Hay varios partidos que han pasado a la historia del fútbol e incluso a la Historia en mayúsculas por su carácter extraordinario. En el llamado Partido de la muerte, que fue inspiración de la película Evasión o Victoria, un grupo de prisioneros ucranios jugaron y derrotaron a soldados nazis, lo que le costó la muerte a uno de los vencedores tras ser torturado y a varios otros su estancia en campos de concentración. Otro ejemplo es el partido disputado en la Navidad de 1914 entre soldados alemanes e ingleses, que detuvieron la guerra para patear un balón entre las trincheras.
Laurie Cunningham nació en Londres en 1956 y es recordado en España por su trayectoria en el Real Madrid, principalmente, y por ser de los pocos jugadores del Madrid —quizá el último hasta hoy— que salió ovacionado del Camp Nou tras ganar un partido por 0-2. Por extraordinario que aquel partido fuese, nada tuvo que ver con el disputado por el West Bromwich Albion en noviembre de 1979 contra el propio West Bromwich Albion. Si conviene recordar la historia de aquel encuentro es porque los últimos incidentes en los estadios nos acercan a un tiempo que ya parecía pasado y enterrado.
En las últimas semanas, en dos partidos disputados en Brighton —ciudad siempre asociada al movimiento LGBTI en el Reino Unido— se han escuchado insultos homófobos por parte de las aficiones visitantes, justo cuando —ingenuo de mí— pensaba que la sociedad había avanzado hasta el punto en que un deportista profesional masculino podía declararse homosexual sin consecuencias. Como parece que Brexit, Trump, VOX y esperpentos similares permiten discriminar sin que pase nada notable, los insultos racistas están a la orden del día en todos los estadios; un aficionado del Burnley de 13 años fue expulsado del campo del Tottenham por increpar al surcoreano Son. Asusta pensar en qué ambiente ha sido educado ese adolescente.
Por eso es necesario volver a asistir al partido de 1979.
Adrian Chiles, periodista deportivo británico y aficionado del West Brom, hizo un reportaje sobre el partido para la BBC. Se disputó en 1979 a beneficio de uno de sus jugadores, el centrocampista Len Cantello, y nadie sabe a ciencia cierta a quién se le ocurrió proponer un duelo entre jugadores negros y blancos. Ahora parece entre raro e inaceptable y tampoco era normal entonces. En 1979 los insultos racistas a los jugadores, incluso a los propios, estaban a la orden del día, así como la lluvia de plátanos. Y no, no estamos en Alabama en los tiempos de la peor discriminación racial; esto son las afueras de Birmingham, Reino Unido, a finales del siglo XX. Hablamos además de un club, el West Bromwich Albion, que fue pionero en la contratación de jugadores de color: Laurie Cunningham y Cirylle Regis se convirtieron en estrellas indiscutibles a nivel nacional.
Chiles pensaba que los aficionados del West Brom se encontraban entre los más tolerantes porque veían a tres jugadores de color frecuentemente y jugando muy bien. Y lo puso a prueba cuando visitó a un político de ultraderecha, el líder regional del Partido Nacionalista Inglés, que era aficionado del West Brom. Cuando Chiles le preguntó por su jugador favorito, el político dijo que era Regis. Ante la sorpresa de Chiles, el político añadió: “Eso no significa que quiera tener un nieto negro”.
Esta es la contradicción del fútbol, o mejor dicho de cierto tipo de aficionados: son capaces de aplaudir el gol de un jugador negro al que desprecian por el color de su piel.
El West Brom invitó a otros jugadores de color para completar el equipo. Pese a lo evidente de la segregación, los jugadores negros tuvieron la oportunidad de compartir un vestuario común y sentirse protegidos.
El racismo de aquella época era directo y a la cara. Y muchos jugadores se perdieron por el camino. Institucionalmente, la Federación inglesa siempre fue conservadora: Viv Anderson fue el primer internacional absoluto negro, en noviembre de 1978, y el seleccionador, Ron Greenwood, tuvo que decir que no había razón política alguna en la convocatoria del jugador del Forest de Clough, vigente campeón de Liga: “Sea amarillo, morado o negro, si vale para la selección, le escojo». El propio Cunningham fue el primer internacional sub-21 en abril de 1977, también con Greenwood en el banquillo.
Anderson fue de los primeros jugadores de color en la Primera inglesa y el desprecio que recibía era constante. En un partido en Carlisle, antes de ascender a la primera categoría, volvió al banquillo tras cinco minutos de calentamiento. Clough le dijo: “Te he pedido que calientes…”. Anderson respondió: “Míster, me han tirado manzanas, peras y plátanos”. A lo que el técnico apuntilló: “Pues vuelve allí y tráeme dos peras y un plátano”. Tras acabar el encuentro Clough le explicó: “He hecho eso por un motivo: si dejas que dicten tu comportamiento no conseguirás tener una carrera y yo creo que eres un buen jugador. No dejes que te influyan de ninguna manera”.
Esa era la realidad de los años 70, resistir o desistir. No había protección, ni legal ni institucional. Regis, como Anderson, usó los insultos racistas como motivación. “Vamos a demostrar lo buenos que somos; es la forma de hacerles daño”.
George Berry, jugador del Wolves (vecino y rival del West Brom), jugó aquel partido. En una ocasión se enfrentó a un seguidor de su propio club que le insultó cuando se retiraba hacia el vestuario en el descanso. Mientras los amigos del cafre se reían, el futbolista le dio un puñetazo. Fue arrestado. No pasó nada. Berry no fue acusado de nada, las quejas de los aficionados, si las hubo, no se oyeron y las imágenes de televisión, casual y convenientemente, se perdieron. Alguien pensó que era mejor no llamar la atención para no crear un conflicto. Y muchos piensan todavía que es mejor hacer el avestruz e ignorar la realidad social del racismo.
Estamos a un paso de volver a una situación similar. Las redes sociales son mucho más eficientes borrando vídeos que infringen el copyright que mensajes que atentan contra los más básicos derechos civiles; los esfuerzos por bloquear a un usuario que sube un vídeo de un gol son más enérgicos que para expulsar a un racista o un homófobo. Es la sociedad de hoy, los políticos no solo no condenan ni atajan problemas así, sino que se encuentran frecuentemente en la parte que ofende. Lean las cuentas de Twitter de algunos de los líderes mundiales y comprenderán.
Para los curiosos: los jugadores de color se impusieron por 3-2. Como decía Regis para motivarse, demostraron lo buenos que eran.
Que razón tiene este periodista, la de veces que yo he sentido el odio, los ojos inyectados en sangre, los escupitajos, el racismo en su maxima expresión patrullando por algún pueblo de Guipúzcoa y por algunos de Lérida. Racismo, racismo, racismo. Y oye, no era por mi color de piel, soy blanquito, ni por mi color de ojos, verdosos, no, no, era por como hablaba y por llevar un trocito de tela rojigualda.
RACISMO, RACISMO, RACISMO pero racismo del verdadero, no xenofobia, no, RACISMO.