No sabría decir cuándo fue la primera vez que supe de Luis Ramiro. Estoy seguro de que en 2004 fui premeditadamente a escucharlo, lo que significa que tiempo antes lo había encontrado, aunque tampoco hay mucho margen para remontarse porque Luis empezó tarde y por aquellos años llevaba poco tiempo en activo. Ustedes pensarán que el dato no importa mucho, pero si hago este ejercicio de memoria es para justificarme ante la ley. Al poco de conocer su existencia comencé a bajarme sus canciones en emule y quisiera pensar que lo hice porque no tenía ningún disco editado.
Descubierto el cantante, lo añadí a mis planes de seducción. Parte del cortejo consistía en mostrar lo mejor que tengo (o tenía), pero como tardaba poco en la descripción del catálogo, lo siguiente era enseñar lo mejor que conocía y que eso hablara por mí. Ahora pienso que era una forma de definirme por delegación: soy como te he contado y como dice Luis Ramiro.
Le perdí la pista sin darle las gracias por el éxito de la conquista e imaginé que ya tendría noticias suyas, la fama suele ser ruidosa. Pero no las tuve. Hasta que la noche del sábado volví a sentarme en la Sala Galileo. Cómo llegué hasta allí quince años después es largo de contar y no procede; supongo que lo bueno de caerte de un tren en marcha es que redescubres el campo. Viejos y nuevos paisajes, nuevas y viejas ortigas.
Juraría que Luis Ramiro no cantó ni una de las canciones que me descargué en mi vida anterior, o tal vez me falle la memoria. El caso es que todas me parecieron nuevas y de ese privilegio disfrutamos muy pocos; entre el placer de las primeras veces también hay un apartado musical. Entretanto, advertí que el público mantiene con Luis Ramiro una relación que mezcla lo familiar y lo sentimental. Seguramente su condición primordial es la de amor platónico. Con esos ojos le miraba una mayoría de las mujeres en la sala, no me fijé tanto en los hombres. Lo fascinante es que Ramiro es un galán que no ejerce, que mira más por las ventanas que por los espejos. Cómo expresarlo. Su poesía es más propia de los feos que no encuentran otra escalera; sus canciones son alzas para bajitos, pero él es alto. O no lo sabe o disimula. O se olvida, me han dicho que se distrae con facilidad.
Asumido que cada concierto suyo es “el aniversario de lo que pudo haber sido”, Luis ha evolucionado de amante platónico a sobrino, hermano, hijo o amigo de la infancia. Así le hablan desde la oscuridad, con la confianza que se tiene con los parientes o los muy allegados, como si fuera un cantante de atención primaria. Es obvio que toda esa gente no le abandonó durante quince años. Y es evidente también que Luis Ramiro tiene lo que desea. Si Alejandro Sanz grita socorro, recibirá en Twitter dos millones de mensajes de apoyo; si lo hace Luis Ramiro tendrá a doscientas personas en la puerta de su casa con botiquín y mantas.
Es extraña la sensación que proporciona conocer un tesoro del que pocos tienen noticia. El primer impulso es rebelarse. Cómo puede ser que cantantes peores gocen de un reconocimiento multitudinario. Cómo es posible que las discográficas no se peleen por él. Los lamentos son tan sinceros como ingenuos. El triunfo no se mide contando followers, ni dinero. Si Luis Ramiro se convirtiera en ídolo internacional, cuestión que no cabe descartar todavía, ya no podría saludar a la gente a la salida, ni conversar con el público durante las actuaciones, ni abandonar el micrófono e improvisar entre las mesas. Hasta es posible que en ese caso sus novias no le dejaran, catástrofe de proporciones incalculables.
Su próximo disco, como el anterior, lo financiará con crowfunding. Quien lo quiera tendrá que comprarlo antes de que se publique. La fórmula resulta en principio chocante, pero al poco entiendes que es un maravilloso acto de romanticismo en el que cada quien se arroja a los brazos de cada cual con la absoluta confianza de que no tocará el suelo.
Creo que he hablado poco de lo que fue el concierto, de sus letras y de su voz. Luis Ramiro es un cantautor tan atípico que hasta canta bien. Pero a estas alturas renuncio a lanzar más bengalas al cielo. No hay nadie a quien rescatar. Quien se aproxime se quedará. Y nunca es tarde. Para llegar o para volver.
Gracias Juanma por tantas cosas, pero ahora quiero dartelas por descubrirme a Luis Ramiro, no sé donde he estado metido estos últimos 15 años. Cuando escuché por primera vez «Perfecta» tuve una sensación que no he tenido nunca, me dió miedo oir más canciones de él porque no podría haber nada más maravilloso en el mundo.
GRACIAS.
Que bonito leerte. A veces se vuelve tremendamente humano el leerte. Eso me trasporta en el tiempo. Me transporta a otra época, a otro tiempo y lugar, donde todos eramos más honestos y donde no nos mirábamos continuamente el ombligo.
Quizá, con este «2029», Ramiro ha firmado uno de los mejores discos de su carrera, con las mejores y más arriesgadas letras.