A menudo, le veo por el barrio paseando al perro por el parque de Arcentales. Incluso, por las mañanas. Y entonces uno se pone a pensar que, detrás de esa imagen cotidiana o silenciosa, hay un hombre que fue un futbolista tan importante en Atlético y Depor en los noventa. Que dirían los niños si lo supiesen. A los 51 años, Alfredo Santaelena es un entrenador en paro, un hombre al que el teléfono puede cambiar la vida en cualquier momento. Siempre ha entrenado en Segunda B o Tercera (Pegaso, Cobeña, Marbella, San Sebastián de los Reyes…) pero no desconfía de que algún día tenga la oportunidad de entrenar en Primera.
—¿Simeone o Alfredo en el banquillo?
—No sé. Somos distintos. Saber yo creo que sabemos igual. Pero cada uno tiene su método, una forma de jugar: yo defiendo un ataque más organizado. Pero también es cierto que esto se mide por resultados y que el que mejor conoce a los futbolistas es el que más tiempo está con ellos.
—Fue usted un futbolista importante. Sin embargo, es un entrenador desconocido.
—He tenido buenos momentos. Pero uno tiene que tener esa suerte que a mí ha podido faltarme. Ahora ves entrenadores, que casi sin ninguna experiencia previa, llegan a entrenar en Primera. ¿Qué lógica tiene eso? ¿Cómo lo puedo ver yo, que me retiré a los 33 años, tengo 51 y, desde entonces, prácticamente no he dejado de entrenar? Pero no desconfío de que algún llegue mi oportunidad.
—A su edad, hay gente ya prejubilada.
—Sí, es normal tal y como está el trabajo, no me extraña…
—Son 51 años.
—Pero yo me siento joven. A los 51 años aún somos jóvenes en esta sociedad de hoy. Si me dice antes, en la época en la que mi padre tenía esta edad… Pero, claro, es que su vida tampoco se podía comparar a la mía. Él trabajaba en Pegaso, con productos malos para el organismo… Eso es otra historia.
—¿Qué queda del futbolista que fue usted?
—Lo que quiera la gente que quede. Soy el mismo que salió de un barrio humilde como Vicálvaro donde bajaba a la calle con mi bocadillo de chorizo para merendar y ahí me pasaba el día jugando al fútbol, al rescate, a lo que fuese. Yo siempre le digo a mis hijos que no cambiaría mi infancia por nada. Salías a la calle, había cuatro coches… Luego, te diste cuenta de que allí también se cumplían sueños. De hecho, dos chavales casi de mi quinta como García Calvo, Martín Vellisca y yo llegamos a jugar en Primera saliendo de ese barrio.
—Llegó pronto al Atlético.
—Pero mi verdadero día fue uno en el que vino mi padre de trabajar de la fábrica y me dijo que en el Pegaso estaban haciendo pruebas a chavales de 12 años. Mi ilusión siempre era jugar en un campo de hierba natural bien cuidada, y el del Pegaso era un campo espectacular en lo alto de un cerro al que le daba el sol. No podía ser más bonito y que, de repente, yo pudiera tener esa oportunidad…
—Lo que pasa en la infancia no se olvida nunca.
—Sí, está claro, pero mire cómo sería el campo del Pegaso que siempre recuerdo una anécdota. Cuando vino la selección alemana al Mundial de España 82 fue el primer campo en el que entrenaron nada más dejar las cosas en el hotel. Al día siguiente, los llevaron a la vieja Ciudad Deportiva del Madrid y dijeron que no, que ellos querían volver al campo del primer día y le estoy hablando de futbolistas como Breitner, Briegel, Rummenigge… Pero es que aquel campo del Pegado era increíble.
—Fue un gran verano aquel del Mundial 82.
—Yo tenía 14 años. Recuerdo que vi la final de vacaciones en un pueblo de Segovia. Jamás se me borrará de la memoria el momento en el que marca el gol Tardelli y recuerdo que les dije a mis amigos, «algún día yo meteré un gol como ése», y no solo metí uno en el Bernabéu. Metí dos, uno que hizo campeón de Copa al Atlético frente al Mallorca y otro al Depor frente al Valencia. Con esto quiero decir que a veces el subconsciente nos manda encargos que, al final, puedes cumplir. Yo los cumplí.
—Acaba de recordar una obra maestra: el Depor de Arsenio.
—Sí, ya lo creo pero es que, por encima de todo, aquel equipo era una familia: los que lo vivimos dentro no podemos recordar nada mejor que eso.
—Hace poco volvimos a ver a Arsenio en un Informe Robinson y ya apenas hablaba: no decía nada.
—Sí, claro, porque el míster está muy mayor, debe darse cuenta de que yo llegué al Depor en el año 93 y él ya tenía una edad. Pero siempre lo recordaré dentro de una época maravillosa, entre otras cosas porque llegué a La Coruña entre los 25 y 30 años, que, para mí, siempre será la mejor edad que puede tener un futbolista. Igual ahora se puede prolongar unos años más, pero en mi época era así.
—¿Cómo vivió el penalti de Djukic?
—Nada más pitarlo, me acuerdo que me dirigí a Bebeto y le dije, ‘metelo, cabrón’ cariñosamente, pero cuando vi que se agachaba y se ponía a rezar… Por eso tenemos que agradecerle a Djukic que fuese valiente, que asumiese esa responsabilidad porque el mero hecho de estar ahí para el Depor, que entonces era un club muy humilde… No era fácil estar ahí. Pero es que se había fichado tan bien… Yo siempre digo que el reflejo fue Mauro Silva. Cuando vino no le conocía nadie. Cuando le conocimos nos dimos cuenta de que el Depor había fichado al mejor mediocentro defensivo de la historia del fútbol. No he visto otro igual.
—Qué tiempos aquellos.
—Fue una etapa muy buena, pero creo que como lo había sido siempre, para mí. Yo venía de un Atlético, donde siempre había quedado entre los cuatro primeros. Es más, de 11 años que jugué en Primera, ocho veces quedé entre los cuatro primeros lo que quiere decir que en una época como la de hoy hubiese jugado ocho Champions. Pero la diferencia es que entonces quedabas cuarto y te echaban la bronca. Ahora, sin embargo, se celebra casi como un título, porque juegas la Champions pero entonces había años en los que no te daba derecho a jugar ni la UEFA…
—¿Resolvió la vida con el fútbol?
—No, no. No era como ahora, y eso que yo hice las cosas con cabeza. Ahora, un jugador que llega a Primera tal vez pueda resolver la vida. Pero entonces no y fíjese que en el Depor siempre estábamos arriba, que fuimos campeones de Copa, que llegamos a luchar por la Liga… Pero, a fin de cuentas, era un club humilde. Ése fue el gran triunfo que nunca nos cansaremos de recordar.
—Nunca ha entrenado usted en Primera. ¿Eso significa que no es un buen entrenador?
—No lo creo. Lo he demostrado en categorías más duras como la Tercera, la Segunda B, donde está el barro, donde está lo complicado, donde te encuentras con jugadores que se levantan a las siete de la mañana a trabajar…, sean abogados, sean albañiles, sean lo que sean. Yo tuve a uno en el Pegaso, Canguro, que fue el máximo goleador, que se dedicaba a descargar leña y que a menudo se me presentaba por las tardes con las piernas cansadas y tenía que decirle, ‘no te preocupes, no hagas esto, tú el trabajo de fuerza ya lo has hecho por la mañana’.
—Qué historias.
—Por eso le digo que a veces lo más fácil es en Primera donde está todo medido o donde casi siempre tienes tantos medios… Por eso mismo todos los entrenadores queremos entrenar en Primera y, como ya le dije antes, no desconfío de que algún día llegue mi oportunidad. He pasado por todos los sitios. Me parece que la merezco. Pero hay que tener esa suerte, ese momento.
[…] aquella vez en la que nos hizo saber que «la derrota es más humana». Por eso el día en el que Djukic falló el penalti, el mismo penalti que impidió al Deportivo de La Coruña ser campeón de Liga en 1994, Arsenio […]