Creo que hace ya unos meses que pudimos abandonar el discurso paternalista y darle la bienvenida a lo que venga con los brazos bien abiertos. Posiblemente ese punto de inflexión se produjo en el partido que España disputó frente a Estados Unidos en el pasado Mundial de Francia. Ese día, el equipo entrenado por Jorge Vilda apareció sin previo aviso por detrás del gigante y le dio un susto de muerte. España impresionó a medio mundo —incluida a Hope Solo— con una lección de desobediencia ante la dictadura norteamericana, que no sirvió para pasar a cuartos, pero sí para hacer otra muesca en la pared y ver que en los últimos tiempos se ha crecido varios centímetros de golpe.
Ya no sirve solo con creer que se puede. Se debe afirmar, porque hay argumentos para ello, que se puede competir con cualquier potencia sin complejos. Pese a que a estas horas es posible que por las calles de Madrid se reconozca antes a Megan Rapinoe que a Jennifer Hermoso, lo que supuso el Mundial para España, que aspiraba solo a participar y a no salir muy mal parada, ya es tangible. Tenemos, eso sí, algunos altibajos. Los aficionados hemos acercado el altavoz a la boca y ya hasta nos atrevemos a denunciar que no podemos pasar de llenar el Wanda, a tener que ver un Barcelona – Atlético de Madrid por streaming, a duras penas y a última hora. La apuesta no puede quedarse en verso, tiene que hacerse realidad.
España se fue con la cabeza muy alta de Francia y Jorge Vilda aprendió que la juventud siempre es agradecida con las oportunidades. Que esta España también necesita su transición dulce, que hay que saber reaccionar a tiempo y que la mezcla entre la madurez de las veteranas y la gazuza de las promesas es la clave para seguir una línea ascendente. Ya es costumbre atisbar el escarmiento desde las convocatorias. Patri Guijarro, Aitana Bonmatí, Lucía García, Nahikari o Laia Aleixandri empiezan a ser nombres recurrentes, la demostración de que la cantera y los éxitos conseguidos en las categorías inferiores tienen recorrido en la Absoluta. Una buena noticia para España y una inyección de ambición para las que vienen por detrás derribando puertas.
? ¡¡¡HISTÓRICO!!! ?
? A Coruña y Riazor consiguen el RÉCORD de asistencia a un partido de la Selección española femenina
¡¡¡ ? 10.444 GRACIAS!!!#JugarLucharYGanar pic.twitter.com/xxOySi3AWG
— Selección Española Femenina de Fútbol (@SeFutbolFem) October 4, 2019
Era importante golear, porque nunca se sabe lo decisiva que puede llegar a ser la diferencia de goles en este tipo de clasificaciones, lo comentaba Jorge Vilda en la previa. La victoria abultada ante Azerbaiyán —marcaron Patri Guijarro, Virginia Torrecilla y Aitana en dos ocasiones— poco se parecerá a los que nos encontraremos en un horizonte no muy lejano. La diferencia es que ahora nos tomamos el futuro de otra manera, con otra cara. La Selección Femenina ya no es ninguna víctima, puede llegar a empuñar el hacha que la convierta en verdugo de grandes potencias que hasta ahora nos parecían intocables. No queda tanto para comprobar si lo del Mundial fue un paso en falso o una zancada hacia otra dimensión. Por el momento, la Selección sigue siendo disciplinada y práctica. Había que empezar la fase ganando, y se ha ganado casi sin romper a sudar, hecho que sí hace realidad algo con lo que nos ilusionamos después de aquel 24 de junio: esta España ya cumple con las expectativas.
«Debes esperar cosas de ti mismo antes de que las puedas hacer». Michael Jordan