Vamos a decirlo claro y contundente: podemos estar posiblemente ante la mejor película de Amenábar hasta el momento. Con su tradicional producción impecable, nos cuenta los últimos años de uno de los grandes literatos de nuestro país, don Miguel de Unamuno, y vemos a través de los hermosos muros de Salamanca los precedentes de uno de los episodios más relevantes de la historia de nuestro país.
Por alguna razón, estos episodios no han tenido su adecuada explotación cinematográfica. Y no hablo sólo de historias, sino de personajes. El memorable enfrentamiento entre Millán Astray y Unamuno ya estaba tardando en aparecer. Pero cuidado. Si lo que buscas es exactitud histórica, esta no es tu película. No es la primera vez que Amenábar sacrifica el rigor en favor de lo emotivo. Pero la interpretación no está hecha con frivolidad, sino entrañando un legítimo mensaje de rechazo hacia los sublevados.
Por ello se suaviza la ambigüedad y la dudosa moralidad de nuestro protagonista, reflejando un Unamuno más humano de lo que realmente fue. La interpretación de Karra Elejalde no es de Goya, es de Óscar. Tanto él como Amenábar han sabido comunicarse a la perfección para crear el Unamuno que estaban buscando. Quizás la afabilidad natural de Karra contraste demasiado con la antipatía del escritor, pero lo compensa con esos parlamentos tan cautivadores y esa personificación tan difícil del impopular término medio que se ve empañado por sus berrinches habituales.
Como un Pérez-Reverte del siglo XIX y en una España (casi) tan ingobernable como la que tenemos ahora, Unamuno tiene bilis para todos como un macarra enfurecido sin pelos en la lengua. Gracias a la relevancia del papel de sus hijas, podemos ver algo de desdoblamiento moral en el protagonista. Ellas son las que despiertan al cabezota de su padre de la realidad de las viudas de sus amigos, confirmándole como su donación de 5.000 pesetas a los nacionales fue un error, pero no por razones ideológicas, sino simple y llanamente por los hechos, por el horror que les rodeaba.
Los secundarios también están impecables. Millán Astray (que bien podría ser un villano de algún sórdido manga japonés) es interpretado fabulosamente por Eduard Fernández, a quien se le ha acusado de realizar una interpretación excéntrica que desentona con el resto. Pero en honor a la verdad, ninguna dosis de excentricidad es demasiada para personificar a un tipo así. Sobre todo porque encarna perfectamente esa ridícula soberbia militar que con tanta energía grita “¡Arriba, España!” como si dijese algo. Y hablando de ridículos, otro acierto de casting ha sido, sin duda, Santi Prego haciendo del Generalísimo Francisco Franco. Es una lástima que en la mayoría de la gente se imponga antes el juicio que el humor sobre estos personajillos porque realmente son muy graciosos.
Como esa discusión entre Unamuno y el joven catedrático de la universidad, esta película comprime la constante colisión entre las dos Españas (que nos sigue dando quebraderos de cabeza en la actualidad) sin olvidar a los protagonistas de una historia que, entre la mayoría del pueblo español, no tuvo vencedores ni vencidos, solo muerte entre hermanos.
[…] de la evolución intelectual, la valoración y el estudio minucioso de opiniones contrarias. Y en Mientras dure la guerra no hay juicio que condene esa evolución, es más, Amenábar se aleja de la mirada subjetiva y […]