El poder narrativo de Greta Gerwig es apabullante. Ya pudimos hacernos una ligera idea de su potencial en Lady Bird, pero en esta renovada sexta versión de las Mujercitas de Louisa May Alcott, la californiana alza la voz como una de las directoras más vivaces y originales de los últimos años. Es posible que el punto fuerte de Gerwig sea la personalidad que le aporta a sus películas.
Sin embargo, tampoco carece de una mirada sensible, crítica e incluso indie, con ese aire a cine de Sundance que todavía podemos vislumbrar hasta en un clásico tan manido como Mujercitas. Gerwig ha conseguido reflejar con suma maestría los anhelos, deseos, virtudes y defectos de las muchachas March sin olvidarse de su estilo, una visión moderna que la directora comparte con la autora de uno de los grandes títulos de la literatura norteamericana del siglo XIX, otra revolucionaria adelantada a su tiempo.
Gerwig construye un relato fresco, con mucha vitalidad, apoyada en el ingenio de Alcott, en una descomunal Saoirse Ronan y en un destacado Chalamet que, junto a Adam Driver, parece convertir en oro todo lo que toca últimamente. Mujercitas escapa del clasicismo narrativo para convertirse en todo un referente para una nueva generación donde todo ocurre más deprisa y de una manera mucho más pasional.
El mensaje es claro: el amor, en todas y cada una de sus formas, es algo que puede transformarse pero nunca dejarse de lado. Porque marca nuestra vida y nuestros sueños. El discurso atemporal es todo un acierto, una manera llamativa de mantener el interés y de jugar con nuestras propias emociones y con la expectación del espectador que va creciendo a lo largo el metraje con premeditación y alevosía de la directora.
A pesar de que la hermana estrella es Jo (Saoirse Ronan), Amy (Florence Pugh) es la que más crece a lo largo de la película y el personaje donde Gerwig se luce. Pugh tiene suficiente energía para pasar de hermana caprichosa y visceral, a madura y consecuente, lo que nos hace perdonarle todos su pecados previos. Incluso, por momentos, adelanta por la derecha a Jo, algo estancada en sus ambiciones.
Estamos ante un ingenioso homenaje a la novela de Alcott. Mención especial para el director de fotografía, Yorick Le Saux, el cual crea un aspecto pictórico sublime sin ser primitivo ni clasista. Gerwig guarda su florecimiento narrativo más impresionante para el final, un broche con el que la mismísima Louisa May Alcott se emocionaría. La reflexión del espectador que genera la decisión final de estas Mujercitas supera con creces a cualquier otra versión de esta historia, y la convierte, instantáneamente, en todo un clásico de nuestro tiempo.