comunista, que la mejor manera de desactivar un prejuicio es afrontarlo con normalidad.

Seguimos en 1977. Poco antes de las primeras elecciones tras la dictadura, Alianza Popular celebró un mitin en la Plaza de Toros de Las Ventas con profusión de banderas españolas y presidido por los que habían sido ministros franquistas Fraga y Arias Navarro. En aquellos días, el cartel electoral de Fuerza Nueva para esos mismos comicios incluía una bandera de España con la leyenda: “Por la Unidad, Grandeza y Libertad”. La alusión de la extrema derecha a la “libertad” ya resultaba, cuando menos, peculiar. Y debe tomarse como una coincidencia (cómo si no) que en las manifestaciones contra el Gobierno la petición de “libertad” haya sido una de las reclamaciones más repetidas. A lo que voy: la derecha se agarraba la bandera como símbolo.

Cuando Tejero dio el golpe de Estado en febrero de 1981, la bandera oficial todavía incluía el águila de San Juan y el yugo y las flechas, aunque el escudo se había rediseñado ligeramente con respecto al emblema franquista. No fue hasta octubre cuando se adoptó el escudo actual, sin pájaro y con el añadido de la corona borbónica y la flor de lis. La Selección española lo estrenó oficialmente en el Mundial de España con los infaustos resultados conocidos.
Fue poco antes de ese Mundial cuando Arconada pidió permiso a la Federación para usar medias blancas —las que utilizaba en la Real— en vez de las preceptivas medias negras con la bandera rojigualda que sí se había puesto en la Eurocopa de 1980. La Federación, presidida por Pablo Porta (activo falangista), no tuvo inconveniente. Sin embargo, las críticas arreciaron. Se acusó al portero donostiarra de no querer lucir la bandera española por ser simpatizante de ETA o por estar amenazado por la organización; el motivo era lo de menos. Se indagó también en otros internacionales, casi siempre vascos, que al doblarse las medias no dejaban ver al completo la bandera de España. La bandera desapareció de las medias después del Mundial de México, al menos en su diseño clásico. El presidente federativo era entonces José Luis Roca, exdiputado de Alianza Popular.

Otro caso singular es el del maillot de campeón de España de ciclismo en ruta. Desde que Miguel Indurain lo ganó en 1992 hasta ahora, los sucesivos equipos de Abarca Sports (de Banesto a Movistar) han intentado minimizar la bandera de España en el maillot con la excusa de que perjudica la visibilidad de la marca comercial, argumento que se pasó por alto cuando Valverde vistió el jersey arcoiris. Como tantas veces, cuesta distinguir el prejuicio del complejo.
Entretanto, y de la Transición a nuestros días, se ha mantenido en los campos de fútbol la penosa costumbre de utilizar las banderas (españolas o autonómicas) como un símbolo de rivalidad deportivo-política que nadie ha tenido a bien atajar. Una vez más, las partes aseguran que el otro insultó primero.
En semejantes condiciones, lo del Mundial 2010 fue un milagro. Según la Selección ganaba partidos —muchos agónicamente— de los balcones y ventanas de las casas se colgaron banderas de España que siempre eran más a la mañana siguiente. Ese impulso espontáneo estaba animado por un equipo que mezclaba, y mezclaba bien, la catalanidad manifiesta de Piqué con la españolidad más tópica de Sergio Ramos, por citar dos tensiones latentes, dirigidos todos por un castellano de izquierdas como Vicente Del Bosque. España era posible.
No tengo noticia de que nadie hablara de manifestación fascista en el recibimiento a los campeones en Madrid, a pesar de los miles de banderas rojigualdas. Lástima que el afecto nos durara tan poco.
En 2015 comenzaron a los abucheos a Piqué por defender la consulta independentista en Cataluña. En 2016 se le acusó de cortarse las mangas de la camiseta para no lucir la bandera española, acusación que se demostró infundada.
El 11 de julio se cumplirán diez años del primer y único Mundial de fútbol de la Selección española. Si alguien tiene pensado salir ese día a la calle con la bandera de España debe saber que será confundido con un opositor al gobierno, seguramente votante de Vox. Es la consecuencia del uso partidista de la bandera por quienes han decidido que ellos son España y los demás ya veremos. Lo que nos devuelve a la casilla de salida, 1977, pero sin los políticos de antaño. La conclusión es terrorífica, de puro infantil. O ganamos el Mundial de Qatar o estamos perdidos.
La bandera de España pertenece a todo aquel que la luzca con orgullo, sea de izquierdas o de derechas. Si unos la pasean con alegría y sin complejos y otros la ocultan, evitando incluso decir la palabra ‘España’ en público, pues por algo será. Todo lo demás son monsergas, buenísmo y ganas de justificar lo injustificable.