Ocurrió ayer mismo. En Guimarães, que es uno de los sitios más bonitos donde usted pueda parar. Hágame caso el lector… pasear la villa, escuchar el silencio de sus piedras, incluso tomar tranquilamente un café en una de sus placitas. Experiencia deliciosa. Además, todo el mundo sabe que el café en Portugal está mucho más rico (no tanto como en Italia, pero sí mejor que aquí). Pues eso, que sucedió en Guimarães. Estadio Dom Alfonso Henriques, primer Rey luso, porque cuenta la leyenda que en esa ciudad nació el país vecino. Qué nombre, oigan, qué nombre. Tan romántico, tan hermoso.
A partir de aquí todo produce repugnancia, se lo advierto.
Jugaban un partido de fútbol (ya ven qué cosa tan pueril) el Vitória de Guimarães y el Porto. Casi, casi un derbi local, porque apenas setenta kilómetros separan esas dos ciudades del norte luso. Y entonces pasó. Lo que todos ustedes seguramente conocen, lo que habrán visto por la tele, en redes sociales, escuchado en la radio. Con qué delectación han exhibido muchos la carnaza, repitiendo y repitiendo. La cosa es que Moussa Marega, jugador del Porto, decidió abandonar el terreno de juego cuando se llevaban unos setenta minutos de partido. Marega, que es de Mali, llevaba un buen rato escuchando cosas. Cosas. Mono, chimpancé, macaco. Además de otros insultos más genéricos, vaya. Hijo de puta. Cabrón. Ese tono. Así que ponderó su dignidad por encima de aquel absurdo partido y acabó su comparecencia en el mismo. Ahí os quedáis. Jodeos.
Bien, hasta ahí tenemos una actuación repugnante y una reacción comprensible, digna de alabanza. Solo que esto es deporte, y parece que aun os quedan muchas lecciones por aprender. Porque tras el gesto de Marega todo fue de mal en peor. Salieron retratados muchos. Tantos. Los primeros, claro, los imbéciles que estaban insultando al jugador. Solo que para esos no escribo, porque ni siquiera creo que sepan leer. O, si saben, no entienden. Luego haré una pequeña referencia. Pero vamos, que si es usted racista mejor que lo deje aquí. Porque le van caer buenas hostias verbales. Las que se merece.
Tampoco deberían mirarse orgullosos al espejo hoy sus compañeros. Los mismos que agarraban a Moussa, los que intentaban disuadirlo de su idea. No te vayas, no te vayas. En lugar de acompañarlo y considerar que en ese ambiente era imposible jugar al fútbol. Con menos pestilencia se aplazó el partido en Ipurúa, por ejemplo (que nadie tome por frívola la comparación, ustedes me entienden). Tampoco su entrenador, Sérgio Conceiçao, estuvo demasiado afortunado. Hizo aspavientos, condenó la situación, sí. Pero se mantuvo allí, realizó el cambio para no jugar con diez, continuó con la farsa, con la desvergüenza. “Somos una familia”, publicaba hoy el Porto en sus redes sociales. Son una familia, pero ayer dejaron solo a uno de sus miembros. Igual que lo hizo el señor árbitro, quien arbitró más bien poco. Oiga, detenga el juego, no habrá situación más apropiada que esta. Pues nada.
Me sé cómo sigue la historia, porque ya he visto varios capítulos. Que son unos pocos energúmenos. Que no representan a toda la afición. Que, seguramente, el jugador provocó. Que cosas de chavales. Que nada tiene que ver con el color de la piel, sino con las ganas de poner nervioso a un rival. Que si la abuela fuma. Que si mira qué buena tarde ha quedado.
Y, oigan, no. Niego la mayor. Llamar “chimpancé” a un ser humano no es una manera adecuada de intentar romper su concentración. O, me explico mejor, si lo haces igual es porque no ves “tan mal” ese insulto. No hablo ya de todos los insultos (que también deberíamos censurar, ya lo expliqué en otra ocasión) sino este en concreto. Vamos, que no te puedes amparar en la masa y el evento deportivo para sacar tu vena racista. Porque, amigo, eso es lo que eres. Un racista. Recuerdo que una vez cierta persona me dijo que si fuera a ver un partido del Barcelona contra su equipo llamaría “negro” a Eto’o. No tengo nada contra los negros, argumentaba, pero está demostrado que eso lo saca del partido, y restar a un competidor como él forzosamente resulta bueno para el rival del Barça. Ya ven, justificaciones para todos los gustos, justificaciones que sirven para esconder la realidad.
Aquí hemos tenido casos de esos en abundancia. Algunos muy recientes, como lo que pasó con Iñaki Williams. Otros más “históricos”. Me viene a la cabeza lo que tenía que aguantar Wilfred, portero del Rayo Vallecano, en tiempos. Tengo memoria de cómo se metían con él, cómo lo vejaban, cómo lo agredían (porque sí… esto es también una forma de agresión). Más aun, la impunidad con la que, delante de una cámara de televisión, niños y mayores exhibían racismo de manera totalmente normalizada. Como si fuera una gracieta. Jaja. Qué arte.
El mismo Eto’o amagó con irse de un partido en La Romareda. Fue en 2006, y estaba ya cansado de las cosas que venía escuchando solo por el color de su piel. “Y por ser del equipo contrario”, seguro que braman algunos. Ese es el problema. Que lo siguen pensando. “Pero si en mi club hemos tenido negros y jamás los he insultado”, añadirán, si tienen capacidad verbal para hacerlo. El viejo truco. Cómo voy a ser homófobo si tengo un amigo gay. Yo no soy racista, pero…
En aquella ocasión a Eto’o no le dejaron marcharse. Rivales, compañeros, cuerpo técnico. Cálmate Samuel. Y Samuel volvió, porque si es difícil rebelarte frente a miles que te insultan, aun más lo es hacerlo contra ese puñado de amigos que, quizá sin saberlo, parecen justificarles. Debió marchar. Y el partido suspenderse, con pérdida de puntos para el equipo local. Igual que en el Camp Nou cuando le decían cosas a Roberto Carlos, o en Bernabéu al hacer lo propio con Wilfred, no me van a pillar con la bufanda puesta, se lo prometo. Quizá así, con esas medidas severas, se atajaría la situación. Que no es mayoritaria, por supuesto, pero eso no debe privarnos de contemplar su gravedad. Tolerancia cero con quienes sacan un cero en tolerancia. Porque todas las personas son respetables, pero no pasa lo mismo con las ideas.
Mientras tanto en España seguiremos con un único partido suspendido por insultos. El que ustedes ya saben y por los motivos que ustedes ya conocen.
Hola Marcos leo con atención todas notas que escriben ustedes en A La contra. Lamento que esta vez no comparta del todo tu opinión. De antemano quiero señalarte que no soy racista, más bien soy un venezolano, medio mulato. En casa mis hermanas le llaman negro y no doy portazos por eso. Sin embargo, condeno cualquier ofensa dentro y fuera de los terrenos de juego.
Permite que le diga los gritos despectivos en todo el mundo son centenarios y universales.
En Venezuela son frecuentes las ofensas en los terrenos de juego, pero de otro calibre. Además suele usarse la expresión «negro» como un gesto de cariño y cordialidad. Aquí nadie se ofende si le llaman negro, negrito, negrón.
Además no comparto la actitud de Marega, que como profesional dejó a su equipo en inferioridad porque él se sintió ofendido. Pienso que intentó ser la estrella mientras que su labor era marcar goles, misión que a juicio de las estadísticas no cumple. No creo que de ahora en adelante cada vez que lo llamen negro tendrá que retirarse e irse a su casa porque está dándole la razón a los racistas que los hay en todas partes.
Creo que no hay que darle mayor importancia a los racistas que hoy se deben sentir encumbrados gracias a Marega que se victimizó.
A mi juicio algunos medios le dieron mayor relevancia al incidente de Marega.
Comparto la primera linea. Los textos de Marcos son excepcionales.
En cuanto a las apreciaciones de Gustavo, permitame que discrepe con usted. En Europa el termino «negro» no es cari#oso, y menos aun dedicado a un africano, sea jugador de futbol, ingeniero o frutero. Nadie debe sentir que ir a trabajar, sea cual sea su oficio, suponga enfrentarse a vejaciones por raza, credo o sexualidad. Marega es, antes que jugador de futbol, ser humano.
Si usted paseara por cualquier poblacion europea y escuchase tras sus pasos a gente imitando los sonidos de los monos, mirandole con desprecio o insultandole a la cara, quiza entendiese la postura de Marega.
Se da la razon a los racistas queriendo no darle importancia al hecho. «Es solo una vez. Es solo un grupo asilado». eso se convierte en «ya ha pasado tres veces. Ya no son 12 memos, ahora son 135 los que insultan». Y una sola persona, una sola vez es demasiado.
Yo creo que al incidente se le dio la importancia merecida y tristemente al caso de Williams no se le dio la suficiente.