No hay constancia de que al maestro Francisco de Goya (1746-1828) le gustaran las actividades deportivas, pero sí los juegos, además de los toros, presentes en su archiconocida Tauromaquia. Gracias al genio aragonés sabemos que en la España de finales del XVIII se jugaba La gallina ciega (1789) o que en las despedidas de soltera de la época era costumbre mantear El pelele (1791-1792), alegoría muy poco sutil y casi hiperrealista del control de las mujeres sobre los varones.
La mayor parte de estas representaciones de la vida cotidiana tenían por objeto decorar las estancias reales en El Escorial y El Pardo. Entre ellas se encuentra una obra especialmente singular no sólo por ser germen de deportes sobre los que luego indagaremos para continuar este serial, sino por la simbología que la acompaña. La pintura en cuestión es El Juego de la pelota a pala, un título fríamente descriptivo que esconde un sinfín de interpretaciones. La más excitante (en sentido estricto) nos habla de una imagen de alto contenido sexual, teoría que defiende Janis Tomlinson, una historiadora estadounidense tenida por una eminencia en el arte español del XVIII y XIX.
La señora Tomlinson asegura que los juegos de pelota eran utilizados en aquellos años como analogías del juego sexual, un doble sentido un poco infantil si pensamos, y ustedes disculpen, que giraba en torno a la palabra “pelotas”. En opinión de la erudita Tomlinson el personaje central, con puro, capa y un sombrero que recuerda a las monteras, parece observar a quien mira el cuadro con cierta provocación, como si pretendiera “enseñar todo su equipamiento deportivo”, y recalco la presencia de las comillas.

El hecho de que la pintura (base para tapices) estuviera destinada a la alcoba real de los Príncipes de Asturias es una prueba, siempre según Tomlinson, de las intenciones de Goya y de su permanente enfrentamiento a la pacata sociedad de su época. Esta actitud liberal era compartida por otros artistas como el escritor Leandro Fernández de Moratín, que en 1770 escribió el Arte de las Putas, un libro prohibido incluso para los que tenían licencia para leer libros prohibidos, “lleno de falsas y escandalosas proposiciones, provocaciones y falsedades que atentan contra la Cristiandad”. Para culminar el desafío a la moralidad, entre 1790 y 1800, Goya nos presentó a la primera chica de calendario de la historia: La Maja Desnuda. La Inquisición le abrió un proceso al pintor y secuestró el cuadro por “obsceno”. Pero esa es otra novela.
Llama atención que El Juego de la pelota a pala forme parte de una serie de siete cartones de temática ferial con los que no tiene relación alguna. Y tampoco deja de ser curioso que la cara del propio Goya pueda ser la de alguno de los personajes que parecen en la escena (teoría de algunos expertos), quizá el jugador de la izquierda en segundo plano, como si el pintor quisiera ser espectador de lo que ocurre en el dormitorio real.

Por si no fuera suficiente, hay quienes detectan otro simbolismo más, una nueva provocación. La flor blanca que aparece en la parte inferior y en primerísimo plano podría ser una peonia, representante de la suerte y la prosperidad. Goya estaría haciendo alusión a las apuestas que se generaban en torno al juego de la pelota y que llevaron a su prohibición cuando terminaron en desordenes públicos. Puestos a imaginar, el personaje que Tomlinson señala como emblema de la procacidad podría tener en su mano izquierda unas monedas que no esconde, sino que insinúa.

Deportivamente, el juego de pelota a pala que nos muestra Goya cuenta con tres parejas de jugadores que sostienen palas muy similares a las que todavía se utilizan en algunas modalidades de la pelota vasca. Al no existir frontón, el juego se vincula también al jeu de paume o juego de palma francés, que a principios del siglo XVI añadió las palas para proteger las manos de los jugadores, y que derivaron luego en las primeras raquetas de tenis. Entre las singularidades del jeu de paume estaba que los partidos se disputaban sin árbitro y los contendientes debían acatar las decisiones del público. Estaba terminantemente prohibido enfadarse y era de obligado cumplimiento cambiarse de camisa después de cada juego. No se puede exigir mayor limpieza filosófica y corporal.
En presencia del cuadro de Goya también hay que tomar como referencia la pilota valenciana, concretamente sus juegos directos (sin golpeo contra la pared) y que se dirimen en plazas, calles y trinquetes, si bien, en estos casos, los jugadores solo golpean la pelota con la mano.
Hay quien ubica la escena de El juego de pelota a pala en la Alameda de Osuna, uno de los cinco barrios del madrileño distrito de Barajas. Que allí se encuentre ahora el club de tenis Alameda sólo puede tomarse como una casualidad, salvo que el arte sea premonitorio y los espíritus permanezcan. Lo dijo Goya: «La fantasía, unida a la razón, es la madre del arte y la fuente de sus deseos».