Querido P.:
Estos días se está colocando el foco del debate público sobre la polémica exhumación de Franco del Valle de los Caídos. Independientemente de valoraciones acerca del protocolo efectuado o la oportunidad de la fecha, resulta difícilmente cuestionable el rancio olor a naftalina que permanece en el ambiente cuando la conversación pivota en torno a un tema como éste. Todo lo relacionado con el dictador, pero especialmente la sonrojante ausencia de un consenso de mínimos acerca de su figura, nos devuelve una imagen de difícil encaje en el relato de progreso y modernidad que la democracia española quiere –y debe– establecer. La instantánea retrotrae inevitablemente, lo pretenda o no, a épocas pretéritas.
Por otro lado, el episodio también nos recuerda que el pasado constituye un poderoso aglutinante cuando existen situaciones de inestabilidad. Sea para criticarlo o para evocarlo positivamente, siempre ofrece puntos de referencia, asideros a los que aferrarse en contextos variantes. De ahí que un sector del madridismo, turbado ante las decepcionantes fluctuaciones actuales en el rendimiento del segundo Real Madrid de Zidane, haya empezado a mirar con ojos nostálgicos la posibilidad de un, hasta hace poco impensable, retorno de José Mourinho. Las castrenses formas del portugués, casi antitéticas en comparación con el laconismo francés, reconfortan esa tendencia humana anclada en cierto amor a la jerarquía y destilada verbalmente en la famosa frase de Spengler, según la cual a la civilización, cada cierto tiempo, solo la salva un pelotón de soldados dispuestos a morir por ella. Ahora que el historiador Edward J. Watts ha publicado su República mortal, uno puede rememorar que muchos senadores solían sentir la tentación, en horas bajas, de echarse en brazos de un Lucio Cornelio Sila de turno que ventilase autocomplacencias.
Más allá de que el –menguante pero aún estimable– prestigio de Mourinho no merezca alegorías ni con un militar aristócrata romano ni con el chusquerismo franquista, en mi opinión el Madrid se equivocaría si recurriera al mero impulso disciplinario. Y el motivo reside en el propio pasado de la entidad. Un equipo sometido a tantas fuerzas centrífugas y centrípetas resulta imposible de catalizar de manera exitosa por medio del puño de hierro, más allá de períodos excepcionales y cortísimos. Los últimos Madrides ganadores, generados alrededor de perfiles como los de Ancelotti o el mismo Zidane, se resumían en avalanchas un tanto desordenadas de jugadores talentosos, vinculados en torno a su superioridad técnica más que a través de algoritmos espartanos. La teoría del caos es difícilmente regulable con escuadra y cartabón, pero directamente imposible con el látigo.
Los atajos que ofrecen soluciones virilmente simplonas a problemas de naturaleza más heterogénea y compleja suponen un error. Si Florentino quiere recurrir a la historia blanca para poseer una mínima guía en la incertidumbre de lo cotidiano, bien hará en aprender de la experiencia y gastar su denuedo –que es lo mismo que decir su dinero- en renovar la calidad de los ingredientes diversos antes que en procurarse un capataz de simplismos atávicos. Dicho de otra manera: olvidarse de los fantasmas del pasado tan vigentes en estas fechas, entre exhumaciones, Halloween y la cercanía del Día de los Difuntos.
Saludos afectuosos.
P.
Sencillamente genial???