Resulta que el Atlético de Madrid de Simeone ha terminado jugando bien justo cuando no es capaz de sacar los puntos. Ha terminado convenciendo a todo el mundo de haber jugado mejor que su rival, justo en el día en el que el marcador indica todo lo contrario. Es ahora cuando sentimos el hambre que deja eso de alimentarse exclusivamente con el dulce de lo inútil. Es así, intentado contrarrestar el frío de la derrota poética, cuando más se valora el calor de la victoria prosaica. Es aquí, en la cruda realidad del día siguiente, donde mejor se entiende la verdadera escala de valores. Es ahora, levantando la vista y viendo lo que hay, cuando entendemos mejor lo que había. El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos, que diría Ilsa Lund.
Y no, todo esto no es un alegato a favor del pase vertical, el remate de tibia o la patada a destiempo; todo lo contrario. Es una defensa a ultranza del sentido común. Es una llamada de atención sobre lo que importa y lo que no; sobre lo que va primero y lo que va después; sobre quién es amigo y quién es enemigo. Es romper una lanza por los que nos trajeron hasta aquí y renegar de todos aquellos que, mientras tanto, no han hecho más que poner piedras por el camino.
El Atlético de Madrid ha perdido en el Metropolitano contra el Barça por un gol a cero y eso es lo único que es incuestionable. Como todas las derrotas, el resultado dejará una estela de decepción y un buen puñado de reproches; aparecerán un montón de explicaciones pseudocientíficas, análisis sesgados y anécdotas que, al parecer, explican la realidad. La demagogia, por supuesto, brotará sin cortapisas desde las fuentes habituales porque, como es normal, esto ya se sabía. Lo bueno (y lo malo) es que en pocos días se marchará por el mismo lugar que ha venido. Sin dejar mancha. Es lo bueno y lo malo que tiene el fútbol.
Pero a mí sí que me preocupa. Bajando al terreno puramente deportivo, la derrota de los de Simeone frente a Messi (hablemos claro) deja varias dudas, algunos debates y una sola certeza. Quedémonos con esto último. El Atleti no ganó ayer por la misma razón por la que está a varios puntos de la cabeza en la Liga y por la misma razón por la que todavía no tiene certificada su clasificación para la siguiente fase de la Champions League; porque es incapaz de hacer un gol. Puede sonar a Perogrullo (o a excusa), pero no lo es. Ninguna de las dos cosas. La falta de contundencia del equipo de Simeone, que a estas alturas ya no es achacable a la mala suerte, está condicionando la existencia del cuadro colchonero hasta límites insalvables. Y es muy preocupante. Mientras poco a poco se han ido regulando el resto de dudas que había en torno al equipo, ésta, la más importante, está peor que nunca. Y el problema es muy grave porque el gol no se entrena; el gol se tiene o no se tiene y el Atleti, hoy, no lo tiene.
La salida del equipo rojiblanco fue muy buena. Comenzó el partido valiente, intenso y concentrado; dominando el juego (que no es lo mismo que tener el balón más tiempo que el rival) y arrinconando al peor Barça que ha pisado el Metropolitano. Thomas y Herrera, que cada día se hace más imprescindible, dominaban el centro del campo con inteligencia y físico. Morata daba un curso avanzado de cómo jugar de delantero centro. Correa y Koke ayudaban a cerrar las bandas y Saúl no sufría demasiado en el lateral izquierdo. El Atleti llegaba y el Barça no, pero el marcador seguía cantando el empate a cero. Primero el poste y después Ter Stegen demostraron uno de los grandes principios del fútbol: jugar bien garantiza únicamente tener ocasiones de gol; el resto es cosa tuya.
La segunda parte, sin grandes aspavientos, resultó algo más igualada, pero, salvo un remate del Barça al larguero a la salida de un córner, las mejores ocasiones volvieron a ser rojiblancas. Hasta que apareció Messi, claro, que entonces cualquier táctica o análisis lógico pasa a ser papel mojado. Es como si las leyes de la física funcionasen en todo el universo menos en él; pero es así y así hay que asumirlo. El resto es prosopopeya. El Barça lleva tantos años jugando con ese hándicap positivo, que algunos pretenden dar categoría de ensayo a toda esa literatura de ficción que ha surgido alrededor del club. Paparruchas, que diría Ebenezer Scrooge.
Ya, pero no se puede quitar a João, dirán los francotiradores. ¿Ni aunque estuviese cansado y recién salido de una lesión?, pregunto yo. Ya, pero el Atleti pierde por un error catastrófico (e intolerable) de Lemar, que dirán los más enfadados. Y tendrán toda la razón, pero también es interesante verlo desde otro punto de vista. El gol llega en un contrataque con el partido roto, el equipo cansando y aun así volcado en el área rival buscando la victoria. ¿Es eso lo que haría el equipo cobarde y conservador que dicen que es el Atleti de Simeone? No. Un equipo conservador y cobarde hubiese protegido el empate a falta de cinco minutos y hoy, seguramente, tendría un punto más. Piénsenlo la próxima vez que hablen del Atleti y de Simeone.
Hace unos años, en una de esas eliminatorias de Champions en las que el Atleti eliminó al Barça, un amigo blaugrana me escribió para decirme que a él le daría vergüenza ganar así. –¿Así cómo? –contesté yo. –Jugando mal, siendo inferior que tu rival y con un gol miserable en una jugada puntual –me dijo. Ayer, lógicamente, me acordé de él. Al final, aunque no lo parezca, resulta que todos los humanos tenemos que pasar por el retrete.
De hecho, a muchos culés nos da vergüenza este equipo (de no ser por Messi, y un poco MATS, pero al resto este señor cuyo nombre no quiero mencionar, los ha hecho jugar mucho peor de lo que merecerían(mos) Ver este Barça es un sufrir, si con sólo ver los highlights ya sería suficiente