Un país dividido y un deporte fracturado. El fútbol no escapó de las miserias y las diferencias que supuso el levantamiento del Muro de Berlín. Durante casi 30 años el balón rebotó sobre aquella pared como si nada pasara, mientras el sistema político de la República Democrática Alemana teñía de gris la existencia de 16 millones de ciudadanos. Los que quedaron al otro lado del Muro se encontraron una realidad cada vez más anquilosada en el pasado, donde la obediencia y la exaltación del sistema comunista era el único camino posible hacia ninguna parte. Tras los rigores provocados por el Telón de Acero hay miles de historias por contar. Fueron alrededor de 500 los deportistas que desertaron del país, aunque ninguno obsesionó tanto al jefe de la Stasi como Lutz Eigendorf. Pero el muro no solo partió vidas, también cambió el destino de equipos y jugadores hasta que cayó un 9 de noviembre de 1989. 30 años después, tras comprobar que entonces como ahora todo vale para conseguir el objetivo, nos colamos por las rendijas de un muro que todavía guarda ciertos secretos.
Un equipo dividido: Hertha de Berlin
Cuando se levantó el muro Berlín quedó partida en dos. Dos mitades que de repente se convirtieron en dos mundos y que rajó también por la mitad a un equipo. En 1961 el Hertha de Berlín era ya un histórico del fútbol alemán, campeón nacional en 1930 y 1931, se había convertido en el equipo de todos los berlineses. La historia del club cambió para siempre la noche del 13 de agosto de 1961 cuando se levantó el muro y la mitad de los jugadores y aficionados del Hertha quedaron atrapados en Berlín Este, en la parte oriental de la ciudad. En ese momento el club se vio obligado a realizar una serie de fichajes que no cumplieron con las expectativas. Desde los despachos se tomó una dirección equivocada para intentar recuperar la grandeza lo antes posible y el club se vio envuelto en varios escándalos por soborno. Esto le costó el descenso administrativo en el segundo año (1965) de la recién creada Bundesliga.
Quienes no les abandonaron fueron los aficionados. A uno y otro lado del muro. En los primeros meses tras su construcción los seguidores pasaban la tarde de los sábados pegados a la nueva frontera. Y es que la distancia que les separaba del campo de Hertha era de unos pocos metros, por lo que se oía perfectamente el griterío procedente del estadio. Así identificaban los ánimos y ellos los reproducían, cantaban los goles o protestaban como uno más al otro lado del Telón de Acero. No obstante, los guardias fronterizos no tardaron en poner freno a esa situación. Por si fuera poco el Hertha se marchó al Estadio Olímpico a disputar sus partidos como local, la nueva ubicación distaba varios kilómetros del muro.
La réplica por parte de los aficionados del Este fue la de fundar una Sociedad Hertha en Berlín oriental. Algo que era totalmente ilegal. Se inscribieron como un club de bingo y se reunían una vez al mes, en lugares siempre diferentes. A esas reuniones solía acudir el entrenador del equipo, e incluso jugadores y directivos. La Stasi, estaba al corriente de todo y dejaba hacer. No sin antes y después cachear y vigilar a los representantes del Hertha que cruzaban la frontera (ellos sí tenían permitido hacerlo). Las decisiones deportivas no terminaron de enderezar el rumbo del equipo. Dejaron escapar a una joven figura criada en el barrio, Pierre Littbarski, un fino extremo haría carrera en el Colonia, mientras que el Hertha se hundía hasta la catacumbas del fútbol alemán (llegó a jugar en la liga de aficionados de Berlín) a mediados de los ochenta. Cuando cayó el muro estaban jugando en la 2.Bundesliga y numerosos berlineses del este peregrinaron hasta el Estadio Olímpico llorando y luciendo camisetas del Hertha de Berlin de los años 50. Desde 2013, cuando consiguieron su último ascenso, se han consolidado en la Bundesliga.
Sparwasser, el héroe olvidado
Su gloria no fue efímera, pero sí le dejó un regusto amargo. Jürgen Sparwasser acaparó portadas y titulares aquella noche de verano. Su gol valió para derrotar a la República Federal Alemana en uno de los momentos cumbres de la Guerra Fría. Ocurrió en el Mundial de Alemania (Occidental) en un partido que trascendió el terreno de juego. La Alemania capitalista, la de las estrellas del todopoderoso Bayern se enfrentaba a la Alemania comunista, a los desconocidos vecinos de la Oberliga. El resultado se mantuvo inalterable hasta el minuto 77, cuando Sparwasser apareció en el área para superar a Maier tras su titubeante salida. El partido estaba custodiado por dos helicópteros que sobrevolaban el estadio del Hamburgo y varios francotiradores. La victoria pilló incluso de sorpresa a los propios habitantes de la RDA, más pendientes de las gestas de sus atletas que de sus futbolistas.
Para entonces Sparwasser ya había levantado un título continental con el Magdeburgo, la Recopa del 74, aunque el eco de su gol se apagó pronto. No hubo prima alguna, ni coche, ni casa como se publicó en la época. Lo confirmó él mismo, en una entrevista con El País en 2006: «Por el partido, nada. Recibimos 2.500 marcos por pasar a la segunda ronda». En esa ronda quedaron últimos y volvieron al anonimato habitual de sus vidas. Aunque después de aquel partido Jürgen fue tentado por occidente. El Bayern de Múnich, cómo no, preguntó con él. Sparwasser dijo que recibió hasta tres ofertas: «Después de la victoria en la Recopa preguntaron por mí tres equipos, pero no me interesaba porque no quería dejar a mi esposa y a mi hijo. Eso no se hace ni por todo el dinero».
Con 31 años una lesión en la cadera le retiró, había sido 53 veces internacional con la RDA. Entonces comenzó un peregrinar entrenando en las categorías inferiores del Magdeburgo, su ilusión era trabajar con la base pero el partido tenía otros planes para él. «En 1986 gente del Partido Comunista me dijo que tenía que hacerme cargo del Magdeburgo. Rechacé ser primer entrenador hasta en tres ocasiones. Mi meta era otra pero intentaron presionarme y evitaron que pudiera escribir mi tesis doctoral».
Para entonces Sparwasser tenía 40 años y todavía le quedaban 25 si quería recibir la jubilación. Él defiende que se quedó sin posibilidades de poder completar sus planes profesionales y con la única salida de irse de la RFA. Se marchó con su mujer un año y medio antes de que cayera el muro, pero nunca se arrepintió. Su camiseta, la utilizada aquel 22 de junio de 1974, sigue siendo uno de los iconos más fotografiados en la Casa de la Historia de Bonn, en el museo que recoge los 50 últimos años de Alemania.
Eigendorf, el traidor de la patria
Siempre a la sombra del potente vecino occidental, el fútbol de la RDA careció del apoyo gubernamental del que disfrutaron otras disciplinas como el atletismo o la natación, ambas con mayor eco olímpico. Pero esa situación cambió a partir de la década de los 70, cuando el balompié de la Alemania comunista vivió sus días de esplendor. La buena coyuntura económica se vio reflejada en el fútbol que cosechó medallas en tres citas olímpicas consecutivas (Múnich’72, Montreal’76 y Moscú’80). A finales de esa década se engendrará un ogro deportivo auspiciado por la Stasi -la policía secreta de Alemania Oriental-, el Dinamo de Berlín.
Erich Mielke era un fanático del fútbol. También fue mano derecha de Honecker como ministro de defensa y jefe de la Stasi. En 1953 había fundado el Sportvereinigung Dynamo, una estructura deportiva en la que se incluían multitud de deportes y en la que contó con hasta 300.000 atletas. Tiempo después se supo que aquello fue germen del laboratorio de doping que llevó al deporte alemán oriental hasta la cima del mundo. A mediados de los 70 y cansado de que los éxitos futbolísticos se los llevaran otros (Magdeburgo, Dresden o Jena) tomó el control del equipo de fútbol de la ciudad, el Dinamo de Berlín. Deseaba ser el Bayern de su Alemania; lo convirtió en el equipo más odiado de su país.
La estrella de aquel equipo era Lutz Eigendorf, el Beckenbauer del Este, en palabras del propio Mielke. El primer jugador que saltó aquella tarde al estadio del Kaiserslatern donde se disputó un amistoso frente a la RFA. Eigendorf nunca volvió a casa con sus compañeros. Atrás dejó a su equipo de toda la vida, a su mujer y a su hija. Por delante creía tener un horizonte esperanzador como bien cuenta Eduardo Verdú, en esa obra maestra que es Todo lo que ganamos cuando lo perdimos todo. Lo que le esperaba en realidad era un infierno.
Lo primero que recibe es una sanción de la UEFA por desertar de la RDA, algo en lo que Mielke puso todo su empeño. Pese a ello se compromete con el Kaiserslautern para las próximas dos campañas en las que nunca alcanzará su nivel. Preocupado por reunirse con su familia primero y por reorganizar su nueva vida después el fútbol no le permite aislarse de todo eso. Desde Berlín Oriental la tela de araña tejida por Mielke no deja un resquicio por el que pueda olvidar su traición: teléfonos pinchados, cartas bloqueadas, espías que se convierten en su mejor amigo o que cortejan a su mujer hasta que se olvida de él.
La huida de Eigendorf continua en el Eintracht Braunschweig, por el que ficha en 1982. Para entonces ya ha fundado una nueva familia y tan solo unos meses después realiza una entrevista en la que critica a la RDA en la televisión de Alemania Occidental. La entrevista se realiza con el Muro de Berlín de fondo. Aquello no lo perdonará Mielke que da una vuelta de tuerca en la persecución del que fue su futbolista preferido, capitán y alma máter del Dynamo. El 5 de marzo de 1983 el Alfa Romeo de Eigendorf se estrella contra un árbol. El futbolista había sido envenenado. Lutz, de 26 años, muere en el acto.
Árbitros, dopaje y una fuga en pareja
La fuga de Eigendorf apenas alteró en lo deportivo al Dynamo de Berlín. Tal y como había pronosticado Mielke a finales de los 70 aquel equipo se convirtió en una máquina de ganar y para conseguirlo valía todo. El equipo de la Stasi ganó 10 ligas de manera consecutivas (1979-1988) y sin discusión. A ello ayudó entre otras cosas el mercado de fichajes y lo reducido de este. En Alemania Oriental a los jugadores se les decía donde tenían o debían jugar y ya se encargaba Mielke de conseguir los mejores talentos de la república para su equipo. Hanns Leske, un historiador especializado en fútbol en los tiempos de la RDA, aborda otras ventajas: «También se aseguraba de que su equipo tuviera los mejores accesorios, las mejores instalaciones para el entrenamiento y los preparadores físicos y médicos más punteros». Aunque lo que marcaba la diferencia con el resto de equipos era otro asunto. «Me imagino que hubo manipulación por parte de los árbitros debido a la enorme presión del gobierno y del Ministerio para la Seguridad del Estado», el que habla es Falko Götz, jugador del Dynamo entre 1979 y 1983.
Leske es más contundente: «Los árbitros descaradamente permitían los goles fuera de juego, ignoraban las faltas del Dynamo o señalaban libres directos y penaltis favorables al equipo de la Stasi. Otra práctica habitual era sacar tarjetas amarillas que acarrearan suspensión a los rivales en los partidos previos a enfrentarse contra el Dynamo, así quedaban suspendidos para ese encuentro». Pese a toda esa serie de ayudas el Dynamo era el mejor equipo de la RDA e incluso se llegó a batir en duelo con las potencias del momento en la Copa de Europa, como el Liverpool o la Roma. «Las presiones recibidas podían poner nerviosos a algunos árbitros e influir en sus decisiones. Pero éramos el equipo más fuerte en esa época. No necesitábamos ayuda», afirma Dirk Schlegel, jugador del Dynamo a principios de los 80.
Los tentáculos del dopaje de estado también alcanzaron al fútbol. La sombra de que los jugadores del Dynamo eran preparados con sustancias estimulantes planeó sobre el equipo antes y después de la caída del muro. «Yo no era consciente de haber tomado nada, pero así fue, dí positivo en un control antidoping de la Eurocopa. Nos daban los estimulantes en las bebidas. Nosotros no lo hacíamos de una manera deliberada», reconoció tiempo después Götz. Tanto él como su compañero Dirk Schlegel desertaron a Occidente el 3 de noviembre de 1983, antes de un partido correspondiente a la clasificación para la próxima Eurocopa. El encuentro enfrentaba a la RDA contra Yugoslavia en Belgrado. Ambos jugadores se escaparon del hotel y buscaron refugio en la Embajada de Alemania Occidental. Los hechos ocurrieron apenas ocho meses después del supuesto envenenamiento de Eigendorf. No fueron los primeros ni los últimos que escaparon de la RDA pero en esta ocasión Mielke no les persiguió hasta la extenuación. El sistema ya se había relajado.
Ambos futbolistas pudieron desarrollar una larga carrera al otro lado del muro. Götz llegó a ser campeón de la UEFA con el Bayer Leverkusen, él fue uno de los que impidió el primer título europeo del Espanyol en aquella final de 1988. También jugó en el Colonia y en el Galatasaray antes de retirarse en 1997. Su compañero Schlegel tuvo una carrera más modesta, aunque también defendió la camiseta del Leverkusen (una temporada) y Suttgart. Solo volvió a Berlín tras la caída del muro. Se retiró en 1998 jugando para el Hertha de Berlín.
Gran articulo Emmanuel, superinteresante. Habia leido sobre del deporte de la RDA pero no su futbol.
Si lo hubieras cerrado con un parrafo mas reenganchandolo con el titulo, lo hubieras bordado.
Aun asi. Me ha encantado!
Saludos a Juanma Trueba