En alguno de los 1.200 partidos de baloncesto que retransmitió en TVE, esa voz nos dejó marcados. Al menos a mí, que asocio su voz a aquellos años mágicos del baloncesto, a todo lo que sucedió después de los JJOO de Los Ángeles 84. Entonces el baloncesto se convirtió en el hermano mayor de los deportes y una de las voces que defendía esa idea con más inteligencia era la suya: la de Pedro Barthe. El periodista barbudo que aparecía antes y después de las retransmisiones. El mismo que en su última retransmisión, tras 33 años en TVE, se despidió en 2007 de una manera muy literaria. En sus últimas palabras explicó a la audiencia que «aquí finaliza el viaje a Itaca», y era verdad: finalizaba para siempre. Desde entonces, fue como si desapareciese del mapa.
«Hace meses, un ex compañero suyo, que lo adoraba y que me pidió ocultar su nombre, me pasó su número de teléfono «a ver si tienes suerte». «Podrías tener una conversación muy bonita con él». Pero a la vez me advirtió que no sería fácil, que Pedro Barthe se había convertido en un tipo muy esquivo entre otras razones porque la vanidad le importaba un pimiento. El día que hablé con él lo comprobé de primera mano. Recuerdo que declinó la oferta con una educación infinita. Justificó que él ya estaba retirado de todo, que ya había pasado su momento, que no tenía sentido volver.
—Esa época ya pasó para mí —añadió.
Pedro Barthe es hoy un hombre de 65 años que, si las cuentas no fallan, se prejubiló a los 52. Hasta entonces llevaba 33 años en la televisión pública en los que tuvo tiempo de sobra para convertirse en la voz del baloncesto. Sobre todo en aquellos años ochenta en los que cada equipo tenía un jugador irrepetible, fuese Nate Davis en OAR Ferrol, Kevin McGee en CAI Zaragoza, Mike Philips en el Licor 43, Dave Russel en Estudiantes. Aquellos años y aquellos apasionantes Madrid-Barcelona. En uno de ellos el balón salió por la línea lateral y cuando el árbitro se lo concedió al Barcelona nos pareció que Pedro Barthe se exaltaba o se emocionaba en una de esas anécdotas que valen para toda la vida:
—¡Balón para nosotros! —exclamó en voz alta.
Luego justificó que el balón cayó justamente en la mesa en la que estaban ellos, los comentaristas. Pero es que la tensión en aquellos Madrid-Barça, fuesen en el Palau o en la Ciudad Deportiva, era irreversible. Una marca registrada de aquella época en la que a uno se le quedaban las cosas sin querer. La pasión por cualquier deporte era como una obligación. En ese sentido el baloncesto era como un cheque en blanco con una Selección española que no tenía ningún complejo de inferioridad. No importaba que Sabonis o Tkachenko fuesen más grandes. No importaba que Yugoslavia fuese una potencia mundial porque España tenía el hambre de unos zapatos sin estrenar. Y tampoco importaba el tiempo que quedase de posesión, y ésa era una materia que Pedro Barthe sabía retransmitir como nadie. Quizás por eso lo recordamos como uno más de aquella Selección española de Antonio Díaz Miguel que tanto nos hizo soñar.
La voz de Pedro Barthe se grabó a fuego y en estos días de la pandemia, en los que se han recuperado antiguos partidos de baloncesto en TDP, ha regresado a nuestra vida. Cien años después, hemos vuelto a escuchar los nombres de Epi, Sibilio, Martín o Margall puestos en la voz de Pedro Barthe que, por lo visto, era un apasionado de la mitología griega. A su lado soñamos en los mejores años del baloncesto que hoy, debido a la crisis del COVID-19, han vuelto a casa. No sé si Pedro Barthe habrá vuelto a verlos, si se habrá escuchado a sí mismo, si leerá esto o si habrá sentido la nostalgia del tiempo pasado. Yo sí la he sentido. De alguna manera he recuperado el recuerdo de aquellos años en los que un partido de baloncesto pasaba en volandas, de esos años en los que él retransmitía el partido y Nacho Calvo estaba con el micrófono en la banda, en las entrevistas post partido con Mario Pesquera, con Alfred Julbe, con Aíto, con Lolo Sainz… Qué época. Qué jóvenes eran todos.
De los personajes que a uno le gustan siempre le gustaría saber más. Sobre todo desde que aquel compañero suyo me contó aquella vez en la que los jefes le mandaron a retransmitir una final de Copa de Europa de baloncesto al lado de Pedro Barthe. Cuando llegó, le mostró su enorme preocupación, que no sabía ni quería disimular:
—Oye, Pedro, soy consciente de mi nivel y de mi inferioridad ante ti, voy a procurar no molestarte mucho. Creo que con llevarte las personales y decir algo en un tiempo muerto me conformo.
Pedro Barthe entonces se rió y le contestó: «Déjate de tonterías, anda». Así, como sólo te contestan los grandes en la vida.
Pues claro que tendría sentido volver. Por lo menos a dejarse homenajear por toda una generación que aprendió a amar este deporte y a odiar a Stankovic con él. Y lo digo de corazón como simple amante de este deporte, como les pasará a muchos de mi generación entre los 40 y 50.