La de Liverpool fue una noche muy especial para todos los atléticos, pero fue una noche particularmente especial para mí. He tenido la fortuna de estar presente en muchas de las grandes noches del equipo de los últimos años. Pero esta vez fue diferente.
Hace unos meses perdí a mi padre, el Doctor Joaquín Lemos. Fue completamente inesperado, tan solo tenía 63 años, y la noticia llegó sin previo aviso, como el golpe más devastador. Nos dejó un agujero imposible de llenar, y los meses que siguieron han estado llenos de momentos dificilísimos, de echarle de menos y de maldecir todo lo maldecible por habérnoslo quitado tan pronto, incluyendo nuestras primeras navidades sin él, o pasar por el día de mi cumpleaños, que también era el suyo, y curiosamente el de Koke.
Como es el caso para muchísimos atléticos, fue mi padre el que me introdujo en esta locura. Crecí con una camiseta del Atleti y la verdad que se me pegó enseguida. Cuando de pequeño en el colegio me mandaban dibujar un bosque, o una playa, siempre añadía una portería y gente vestida de rojo y blanco dando patadas a un balón. Cuando tenía cinco años, ganamos el doblete. Recuerdo llamar a mi primo, madridista, al que tenía que aguantar cada vez que ganaban algo, y sentir una horrible frustración cuando él me dijo que “ahora era del Atleti”. ¿Por qué podía cambiar de equipo cuando le convenía? Mi padre me consoló y luego me explicó algo que nunca he olvidado ni olvidaré: “Los del Atleti, los del Atleti de verdad, somos del Atleti cuando gana y cuando pierde. Y por eso somos los únicos que realmente lo disfrutan cuando gana.”
Cuando yo tenía ocho años, el Atleti descendió a segunda. Familiares y amigos venían a preguntarme de qué equipo iba a ser ahora, pero yo recordaba la lección de mi padre a la perfección: «Del Atleti». ¿Pero con qué equipo de primera vas?, me preguntaban. Con ninguno, respondía.
Luego apareció Fernando Torres, gran ídolo durante toda mi infancia. Con trece años, cuando el Atleti jugaba en Copa contra el Orense, mi padre nacido y criado en Vigo tiró de contactos y logró meterme en la sala de espera del Aeropuerto de Vigo mientras toda la plantilla del Atleti aguardaba sus maletas. Todo el equipo firmó mi camiseta, que todavía cuelga en mi habitación, y le regalé a Torres una caja de bombones de las que vendíamos en mi colegio, que de hecho Fernando me quiso pagar. Fue un día absolutamente inolvidable, todavía recuerdo cómo me temblaban las piernas.
Cuando el Niño se fue a Liverpool, yo estaba destrozado. Mi padre, porque mejor padre no lo ha habido ni lo habrá, me dijo que nos iríamos a Liverpool a verle jugar. Y lo cumplió, nos llevó a toda la familia a Anfield, donde vimos al Liverpool de Benítez, Gerrard, Xabi Alonso, Reina y compañía meterle seis goles al Derby County, con doblete del Niño incluido. Recuerdo perfectamente la atmósfera mágica de Anfield, el rugido de la grada y cómo los jugadores respondían. El poster de ‘This is Anfield’ que compré en ese viaje también sobrevive en mi habitación.
Memorias con mi padre relacionadas con el Atleti son incontables, incluyen también un partido en el Calderón contra el Liverpool en Champions, que acabó 1-1. Pero quizás la más memorable fue nuestro viaje juntos a Hamburgo, a la final de la Europa League contra el Fulham, y nuestro abrazo con ese gol de Forlán en la prórroga. Por primera vez desde que yo tenía cinco años, vimos al Atleti levantar un título. «Los del Atleti, los del Atleti de verdad, somos del Atleti cuándo gana y cuando pierde. Y por eso somos los únicos que realmente lo disfrutan cuando gana.” Qué razón tenía.
Y juntos vimos también aquella horrible final de Champions en Milán. La vimos en Madrid, en el Palacio de los Deportes, rodeados de atléticos. Cuando volvimos a casa, recuerdo decirle a mi padre: “A saber si volveré a ver al Atleti en una final de Champions”. A lo que él respondió: “Yo sí que no creo que tenga otra”. Y, como siempre, tenía razón. Para él era la tercera, no la segunda.
Y ahora vuelvo al reciente partido de Anfield. Pensé que iba a jugarse a puerta cerrada, pero, por algún milagro intangible, decidieron seguir adelante con público. Y yo me fui a Liverpool, lleno de esperanza. Volví a entrar a Anfield, volví a escuchar You’ll Never Walk Alone y volví a escuchar el rugido de su grada. Pero esta vez nosotros, enfrentados a The Kop, les devolvíamos el rugido, y comparado con el sonido de nuestras 3.000 gargantas, el ambiente de Anfield ya no parecía tan impresionante. Llegó la prórroga y el 2-0 del Liverpool. Parecía imposible, parecía que al final el vigente campeón, el gigante que nunca pierde, se iba a imponer. Esos pensamientos pasaron por mi cabeza… Por un momento.
Porque fue entonces cuando sentí a mi padre conmigo. Yo soy científico, me gano la vida con pensamiento lógico y razonamiento, y soy extremadamente escéptico sobre todo lo sobrenatural y no científico. Así que no sé si fue la cerveza, los nervios, o algo más, pero juro que sentí a mi padre a mi lado, como lo había estado en Hamburgo, en la final de Champions de Milán y en incontables partidos. En mi cabeza, podía escuchar su voz con claridad cristalina. Y probablemente lo podía percibir así porque le he escuchado decir estas palabras mil y una veces: “Vamos Pabliño, no te rindas, que esto aún no se ha acabado”.
Es la cosa más ilógica del mundo. Estás en el campo del mejor del mundo, donde no han perdido en tres años. El partido ha sido un asedio y estás perdiendo 2-0. No has hecho ni una sola ocasión clara en todo el partido. En buena lógica, se acabó. Lo normal hubiera sido que te metieran uno o dos más, que el equipo se hubiera venido abajo. Pero no. “Vamos Pabliño, no te rindas, que esto aún no se ha acabado”. Yo, y los otros 3.000, gritamos más alto de lo que lo habíamos hecho en todo el partido. Y vino el milagro.
Esa lógica es la que mi padre aplicó toda su vida. Mi padre, que nació en una familia trabajadora de Vigo y llegó a dar charlas en conferencias a los mejores médicos del mundo. Porque no se rendía. Porque nunca dejó que la lógica, o lo aparentemente imposible se pusieran en su camino. Lo intentaba, intentó mil cosas que no le salieron, pero siempre se levantó y lo volvió a intentar. Y esa es también mi forma de vivir mi vida. Es la que me ha llevado a dónde estoy y la que me aplico cada día. Es la forma de vida que quiero transmitir a mis hijos, que por desgracia no tendrán la suerte de conocer a su abuelo, pero que escucharán estas historias y millones más.
Lloré como un niño cuando Morata marcó el tercero, lloré porque sentía a mi padre, el Doctor Joaquín Lemos, a mi lado en las gradas de Anfield, aunque esta vez él no podía consolarme. «Los del Atleti, los del Atleti de verdad, somos del Atleti cuándo gana y cuando pierde. Y por eso somos los únicos que realmente lo disfrutan cuando gana”. Muchas gracias papá, que razón tenías.
Hola Pablo. Yo, también como tú, soy del Atleti por mi padre. Cómo tengo casi 10 años más que tú padre, el mío me llevaba de la mano al Metropolitano. Allí me hice del Atleti para toda la vida, allí empecé a sentir y vivir las alegrías y emociones que llevaban las victorias y a sufrir las tristezas en las derrotas, que me acompañaban por la noche en la tardanza en que me vencía el sueño. Yo, al igual que tú, hecho de menos a mí padre en el largo caminar con nuestro Atleti, pero algo tenemos en común, nuestro recuerdo hacía ellos en las alegrías y derrotas. Vamos Atleti, vamos
Hola Pablo, es alucinante la conexión. Mi padre murió también de sopetón a los 64, y el día del partido tras el 2-0 también me acordé de él y de mi suegro, que tambien era del atleti, y no se por qué les sentí cerca, y a continuación remontamos el partido.
Creo que ese sentimiento ese día lo vivimos miles de atléticos en nuestro interior.
Gran artículo!!