Me senté el sábado a ver la repetición de la final del Mundial de fútbol ganado por España en 2010. Y me asaltó un pensamiento muy curioso: ¿qué recuerdos tengo de aquel día de 2010? Pues lo cierto es que muchos. Recuerdo con una sonrisa los días anteriores a la fecha de la final. Como tanta otra gente, estaba de vacaciones. Yo, con mi pareja en Calpe. Como todos los años de acontecimientos deportivos importantes, ella soportando estoicamente mi seguimiento casi compulsivo del deporte, como siempre. Hasta pasaba muchos ratos escribiendo en mi (snif) blog análisis y pensamientos sobre los mismos.
Esa parte “deportiva” de las vacaciones 2010 en concreto dio para un montón de anécdotas. El bar restaurante Tequilas, con todo el personal argentino alucinando con mis pequeñas rutinas. En dos días me hice “famoso” por mis paseos y mi sufrimiento viendo los partidos, fueran quienes fueran los contendientes. Mi grito y celebración del gol de Puyol en semifinales. Ver la semifinal de Holanda en un bar de holandeses, en el que me sentí (o no, qué narices) avergonzado, celebrando el golazo de Van Bronckhorst más que los camareros y los rubios holandeses que seguían bebiendo impasibles de sus botellines de cerveza. Concejales del ayuntamiento de Calpe pidiéndonos que no volviéramos a casa para ver la final, que nos quedáramos allí con ellos, que le dábamos suerte a nuestra selección.
Del partido tenía menos recuerdos de los que imaginaba y me gustaría. Y de los que tenía, muchos totalmente descolocados. Sí recordaba un partido más duro de lo esperado. También que me pareció que los holandeses plantearon el partido totalmente a contraestilo. Muy duros, a ratos casi violentos. A lo mejor era la única manera que vieron de ganarnos, visto desde aquí. También recordaba lo permisivo del árbitro. Y los errores a favor de uno y de otro, aunque sigo creyendo que los holandeses se vieron más favorecidos por la actuación arbitral. No recordaba, ni creo que fuera ese tipo de partidos, un fútbol demasiado brillante. Tampoco la cantidad de ocasiones que hubo antes del gol. Sólo guardaba un recuerdo claro de la parada de Casillas a Robben. Pero también creía que fue mucho más tarde dentro del partido de lo que en realidad sucedió. La prórroga sí la tenía nítida en mi cabeza. Y, supongo que, como todos, la jugada definitiva me la sé de memoria. Influirá, cómo no, las veces que he visto el gol, las veces que he escuchado las narraciones del mismo durante estos diez años. Me arrepiento ahora de no haberme quedado a celebrarlo más esa noche. Había que currar al día siguiente, lunes. Recuerdo irme a dormir sin creérmelo aún, con la sonrisa indeleble. Qué caprichosa es la memoria.
Pero lo que más me vino a la cabeza fue el viaje de vuelta de Calpe a Valladolid. Desde las banderitas de plástico con la enseña española que aguantaron de manera inesperada todo el largo trayecto ondeando trizadas en las ventanillas traseras del coche, y que provocaron pitidos y saludos desde numerosos de ellos. Pasando por la llegada a Pucela, en la que ya con amigos y familia, sólo podíamos hablar del inminente partido, y no de nuestro reciente viaje. Pero el recuerdo más vívido fue el del paso por Madrid. Por cosas del azar, el destino, la providencia y del GPS (o de un más que posible equívoco del piloto), nos metimos por el mismísimo centro de Madrid. Paramos en el semáforo justo al lado de la diosa Cibeles, a la que solté una frase no reproducible aquí, ya preparada para recibir a la afición si sucedía lo que todos queríamos que sucediera.
Aún me asombro de aquel paso por Madrid porque no había coches. Ni casi gente. Todo el mundo estaba preparándose para el partido, encerrados en casa, en el bar, pero no en la calle. Repito: el centro de Madrid, vacío. Esta vez, voluntariamente. Fuimos el último coche que pasamos por la mítica plaza y fuente antes de ser acordonada y cerrada al tráfico. Vi por el retrovisor como acababan de colocar las vallas.Y a Manolo Lama en la radio narrándolo. Y recuerdo hacerle una pregunta a mi pareja, que en aquel momento no supimos responder y para la que hoy, a nuestro pesar, tenemos respuesta: ¿Cuándo ha estado o volverá a estar Madrid tan vacío?
Casi 10 años después, ya lo sabemos. Parece que las calles sólo se vacían en casos extremos, para bien o para mal.
Esta última ocasión que vi a Iniesta enseñar la camiseta en honor de su amigo Dani Jarque, me embargó casi la misma emoción que entonces, la misma electricidad por todo mi cuerpo, salvo que esta vez no pensé “somos Campeones del Mundo”, sino ¿qué pasará para que tengan que estar de nuevo todas las calles vacías?, ¿cómo recordaremos esta situación dentro de otros 10 años?
Y, de nuevo, aún no encuentro respuesta.
La estoica novia tiene la bandera trizada guardada para recordar ese día y las emociones vividas. Deseando repetir. Ojalá se repita en la Eurocopa y q sea la próxima vez que nuestras calles se queden vacías.