Yo he visto cosas que no creeríais. He visto a hombres grandes como armarios acoplarse en la cabra durante más de una hora. He visto contrarreloj por encima de los sesenta kilómetros. Llanas, con medias epatantes. He visto cómo después esos mismos tipos se defendían en la montaña como podían ante el ataque de otros parecidos, solo que mucho más pequeños. He visto etapas de 260 kilómetros con tres puertos fuera de categoría. He visto pavés. He visto sangre, sudor y lágrimas. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Imaginen que los invitan a un banquete, uno de esos a los que hay que ir bien vestidos y donde te ponen siete u ocho platos. Ustedes aceptan, porque son personas educadas, y además les encanta comer de gorra, que no está la cosa como para andar rechazando mendrugos. O lo que sea. Una vez allí, sentado entre una señora que apesta a perfume barato y un anciano que apesta a colonia cara, empieza a relamerse. El camarero llega con la primera receta. Pulpo a feira. Joder, qué rico. Devora sin compasión, sin apenas escuchar las simplezas que le llegan desde todos los vientos. Perfecto. Qué toca ahora. Pulpo con patata cocida, aceite, sal y pimentón. Ummm, esto suena raro. Pero vamos, qué sigue estando delicioso, así que no se queja. Después le complacen con una pata de pulpo sobre espuma de patata con emulsión de pimentón y aceite de oliva virgen extra. Empieza a pensar que es una broma. Cada vez que sale una nueva suculencia ésta se compone, únicamente, de pulpo, patatas, aceite, sal y pimentón. Y mira que a usted le gustan todas esas cosas, pero al final uno se cansa. Pregunta al caballerete que tiene justo enfrente (calvo, la corbata un poco suelta, manchas oscuras bajo las axilas) y éste le dice que el último plato, justo antes del postre, es un solomillo. Usted empieza a relamerse, al fin algo de variedad. Le ponen el trozo de carne enfrente. Suculento, sangrante. Parte un trozo y se lo lleva a la boca. Sabe a pulpo. El de enfrente se descojona. Es un trampantojo, amigo, un trampantojo. Hasta la carne está hecha de pulpo. Qué gracioso todo.
Qué puta suerte.
Algo así es el Tour de Francia. Una receta deliciosa, pero repetida demasiadas veces y sin variedad. O, para entendernos, mucha montaña, y de todo tipo, pero sin el contrapunto necesario que representa la contrarreloj. La gracia del Tour siempre ha sido ver la lucha entre los mejores ciclistas del mundo para dirimir cuál es realmente el más grande, el más poderoso, el más completo. Y los caminos para llegar a ese puesto eran variados. Algunos, como Anquetil, accedían a París gracias a su dominio en las cronos, aguantando más tarde en montaña. Otros, como Bahamontes, hacían exactamente lo contrario. Charly Gaul hubo de mejorar contra el reloj para ganar su Tour (se impuso en sendas cronos llanas). Ocaña sentenció el suyo en una etapa con pavé, Koblet hizo lo propio en otra llana. Merckx directamente devoraba todo a su paso.
Caminos que ya no existen. El Tour de Francia recién presentado busca discernir quién es el mejor escalador del mundo… o al menos quién es el mejor grimpeur en una prueba de 21 días por el Hexágono. Porque apenas hay trampas en el llano, porque no hay adoquines y porque, válgame Coppi, no hay una miserable crono plana. Ni siquiera el prólogo. Por vez primera desde que Antonin Magne (a quien llamaban el taciturno) se impuso en la inicial. Era el año 1934. Vean ustedes. Solo un puñado de kilómetros frente al reloj, y aun esos terminan en la cima de un puerto de primera. Me imagino a Bahamontes maldiciendo en su casa y diciendo que con estos recorridos él hubiese ganado veinte Tours (bueno, en realidad me lo imagino haciéndolo cada año, pero esa es otra historia).
Así que sí… un recorrido muy interesante. En el Mont Aigoual todos los plumillas escribiremos sobre Tim Krabbé, en Grand Colombier algunos hablarán de Alfonso Flórez, subiendo el Marie Blanque los de más allá se acordarán de Hinault y Perico. No importa. Oye, Marcos Pereda, y tú….¿verás el Tour? Pues claro. Como cada julio desde que mi mundo es mundo. Y esperaré algunos parciales con ansia. Porque los hay bien tirados. Ese comienzo original (tipo 1992, tipo 1977). Esas llegadas en bajada. Esos puertos de categoría especial situados antes de la última subida. Pero, en mi fuero interno, sabré que está mal. Que este no es mi Tour, que me lo han cambiado. Que me faltan cosas. Que cuando los organizadores buscan igualdad no entienden que la misma no tiene que aparejar obligatoriamente emoción. Y, sobre todo, que repetir cada día el mismo menú acaba siendo cansado.
Aunque me encante el pulpo, oigan.
Excelente análisis con el que concuerdo plenamente. Un tour bonito, muy montañoso, pero al que le falta una crono plana larga y una o dos etapas reinas con más puertos y más kilómetros.Válgame Coppi, cómo hemos llegado a esto