Hugo Vaca (Córdoba, Argentina, 1956) apenas sabía de Cádiz cuando en 1978 le contaron que el club estaba interesado en su fichaje. En el equipo gaditano jugó cinco temporadas y coincidió con Mágico González, con el que sólo disputó dos partidos como consecuencia de su sindicalismo. Se retiró en 1986 en el Algeciras por una lesión de rodilla. Sin embargo, su periplo por Cádiz no ha finalizado 42 años después de su llegada. Actualmente, presenta El Submarino Amarillo, un programa dedicado al club cadista en Onda Cádiz.
—Usted dejó Argentina justo antes del Mundial de 1978. ¿Cómo era el ambiente que se vivía en el país en víspera de un acontecimiento deportivo de ese calibre y en mitad de una dictadura?
—Desde fuera, creo que se enteraban más de las cosas de lo que nos enterábamos en Argentina. Nosotros nos preocupábamos más de los estudios y del fútbol; muchas veces no teníamos conciencia de todo este tema. Después vino el golpe militar y la dictadura… Lo vivíamos todo con respeto. Yo llegué a Cádiz después del Mundial y cuando se disputó la Copa del Mundo todavía vivía en Argentina. Estuve cinco años en Bélgrano, cinco meses a préstamo en Huracán de Córdoba y de ahí vine a Cádiz.
—Usted jugó con Ardiles, uno de los integrantes del equipo campeón del mundo. ¿Cómo era?
—Con Ardiles coincidí en el Nacional de 1975. Era un hombre muy reservado, serio, disciplinado y de una buena familia. Era una persona muy correcta e introvertida.
—Cuando Argentina ganó aquel Mundial, sólo Kempes jugaba fuera del país. ¿Eran aquellos mejores tiempos para el fútbol argentino?
—Por supuesto que sí. Todas las figuras del fútbol argentino estaban en el país. Fue la mejor época del fútbol argentino, porque el futbolista estaba más concienciado. En aquella época, estaba más arraigado el sentimiento argentino. Ahora los chicos salen con 17 o 18 años. Los ejemplos son Higuaín, Di María… En el fútbol argentino, hay chicos con mucho talento, pero que salen muy jóvenes con falta total de experiencia. Por otra parte, los que vuelven, los Tévez, Verón… vienen de vuelta. No hay jugadores con 26 o 27 años en su apogeo.
«En Argentina, los chicos debutan con 16 o 17 años y a los 20 ya tienen 100 partidos en Primera. Les falta hacerse»
—¿Falta formación en los jóvenes?
—El argentino es un jugador de potrero. Ahora lo están queriendo encajar en el fútbol alemán o en el holandés, que son buenísimos, pero no con tanto talento. A los futbolistas les falta hacerse. En Argentina, debutan los chicos con 16 o 17 años y con 20 ya tienen 100 partidos en Primera. Y se pagan 20 millones de dólares por un jugador joven. Son una barbaridad las cantidades que se manejan. Los clubes allá están todos en bancarrota; no sé cómo sobreviven, porque todos deben. A los más saneados, como Belgrano de Córdoba, que tiene un presidente que construyó una ciudad deportiva con 20 campos de fútbol y que paga al día a los jugadores, le quitan los jugadores equipos como Independiente o San Lorenzo, que están fundidos económicamente.
—¿Cómo se explica eso?
—Por la mafia que hay. El presidente de Independiente es Moyano, el sindicalista número uno de Argentina y lleva todo el tema de transportes. Él es capaz de parar el país con una llamada de teléfono. Su yerno es Tapia, el presidente de la AFA. También está Angelici, que era presidente de Boca. Trajeron a Sampaoli pagándole una gran cantidad de dinero al Sevilla y luego la indemnización también fue alta. Se mueve una gran cantidad de dinero, pero a los clubes les llega poco.
—¿Influyó la victoria en el Mundial para que los jugadores salieran al extranjero? Passarella fichó por la Fiorentina, Ardiles por el Tottenham, Bertoni por el Sevilla…
—Indiscutiblemente. En aquel momento, Brasil era el número uno, porque sus jugadores eran más exportables. Ahí subió muchísimo el caché del futbolista argentino, aunque no es mi caso. A España también le sucedió. No exportaba jugadores ni técnicos y ahora, tras el triplete, hay jugadores y entrenadores españoles en todas las partes del mundo.
—¿Qué me dice del 6-0 de Argentina a Perú, hubo algo raro ahí?
—¿Qué te digo entonces del 12-1 de España a Malta? El fútbol tiene esas cosas. Hay partidos que parecen los más legales y que hay cosas raras atrás; otros, que parecen escandalosos y no lo son tanto. Hablan de aquel partido porque Quiroga era un portero argentino que estaba jugando en la selección de Perú. En ese partido ayudó mucho el público argentino al equipo porque los ánimos levantan la moral. En España eso no pasaba cuando yo llegué, pero ahora sí. Ahora el público anima muchísimo, pero antes era frío. En aquel Mundial, si Fillol no hace la parada a Rensenbrink, Holanda gana 0-1 y es campeona del mundo.
—Hablaba de lo frío que era el público español. ¿Qué diferencias notaba entre las aficiones argentina y española?
—Antes el público sólo aplaudía. Yo debuté en el Bernabéu en un partido frente al Castilla. Había uno con un megáfono que se pasó todo el partido cantando “Hala Madrid, Hala Madrid”. No decían otra cosa. En el Carranza, cuando alguien hacía algo bien, aplaudían y decían «Cádiz, Cádiz”. Nada más. Ahora hay cánticos, están las gradas de animación… Ellos son los que contagian al resto. Eso ha empezado a surgir de las barras sudamericanas. En Brasil, Argentina, Chile… hay un público muy eufórico. Hace 41 años, cuando llegué, el público era más frío. Por otra parte, te aguantaban más, porque si jugabas mal un día, tampoco se te quejaban mucho. Te podían silbar un poco, pero en Argentina…
«Si me hubieran visto mis amigos con la camiseta 10 me hubieran pegado dos patadas»
—¿Aquel Mundial de 1978 era demasiado pronto para Maradona?
—Nunca se sabe. Después jugó el Mundial Juvenil en Japón y fueron campeones. Maradona siempre ha sido muy descarado, atrevido… En aquel equipo, estaban Kempes, Beto Alonso, Villa… Todos jugaban en el sitio de Diego, que tenía 17 años. Eran 25 y Menotti descartó a tres. Cuando Maradona debutó, el número 10 era sagrado en Argentina y era para los que jugaban bien al fútbol. Yo debuté con el Cádiz en el Bernabéu con el 10 a la espalda. Me quería matar. Si me hubieran visto mis amigos con el 10, me hubieran pegado dos patadas. El 10 era para los talentosos no para los picapedreros. Antes de aquel Mundial, Maradona había jugado sólo en Argentinos Juniors, que no era un equipo grande. Además, el Mundial era en casa, la presión muy grande y él era muy joven.
—¿Qué tenía Maradona que no tenga Messi?
—Más capacidad de liderazgo. Él tenía más cosas de potrero. Él se crió en un ambiente peligroso, pero se movió como pez en el agua, porque no tenía problemas con ese ambiente. Él tiene una personalidad diferente a Messi, que tuvo una familia muy estructurada con un padre que piensa por sus hijos, una madre que cuida de ellos… Eso no lo tuvo Maradona. Ambos son dos genios futbolísticos.
—¿Por qué en Argentina recelan de Messi?
—Creo que porque Maradona es del pueblo. También porque es más populista y ganó un Mundial. Además, el Mundial lo ganó casi solo. El equipo del 86 no tenía mucho talento, pero tenía a Bilardo y a unos compañeros muy competitivos. Es posiblemente lo que le haya faltado a Messi. Leo ha tenido compañeros buenísimos como Agüero, Higuaín, Di María, Lavezzi… Pero se piensan que son mejor que Messi y no han sido jugadores humildes.
«Cuando a Maradona le llegaba la pelota, parecía que caía una gota de aceite en el agua: todo se abría»
—¿Usted cree que el equipo de Maradona era más competitivo y el de Messi más técnico?
—Totalmente. El de Maradona era un bloque, un muro, y tenía el talento de Diego. A mí no me cae bien por lo que ha hecho después, pero como futbolista es un crack. Yo lo fui a ver a Sevilla una vez. Cuando estaban todos los rivales muy juntos y le llegaba la pelota, parecía que caía una gota de aceite en el agua: todo se abría. Era impresionante. Messi tiene una habilidad pura. Es un chico que juega siempre al fútbol en vertical. Si hace un caño, es porque quiere meter el gol en la jugada siguiente. Messi me parece un chico humilde. Tengo muy buena relación con gente que ha trabajado con él y me hablan maravillas de lo sencillo y humilde que es. Soy de los que piensa que lo personal está antes que lo futbolístico.
—¿Qué sabía del Cádiz cuando fichó por el equipo?
—Muy poco. Solamente que se jugaba un trofeo muy importante, el Carranza. Leía El Gráfico y veía que Boca, San Lorenzo… habían venido a jugar el torneo. No tenía más idea de eso. El año antes de yo venir, estuvo el Cádiz por primera vez en su historia en Primera.
—¿Sabía que ningún equipo argentino ha ganado jamás el Carranza?
—Sí, lo sé. Cuando yo llegué, jugaron el Carranza River, Valencia, Atlético de Madrid y Bologna. River venía con todo. En aquel equipo estaban Fillol, Passarella, Pedro González, Beto Alonso, Jacinto Luque… Era un equipazo, pero perdió la final contra el Atlético de Madrid.
—También en el torneo se inventaron los cinco lanzamientos de penaltis para resolver un partido…
—No me acuerdo del nombre del árbitro, pero se lo inventó para que no se hiciera tan largo el partido. Creo que fueron cinco en una portería y cinco en otra.
—¿Qué habría que hacer para recuperar los tiempos de gloria del Carranza?
—Imposible. Nosotros tuvimos la oportunidad de ganar el primer Carranza para el Cádiz en 1981. Fue la vigésimo séptima edición y le ganamos 1-0 al Sevilla. El Carranza se hizo para atraer al turismo. Se disputaba la última semana de agosto para que la gente estuviera más tiempo en Cádiz. Había dinero municipal, que financiaba todos los gastos, y no escatimaban. Además, venían los mejores equipos. Yo vi a Zico con el Flamengo, a Junior, Renato Gaúcho… Estuve en Brasil cuando fui director deportivo del Cádiz y al entrar en el estadio del Sao Paulo, lo primero que vi en la sala de trofeos fue un Carranza. Cuando ellos llegaban con el trofeo a Brasil, los buscaba el camión de los bomberos como si se tratara de la Copa América.
—Se juntaban los mejores del mundo en Cádiz…
—Sí. No había televisión. Pelé y Cruyff se enfrentaron. Uno en el Santos y el otro, en el Ajax. También vino Beckenbauer. El único que no ha jugado el Carranza fue Maradona. Venía la gente a verlos aquí. Aquello tenía un prestigio extraordinario. Ahora no, porque no hay capacidad para traer a los equipos. Es imposible traer al Barcelona o al Madrid al Carranza, porque están haciendo las giras por Asia, Estados Unidos… Está todo mercantilizado y los espectadores ya han visto en numerosas ocasiones a esos equipos por televisión.
—¿Cómo lograba Cádiz convencer a los mejores equipos para que disputaran el trofeo?
—Porque tenía caché. Los brasileños venían aquí a mostrarse. Jugó una vez el Vasco de Gama con el Atlético de Madrid y estaba Jesús Gil en el palco. Él quería a Paulo Roberto, a pesar de que era jugador de fútbol sala. Cuando estuvieron hablando con los directivos, se quedaron finalmente con Donato. Eso sucedía con frecuencia. Cuando vino Universidad Católica de Chile en 1973, el Cádiz se quedó con una gran figura, Fernando Carvallo, el mejor jugador extranjero del club después de Mágico.
—¿Fue aquella la única ocasión en la que coincidió con Jesús Gil?
—Coincidimos varias veces. En el Colombino, también. El Atlético de Madrid jugaba frente a la Sampdoria. El presidente Irigoyen me llevaba a Madrid cuando teníamos que hablar de algo importante en lo deportivo. Estuvimos negociando en Madrid el traspaso de Kiko y Quevedo. En aquel momento, Rubén Cano era el director deportivo. No fue mucho el trato, pero posteriormente él compró el Cádiz y Enrique Cerezo fichó un entrenador que yo, como director deportivo, no quería. Hablé una hora por teléfono con Cerezo y al día siguiente, me dijo que fuera al hotel porque me estaba esperando el entrenador, José Antonio Naya.
—¿Dimitió cuando ocurrió aquello?
—No iba a renunciar sin que me pagaran nada. Antes, los directores deportivos teníamos nuestros cargos y las empresas su forma de ser, porque en aquella época el club era ya Sociedad Anónima Deportiva (SAD). Te tienes que tragar muchas cosas.
—¿Qué es lo que más le llamó la atención de Cádiz en comparación con Argentina cuando llegó?
—Cádiz me enamoró desde que llegué. Tuve la suerte de coincidir con unos compañeros que me ayudaron mucho. Coincidí con Hugo Módigo, con él alquilé un apartamento al lado del Carranza y estuvimos conviviendo. La gente de Cádiz me respetó y me cuidó desde el principio. Estoy en deuda históricamente con Cádiz.
—En aquel Cádiz, usted coincidió con Juan José, Pepe Mejías… y con Roque Olsen, un entrenador argentino con mucha experiencia en España…
—Roque Olsen estaba cuando yo llegué, porque yo vine a prueba y estuve dos semanas de prueba. Roque fue nuestro entrenador dos años, pero la relación fue amor-odio, porque él quería sacarme a mí más lucha y agresividad. Yo vine a Cádiz para jugar de 5. Cuando llegué, a los meses de haber firmado, me enteré que venía a sustituir a Ricardo Ibáñez, que era el 10. Era una demarcación totalmente diferente. A mí no me gustaba ir detrás de un jugador por todo el campo; era más como Busquets. No tan recuperador, pero sí que mantenía el equilibrio en el centro del campo. Él quería que yo corriese detrás de un rival todo el partido y eso no me gustaba, porque cuando tenía la pelota estaba tan cansado que no sabía qué hacer con ella.
—Entiendo que es más menottista que bilardista…
—Respeto todas las formas de jugar. Me gusta ver el fútbol de Menotti, pero entiendo la competitividad de Simeone. Posiblemente, yo jugara como el Cholo y no como Menotti. Yo me siento a ver un partido de fútbol y me gusta el espectáculo: el toque, los cambios de orientación, los controles, la presión bien hecha… Nunca me aburro viendo los partidos, porque siempre les encuentro algo. Los partidos tácticamente buenos son malísimos para el espectador.
—¿Quién tenía más razón, Bilardo o Menotti?
-Cada uno con lo suyo porque los dos son campeones del mundo. Menotti tuvo un equipo más talentoso de tres cuartos de campo hacia delante, porque estaban Ardiles, Bertoni, Luque, Kempes… Bilardo tenía un equipo guerrillero: Cucciuffo, Ruggeri, Batista, Olarticoechea, Enrique… También tenían a Valdano. Recuerdo que un día charlando con él, que fue campeón del mundo con Bilardo, me dijo que no terminó contento aquel campeonato porque Bilardo lo había mandado a seguir a Briegel y él no lo entendía. Sin embargo, se encontró mucho más cómodo con Menotti en el Mundial 82. Cuando Jorge llegó a la concentración en 1982, había tenido unos problemas personales y habló con Menotti. El seleccionador le dijo que se fuera a Santa Fe con su familia y que regresara cuando estuviera bien. Eso no hubiera sucedido con Bilardo.
—¿Qué le ha faltado a Bielsa para ser campeón del mundo?
—Suerte. Yo no llegué allí arriba, pero soy muy amigo de Lorenzo Buenaventura, que está ahora con Guardiola. Conocí a Bielsa en Barcelona, cuando fui en una ocasión a casa de Buenaventura. Lorenzo me habló maravillas de él. Cuando Bielsa clasificó a Argentina para el Mundial de 2002, fue la mejor campaña de clasificación en la historia del fútbol argentino porque quedó a 15 puntos de Brasil. Tenían un equipazo. Sin embargo, los eliminaron en primera ronda por una falta y un penalti. Me dicen que es un fenómeno y que siempre ha sido un apasionado del fútbol.
—Todos tienen una anécdota con Mágico. ¿Cuál es la suya?
—Jorge era un personaje espectacular, que vive en un mundo paralelo al nuestro. Intenta no molestar a nadie, porque tampoco quiere que lo molesten. Creo que es el hombre más feliz del mundo, porque hace lo que quiere, cuando quiere y donde quiere. En Cádiz, encontró la horma de su zapato. He estado en tres ocasiones en El Salvador y nos trataron muy bien.
—¿Estuvo al nivel de Maradona y Messi?
—Al nivel futbolístico sí, pero no al profesional. Creo que los genios no saben que son genios o no se dan por aludidos cuando les dices que son genios. Él era el chico más normal del mundo: sano, amigo de sus amigos… Unas veces dormía en mi casa, se ponía ropa mía y nos íbamos al entrenamiento. Al día siguiente, iba a casa de Luque y se dejaba allí mi ropa… Todo era lo que le apetecía en cada momento.
«Mágico dormía algunas veces en las casas de sus compañeros, pero dependía de donde lo pillara la noche»
—¿Dormía cada día en casa de un compañero?
—Algunas veces sí, aunque dependía de donde lo pillara la noche. Cuando llegó, vivió conmigo en mi casa durante dos meses. En aquella época, no podíamos vivir a las afueras.
—¿Cómo era Mágico como compañero de piso?
—Teníamos un régimen interno y el club no nos permitía vivir fuera de Cádiz. Además, teníamos que estar a las once de la noche en casa. Si incumplíamos alguna de esas reglas, nos multaban. Jorge vino al apartamento que yo había comprado ese mismo año mientras encontraba piso para alquilar. Yo estaba soltero en aquel momento. Él no era un santo ni mucho menos, porque tenía sus juergas. Él desaparecía y aparecía. Cuando desaparecía, hacía lo posible para que el técnico no lo citara ese domingo. Posiblemente porque no estaba en las condiciones físicas adecuadas. La mejor temporada del Cádiz fue la 87/88, que también fue la mejor temporada de Mágico González. El entrenador era Víctor Espárrago, la persona más seria y rigurosa que conozco. Pero es gente de fútbol. Él es una eminencia del fútbol en Uruguay y tuvo compañeros cuya disciplina fue peor que la de Mágico. Él no tuvo ningún problema con Mágico en toda la temporada ni viceversa.
—¿Cómo logró que Mágico fuese disciplinado?
—Porque era hombre de fútbol. Jorge nunca le protestó a ningún técnico, pero con Víctor encontró ese equilibrio. Espárrago entendió al personaje, que le podía salvar y que le podía dar mucho en lo futbolístico.
«En un carnaval, me disfracé de pitufo. No me conocía nadie y eso fue increíble»
—¿Cuánto le costó entender la guasa de Cádiz y las letras de las chirigotas?
—Las letras de las chirigotas un poco más que la guasa. Teniendo a Pepe Mejías, Juan José, Linares, Luque… entendí enseguida la guasa. Luque vivía en el barrio La Viña, que es la cuna del carnaval. Con Luque hice una amistad muy grande y por eso me identifiqué tanto con Cádiz, porque me enseñaron cómo era la vida del gaditano. Su madre nos hacía potaje cuando íbamos a su casa, comíamos pescaíto frito en la esquina, íbamos al cine Caleta que era un cine de verano… Al carnaval siempre fuimos vestidos de paisano, pero en una ocasión, con mi compañero Guti, se nos ocurrió disfrazarnos. Me disfracé de pitufo. No me conocía nadie y eso fue increíble. Me nombraron Hijo Adoptivo de la ciudad junto a Michael Robinson y Alejandro Sanz. A mí Cádiz me lo ha dado todo. Antes de querer al Cádiz CF, me identifiqué con la ciudad.
—¿Cómo acaba un argentino de presentador de televisión en Onda Cádiz?
—Me retiré en el Algeciras en 1986. En su día, Juan Manuel Pedreño, un periodista muy reconocido en Cádiz, pasó a Canal Sur y aquí en Cádiz siempre hacía alguna tertulia. Era un periodista muy cercano a los futbolistas y a los árbitros. Y muy crítico con los dirigentes. Entonces, él tenía muy buena relación con la gente del mundo del fútbol. Aquel año, me tuve que retirar en el Algeciras por una lesión de rodilla. Él me pidió que colaborara en la radio haciendo el resumen del rival del Cádiz. En 1987, cuando llegó Víctor Espárrago, entré en el club para hacer el scouting. El presidente Irigoyen fue mi padre deportivo, pero tuve un problema con él cuando era jugador, porque yo era representante de AFE e hicimos una huelga pidiendo que los futbolistas fueran trabajadores por cuenta ajena. Por eso jugué sólo dos partidos con Mágico. Me aumentaron el sueldo, pero el presidente le dijo al entrenador que no contara conmigo.
—¿Cómo se trabajaba el scouting en aquella época sin la tecnología actual?
—El Cádiz era un equipo de cantera y vivía de sacar jugadores y venderlos. Vendió a Juan José al Madrid, Pepe Mejías al Zaragoza… Lo primero que teníamos que conocer como ojeadores era nuestra zona de influencia: San Fernando, Puerto Real, El Puerto… En mi caso, buscaron un nexo entre la plantilla, el cuerpo técnico y la directiva. Mi nombre salió y tanto Espárrago como Irigoyen dieron el visto bueno. Tuve la suerte de que ganamos tres de los cuatro primeros partidos. Ahí empecé en 1987 y estuve hasta 1995. Estuve siete años con el equipo en Primera. El primer año vendimos a Villa al Málaga, después Calderón al Mallorca, Cortijo al Sevilla, José González al Mallorca… Todos los años entraba dinero por la venta de algún jugador para nivelar el presupuesto.
—Háblenos de su programa, El Submarino Amarillo, por si podemos comenzar a seguirlo…
—Ahora lo estoy haciendo desde casa sólo lunes, miércoles y viernes. Al haber poco contenido, hemos recortado la programación. Normalmente, es un programa diario. Los lunes y los viernes tiene una hora de duración, mientras que martes, miércoles y jueves dura media hora. El programa está dedicado al Cádiz, hablando de los entrenamientos, de los partidos… Con el coronavirus, me he tenido que reciclar. El programa se puede buscar en YouTube. No soy periodista, pero empecé hace 20 años en televisión. En el 2000, empecé en una cadena privada de Cádiz, en Onda Luz TV, donde estuve dos años. En 2010, tras haber recibido cuatro ofertas de la televisión municipal que no me habían interesado, tuvimos una reunión y comencé en Onda Cádiz.
—La Liga está suspendida, pero el Cádiz lo tiene enfilado para volver a Primera. Sería un drama que se diese por nula la temporada…
—No se puede dar por nula la temporada porque se ha desarrollado casi el 74% de la Liga. Si hubiera pasado en la jornada diez, lo entiendo. Sería incomprensible cuando se han disputado tres cuartos de temporada. El problema son los descensos más que los ascensos. El Cádiz ha estado las 31 jornadas de esta temporada en ascenso directo, 26 o 27 como primero y cuatro o cinco como segundo. Que se anulara la temporada beneficiaría al Racing, al Deportivo… A los que han hecho las cosas mal.
Excelente nota a Hugo una gran persona un Don de gente