Recuerdo que un simpático vecino me dijo una vez: “Mira, Boris Becker ha ganado Wimbledon con tu misma edad y tú aquí…”. No puedo dar mayores detalles para acompañar la frase. Sólo sé que estábamos en la piscina comunitaria y deduzco que debía ser julio y que Becker acababa de conseguir en Londres su primer título. Es decir, verano de 1985. Parece obvio, por otro lado, que mi vecino no me tenía en alta estima o me consideraba un zángano piscinero o pretendía motivarme, o quizá lo que le molestaba es que tuviera 17 años, cosa que ahora entiendo perfectamente.
El caso es que en ese momento no acusé la puñalada porque supongo que a tan tempranas edades tenemos la piel más dura que los cocodrilos. Es más, juraría que me animó el hecho de que alguien de mi edad pudiera ganar Wimbledon, como si eso me acercara a la hazaña de un alemán pelirrojo. Cuando tienes el futuro por delante el horizonte siempre parece soleado, especialmente en verano.
En otro momento tuve los años de los futbolistas a los que me tocaba entrevistar y luego la edad de los que se retiraban. Me impresionó cuando algunos se hicieron entrenadores porque en mi mente (espongiforme) ese puesto estaba reservado a señores venerables a los que había entrenado Míster Pentland. Muy poco después, no había un solo entrenador al que no recordara vestido de corto.
Sin recuperarme del todo de la conmoción anterior, ahora me encuentro con la irrupción de un futbolista como Ansu Fati, de 17 años y recién convocado por Luis Enrique, que podría ser mi nieto, caso de haber empleado mejor (o peor) el tiempo en aquellas tardes piscineras. Tal vez no perciban todavía la gravedad del asunto. Uno puede ignorar una diferencia de diez o incluso de veinte años, y lo hacemos constantemente. Está documentado que la generación del Cola-Cao está dominada por el complejo de Peter Pan. No sólo significa que nos hayamos hecho adultos a empujones, sino que negamos esa condición hasta el punto de borrar las fronteras que nos separan de las generaciones posteriores. Pero con Ansu Fati ya no se puede. Ni con Rodrygo. Ni con Remco Evenepoel, por cambiar del fútbol al ciclismo. Ellos son niños, llamados a competir con otros niños y a colocarnos en la delicada posición de los abuelos que han dejado de entenderlo todo.
Cualquiera de nosotros se iría de cañas con Messi, Benzema o Diego Costa, pero a Vinicius dudaríamos si comprarle un mosto o un batido de fresa. Esa es la grieta que se abre y da vértigo asomarse. Ya nunca volveremos a confraternizar con los futbolistas, aunque sea platónicamente. El deporte está renovando su piel y los treintañeros a los que todavía sentimos como iguales, gracias a un extraordinario estiramiento del tiempo, se aproximan a la retirada.
No pretendo ponerme dramático (o sí), pero han pasado los años sin que hayamos ganado Wimbledon. Ansu Fati es la señal de alerta. Con él como fondo se entiende mejor la amargura de mi vecino. Lo que le molestaba no era yo, sino mis 17 años desparramados en la toalla como si fueran a durar siempre.
Juanma y es mucho peor la cosa, como bien dices en el articulo «En otro momento tuve los años de los futbolistas a los que me tocaba entrevistar y luego la edad de los que se retiraban.» y en el ultimo momento te tocara entrevistar futbolistas que se retiran contigo, bueno, pues ya has conocido al primero, Ansu Fati, si todo va como se espera, se retira del futbol después que tu te jubiles.