El aniversario del suicidio de Hitler (30 de abril, una efeméride que celebramos poco) me hizo preguntarme por su relación con el fútbol. Aunque no existe demasiada documentación al respecto, todo indica que el Fuhrer odiaba el fútbol (también) por considerarlo una diversión de ingleses. Se cree que sólo asistió una vez a un partido. Fue el 7 de agosto de 1936, durante los Juegos Olímpicos de Berlín, y lo hizo a instancias de Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda. La selección alemana había goleado a Luxemburgo (9-0) en su estreno y el siguiente cruce, contra Noruega, se presentaba propicio para celebrar otra victoria para mayor gloria del Reich.

Hago aquí un inciso. Aunque Hitler despreciaba el fútbol, el fascismo lo tenía en alta estima como herramienta propagandística. En 1934, Mussolini organizó un Mundial con la única intención de ganarlo. Y lo ganó, naturalmente. No sin antes atropellar a España en cuartos y a Austria en semifinales. Se cuenta que en vísperas de ese partido, el Duce invitó a cenar al árbitro del encuentro, Ivan Eklind. Hay ofertas que no se pueden rechazar.

El hecho no pasó inadvertido para los nazis, que recuperaron el fútbol para sus Juegos Olímpicos. Había estado ausente en Los Angeles 1932 y existían dudas de que regresara al programa olímpico después de la celebración de la primera Copa del Mundo en 1930. Pero volvió. Era un reclamo para el público y un magnífico escaparate para el nazismo.

La depuración

El control de los nazis sobre el fútbol se hizo absoluto desde 1933, cuando Hitler alcanzó el poder. Desde entonces se impuso el saludo nazi a los jugadores, que también fueron sometidos a exámenes de nazismo en los que se les preguntaba, entre otras cuestiones, por la fecha de nacimiento del Fuhrer.  

La persecución a los judíos también fue implacable en el fútbol. Se estima que más de 300 jugadores judíos fueron eliminados, algunos muertos en circunstancias sospechosas y otros en campos de concentración. El presidente del Bayern, el judío Kurt Landauer, fue destituido y acabó deportado en Dachau, aunque fue liberado 33 días después por su historial militar en la Primera Gran Guerra; desde Múnich se escapó a Suiza y regresó a la presidencia del club en 1951. Es un ejemplo entre cientos, de los pocos con final feliz.

El Schalke ha sido acusado con frecuencia de ser el equipo de Hitler por coincidir su época de esplendor con el nazismo (seis títulos nacionales entre 1933 y 1945). Sin embargo no hay una sola foto o documento que sostenga esa teoría. Lo que nos lleva, de nuevo, al primer y único partido de fútbol en el que está registrada la presencia del Fuhrer, aquel Alemania-Noruega de cuartos de final de los Juegos Olímpicos de Berlín.

Hagamos aquí otro inciso. Para los nazis, Noruega era tenida por una nación amiga y el sentimiento era recíproco para muchos noruegos, beneficiados económicamente por los sucesivos acuerdos comerciales entre los dos países. No existía, por tanto, ni rivalidad política ni deportiva. Noruega era una selección teóricamente inferior y estaba entrenada por un exjugador del Hamburgo, Asbjorn Halvorsen. La victoria alemana parecía pan comido.

En el palco del Poststadion se encontraba la plana mayor del nazismo: Hitler, Rudolph Hess, Joseph Goebbels y Hermann Göring. En las gradas, 55.000 espectadores. El partido no hizo más que multiplicar el odio de Hitler por el fútbol. A los seis minutos marcó Noruega, que sentenció en el 84’. Hitler abandonó el recinto antes de la finalización del encuentro, acompañado de su séquito. “El Fuhrer está enfurecido. No puedo soportarlo. Soy un manojo de nervios”, escribió Goebbels.

Esta es la Noruega que venció 0-2 a Alemania en los Juegos del 36.

Magnar Isaksen fue el autor de los goles noruegos y, pese a lo que se dijo durante años (quizá para redondear el cuento), no era judío. Tampoco fue la estrella del partido, o no la única. El mejor futbolista fue Odd Frantzen, un estibador de Bergen de 23 años que destrozó a la defensa alemana con sus incursiones por la banda derecha. Volveremos luego al desdichado Frantzen.

Con Alemania eliminada, los austriacos (primos hermanos) se vieron favorecidos por un fenómeno insólito, casi paranormal. En su partido de cuartos perdieron contra Perú por 4-2, si bien el choque fue invalidado por una presunta invasión de campo de aficionados peruanos, uno de los cuales habría agredido incluso a un futbolista austriaco. ¿Ustedes son capaces de imaginar algo parecido en los Juegos de la Alemania nazi? Yo tampoco. La delegación peruana se negó a jugar al día siguiente y abandonó inmediatamente Berlín.

Noruega perdió contra Italia en semifinales y se hizo con la medalla de bronce al vencer a Polonia. Los italianos se proclamaron campeones al derrotar a Austria en la prórroga sin presencia de Hitler en el palco…

La desgracia

Noruega e Italia se encontraron dos años después en el Mundial de Francia de 1938 y cabe pensar que en ese partido los alemanes ajustaron cuentas. El árbitro, un austriaco con pasaporte alemán, anuló en el último minuto el gol que hubiera clasificado a Noruega para los cuartos de final (los italianos se impusieron en la prórroga). Odd Frantzen no pudo salvar a su equipo. Y tampoco pudo salvarse a sí mismo. Fue víctima del alcohol y de la desgracia en estado puro. La ocupación nazi de Noruega término con su carrera deportiva con veinte partidos como internacional; tenía 27 años. A los 45 le amputaron una pierna tras un accidente de coche. A los 64, ya convertido poco menos que en un vagabundo, fue pateado hasta morir por un joven chiflado.

El entrenador de la Noruega que fue bronce en Berlín también se vio arrasado por la guerra. Asbjorn Halvorsen, que era judío, pasó por varios campos de concentración hasta quedar recluido cerca Hamburgo, la ciudad donde había triunfado como futbolista. En el momento de su ingreso pesaba 40 kilos y sufría de tifus, neumonía, reumatismo y malnutrición. Allí se encontró con su excompañero Otto Tull Harder, jefe de pelotón de las SS y guardia del campo. Halvorsen sobrevivió y Harder fue juzgado tras la guerra. En su defensa, alegó que organizaba partidos entre los internos y que muchos se morían porque estaban acostumbrados a la comida de mala calidad de los guetos judíos y no podían hacer frente a la calidad y cantidad de la comida del campo. Por supuesto, declaró que no tenía ni idea de las atrocidades que allí se cometían. Fue condenado a quince años de prisión que se redujeron a diez y de los que cumplió cuatro. Murió en 1956, un año más tarde que Halvorsen.

Entretanto, el fútbol siguió empeñado en escupir a la cara de Hitler. En el Mundial del 34, Alemania perdió en semifinales contra Checoslovaquia, un país que los nazis se anexionarían cuatro años después. El 12 mayo de 1935, la selección de la España republicana venció en Colonia a la selección alemana ante 73.000 espectadores (1-2, doblete de Lángara). El 4 de diciembre de ese mismo año, los alemanes perdieron por 3-0 contra Inglaterra en White Hart Lane, el campo del Tottenham, el club judío. El partido de revancha se jugó en Berlín el 14 de mayo de 1938; dos meses antes, los nazis se habían anexionado Austria y captado (raptado) para su selección a los mejores futbolistas austriacos. Para la vergüenza de Inglaterra quedará que sus futbolistas hicieron el saludo nazi, presionados por el presidente de la FIFA, Stanley Rous. El orgullo deportivo quedó intacto: los ingleses vencieron por 3-6 ante los 110.000 espectadores que llenaban el estadio olímpico de Berlín. Entre las autoridades nazis en el palco (Goebbels, Goering, Hess…) no se hallaba Hitler.

En 1941, la humillación nazi alcanzó cotas intolerables. Suiza venció a la Mannschaft el 20 de abril (2-1), el día del cumpleaños del Fuhrer. De paso, los suizos arrebataron a los alemanes la condición de campeones del mundo no oficiales, un reconocimiento inventado durante la guerra y que, al estilo de los combates de boxeo, proclamaba campeón al equipo que venciera al vigente campeón, y así sucesivamente.

La derrota ante Suiza provocó que Goebbles amenazara a los jugadores con enviarlos al Frente Oriental si perdían otro partido. Y el mensaje caló: los alemanes empataron contra España (1-1), ganaron en Hungría (3-5), en Bulgaria (0-3) y a Rumanía (7-0), antes de regresar a Berlín el 20 de septiembre de 1942 como campeones del mundo no oficiales. El rival era Suecia, un país que se decía neutral, aunque había permitido el paso de tropas alemanas por su territorio camino de la Unión Soviética. Otra perita en dulce…

Los suecos ganaron 2-3 y Goebbles se lamentó en su diario: “Cien mil personas han abandonado el estadio deprimidas. Para la gente, ganar un partido es más importante que capturar una ciudad en el frente del Este”. Desde ese momento, el ministro de propaganda declaró que no habría intercambios deportivos cuando el resultado fuera «impredecible».

La selección alemana no volvió a jugar al fútbol entre 1943 y 1950. Hitler se pegó un tiro en 1945 del que se han cumplido ya 76 años. Un gran día para la humanidad y para la historia del fútbol…

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