Fede Valverde sólo ha sido suspendido por un partido por su entrada a Morata en la final de la Supercopa. A los más escépticos (y a los más antimadridistas) no les ha sorprendido lo más mínimo: esperaban un trato de favor por ser un futbolista del Real Madrid. Para mí, que no soy escéptico (todavía) y también estoy lejos de ser antimadridista, ha resultado una decisión asombrosa y comprendo que indignante para muchos. Si nos ceñimos al Código Disciplinario de la Federación, Valverde tenía que haber sido castigado, como poco, con dos partidos de suspensión. Así se especifica en el artículo 114: “Cuando la expulsión del terreno de juego se deba a situaciones en que el futbolista no hubiera tenido la posibilidad de disputar el balón, la sanción será de al menos dos partidos”. En caso de haberse añadido el agravante de “violencia en el juego”, nada descabellado, la sanción podría haber alcanzado los tres partidos, tal y como indica el artículo 123: “Producirse de manera violenta con ocasión del juego o como consecuencia directa de algún lance del mismo, siempre que la acción origine riesgo, pero no se produzcan consecuencias dañosas o lesivas, se sancionará con suspensión de uno a tres partidos o por tiempo de hasta un mes”.
Me temo que el desenlace de la Supercopa y la trascendencia de la acción de Valverde ha generado una cierta confusión. Cayeron en ella, en primera instancia, quienes decidieron nombrar a Valverde como el Jugador Más Valioso de la Supercopa. Ese reconocimiento, elegido en este caso por Luis Enrique, su cuerpo técnico y Francisco Javier Molina, director deportivo (manda huevos, por cierto), no debía premiar la picardía o la argucia, sino el valor deportivo. Valverde fue inteligente a costa de ser antideportivo, y el propio futbolista estaba alicaído por eso mismo. Premiar a Valverde fue, en el fondo, premiar su infracción y enviar un mensaje pernicioso que solo podía ser corregido por el Comité de Competición.
La única forma de que no se tomara como ejemplar su patada por detrás a Morata era un castigo disuasorio; no menos de tres partidos. Sin embargo, según parece, la Juez Única de Competición, Carmen Pérez, no ha querido penalizar al infractor, quizá porque leyó los elogios en vez de leerse el reglamento. Es verdad que el acta que redactó José María Sánchez Martínez era escueto («expulsado por derribar a un adversario impidiendo con ello una ocasión manifiesta de gol»), pero la relevancia de la acción aconsejaba medidas extraordinarias.
Pienso ahora en Gentile y Maradona en el Mundial 82. El marcaje del italiano fue tan agresivo que provocó que Maradona perdiera la nervios y terminara expulsado. Ahora descubro que el malvado Gentile fue el jugador más valioso de aquel partido. Por fortuna no se daban esos premios en aquella época ni los votaba Luis Enrique.
Comprendo que los atléticos estén enfadados por la sanción; sale barato evitar un gol que pudo valer un trofeo. Y creo que una parte de ese enfado debería ser compartido por los madridistas que detestan estar en el punto de mira por los favores arbitrales, existan motivos (como ahora) o no existan en absoluto (como muchas otras veces).
Me descubro ante Vd. don Juan Manuel
[…] un premio. Ahora desde los comités disciplinarios no se corrige la deriva y solo se castiga a Fede con un partido. Se diluye así el posible efecto disuasorio para futuras situaciones límite. Luego no valdrá […]
¿Pasa algo con Ennio?
Se le echa en falta.
Percibo cierto dolor antimadridista aunque diga que dista de serlo. Para los aficionados del Real Madrid Fede Valverde es un ídolo, aunque le duela a quien le duela. Suerte con su cruzada