Esta es una foto imposible. Una foto que la vida impidió y a la vez propició. Cosas del destino. Una historia a tres bandas que parte de Barcelona, hace escala en Nueva York y culmina en Pekín. Un trayecto que persigue una promesa y el recuerdo imborrable de una madre. Cuando Ricky Rubio levantó el trofeo del MVP del Campeonato del Mundo de baloncesto yo me acordé de Luca. El base se acordó de su madre: «Siempre hay alguien siguiéndome. Perdí a mi madre hace tres años pero sé que ella está detrás, empujándome a ser mejor. Sé que no hay nadie en este mundo que me haya querido más que ella. Ella me conduce siempre. Incluso aunque no esté aquí, la siento». Fueron sus primeras palabras tras conquistar el mundo. Aunque a nosotros ya nos había ganado.
Ricky Rubio tiene 28 años y lleva media vida como profesional en el mundo de la canasta. Sí, debutó a los 14, ¿recuerdan? Aunque el palo más duro nunca llegó en la cancha. Fue en mayo de 2016, cuando su madre Tona Vives moría víctima de un cáncer de pulmón. Ella, gran aficionada al baloncesto, había sido la culpable de contagiar a sus tres hijos la pasión por la canasta. Tenía 56 años y llevaba cuatro años luchando contra el bicho que devoraba sus pulmones. Jamás había fumado. Ricky, por entonces en los Minnesota Timberwolves volvió a Barcelona, concretamente a El Masnou, para estar junto a su madre en los últimos días de su enfermedad. Fue ahí cuando se produjo la promesa:
«En una de las últimas conversaciones con ella, le prometí que haría todo lo posible para ayudar a otra gente que pasara por situaciones como la que, desgraciadamente, nos tocó vivir».
Tiempo después, en julio de 2018, nació The Ricky Rubio Foundation. Hoy la Fundación del base de El Masnou ayuda a más de 150 jóvenes en riesgo de exclusión social y también a los niños afectados por cáncer de pulmón y sus familias. Uno de ellos es Luca, un chico de 12 años, natural de Mataró. Allí juega al basket, en el equipo infantil, siempre y cuando el tratamiento del agresivo cáncer que sufre le deja. Ricky conoce su caso perfectamente, lleva meses apoyándolo y el pasado mes de marzo Luca viajó hasta Nueva York. Allí se reunió con Ricky con el que no solo compartió unas horas o intercambiaron canastas, además pudo disfrutar de ver en acción al por entonces base de los Utah Jazz en su partido en el Madison Square Garden, una de las mecas del baloncesto estadounidense. Fue el regalo de Rubio a Luca.
Luca es solo la punta del iceberg. El cable a tierra que conecta a la estrella del baloncesto con el recuerdo perenne de su madre. La fórmula para avanzar sin perder de vista el pasado. Por eso cuando el nuevo base de los Suns firmaba en Pekín su actuación más redonda en un torneo internacional (16,4 puntos, 4,6 rebotes, 6 asistencias y 17,5 de valoración), las sonrisas se reproducían en su fundación, en todos aquellos para los que Ricky es antes que un extraordinario jugador de baloncesto, una persona comprometida.
No extrañaron por tanto las reiteradas miradas al cielo, ni ese índice que señalaba, trofeo en mano, que había cumplido su otra gran promesa, la que se hizo a sí mismo: «Al final el deporte es un reflejo de la vida y lo que estamos haciendo espero que pueda servir de ejemplo a mucha gente. Nuestro equipo no era el más talentoso de los que hemos tenido en los últimos años, pero sí hemos creído y siempre hemos sido un equipo en el más amplio sentido de la palabra, ocurriese lo que ocurriese. Pasan cosas en la vida, pasan mil lesiones, mil derrotas… pero si sigues creyendo la pelota entra». Y en Ricky, como ven, cree mucha gente.
… gràcies per guiar-me, t’estimo mama 🌹 #TRRF pic.twitter.com/b9GPe5CCCk
— Ricky Rubio (@rickyrubio9) September 15, 2019
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