Cualquier alumno de física elemental sabe la importancia de conocer bien el sistema de referencia. Resulta tan esencial a la hora de describir la realidad que confundirlo puede tener como consecuencia que el resultado sea uno u otro. En función de dónde coloquemos el eje de coordenadas y el origen del tiempo, algo puede estar subiendo o bajando; parado o en movimiento. Puede incluso ser o dejar de serlo.
Un sistema de referencia es un conjunto de convenciones usadas por un observador para medir algo. Precisamente por eso, por ser convenciones, deben ser conocidas y aceptadas por todos los observadores. Si no es así es imposible sacar conclusiones. Ni serían válidas, ni serían extrapolables. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo últimamente en el entorno rojiblanco. Cualquiera, rojiblanco o no, se siente legitimado para juzgar las motivaciones físicas y espirituales del club madrileño con el sistema de referencia que le sale de… vete a saber dónde.
Si alguien, por lo que sea, está convencido de que el Atlético de Madrid esta «obligado» a ganar todos los partidos de todas las competiciones de todos los años, y así se lo «exige» a «la mejor plantilla de la historia», interpretará cualquier empate, sea el que sea, como una catástrofe que anticipa el apocalipsis. Si alguien, por lo que sea, tiene muy presentes los tiempos en los que el cuadro colchonero celebraba jugar la Intertoto, esos tiempos en los que nadie cuestionaba el juego del equipo y donde el entrenador era un personaje querido entre los medios de comunicación y los rivales, entenderá que un empate que te deja tercero en la Liga, detrás de Madrid y Barça y a tres puntos del líder, no es motivo suficiente para cortarse el abdomen con un tantō.
¿Cuál es entonces el sistema de referencia correcto? Ninguno de los dos, probablemente. Habría que encontrarlo en algún lugar intermedio, situado entre el consenso, la lógica y la sensatez. Pero no en el consenso de todos los que se apuntan, sino en el de todos los implicados. Los que sienten el Atleti por dentro y a los que les duele de verdad. Es decir, al margen de contaminadores que simplemente buscan hacer daño y alejados de poderosas campañas de publicidad cuyo objetivo es crear una necesidad que el aficionado rojiblanco no tiene y nunca ha tenido. Ya me entienden.
El Atlético de Madrid jugó (muy) mal ayer en Valladolid y no pasa nada por decirlo. Es más, la actitud con la que salió al césped de Pucela es impropia de ese mismo equipo. Eso sí, hay que ser muy retorcido para interpretar lo anterior como un ataque furibundo a los jugadores o a la figura de Simeone. No lo es. Al contrario. Simeone es precisamente el que ha enseñado al actual aficionado colchonero a no estar contento con un empate a cero después de dar una imagen paupérrima. Aun así, desgraciadamente, hemos llegado a un punto en el que hace falta explicarlo. Hay que matizar que decir que Koke no está bien no es decir que Koke no te gusta o que no crees en Koke. Hay que matizar que decir que faltó fútbol no significa tener que ofrecer sangre humana a los dioses de Twitter, ni dar la razón a los ideólogos de la estética.
Hay varias decisiones técnicas con las que no estuve de acuerdo ayer: la presencia de Diego Costa, totalmente fuera de punto y que -para mí- no debería haber salido en la segunda parte; la insistencia en mantener a Koke cuando parecía evidente que lejos de mover al equipo le hacía jugar más lento; la falta de movilidad entre líneas (preocupante); el juego tan plano en campo contrario… Pero hay que calzar una talla mayúscula de soberbia para asumir que un observador como yo (o usted) sabe más que los profesionales que viven allí dentro las 24 horas al día. También hay que estar muy condicionado para no tener en cuenta en el análisis el partido de Moscú, la falta de continuidad que provocó el juego al límite (por no decir otra cosa) del Valladolid o la pésima labor de ese señor que hacía de árbitro colegiado.
Lejos de pretender tener razón, y dejando claro que creo que la parcela del Atleti está en muy buenas manos, lo único que espero es que Simeone y su equipo sigan observando la vida desde ese sistema de referencia que acostumbran y que creo que es el bueno. Que se aíslen del drama de esos que viven permanentemente en el drama. Que enfoquen los errores con frialdad y autocrítica, pero con la única intención de ser mejores cada día. Que eviten caer en la tentación de trabajar para silenciar a histéricos y enemigos porque no merece la pena desgastarse en eso.
Lo digo porque, al fin y al cabo, ya sabemos cómo funciona esto de los sesudos análisis a posteriori. Einstein, que de esto de sistemas de referencia relativos sabía algo, se lo explicó muy bien a un periodista: «Si mi teoría de la relatividad es exacta, los alemanes dirán que soy alemán y los franceses que soy ciudadano del mundo. Pero si no, los franceses dirán que soy alemán, y los alemanes que soy judío». Así de simple.
Sin entrar en mucho detalle, la elección de un sistema de referencia, sobre otro, lo único que aporta es que el problema sea más fácil o más difícil de solucionar o que, incluso, no encontromeos una solución analítica al mismo; pero la solución (si los físicos son competentes) a un mismo problema o fenómeno es la misma. En eso radica el poder de la física, en que los escenarios y sus soluciones son reproducibles y unívocos (incluso en Física Cuántica, a nivel estadístico). Precisamente, lo que dijo Einstein (y es uno de los principios en que basa su teoría de la relatividad) es que en el universo no existe un sistema de referencia privilegiado, frente al resto, para describir un fenómeno físico y por eso las mediciones que hagamos dependerá del sistema de referencia empleado, pero la realidad física del fenómeno es inmutable.
Podéis escoger el sistema de referencia que queráis, para ver las cosas de color rosa o de color negro, pero la realidad es sólo una. Buscad el origen del problema y entonces estaréis en posición de encontrar la solución. Lo otro son símplemente bridis al sol para decidir salvar a Jesús o a Barrabás.