Los enfrentamientos entre el Real y el Atlético de Madrid rara vez son partidos normales. Es más, ni siquiera deberían entenderse como simples partidos de fútbol. Desconozco con qué pasión los vivirá un directivo del petróleo de Qatar o el propietario de la tienda de Lexus del Al-Khobar (Arabia Saudita), pero sé cómo los vive un taxista que conocí el viernes (socio treinta mil y pico del Madrid y más merengue que Bernabéu) o cómo los vivía mi abuelo (que ya era socio del Atleti cuando Chamartín era un campo de huertas). Que sí, que son tres puntos y tal; pero no. Y no me hagan explicarlo porque lo saben. Aquí los amistosos duelen y los resultados tardan años en cicatrizar. Es así. Por eso las precauciones parecen mayores cuando simplemente son distintas.
Al terminar el partido, mientras abandonaba mi asiento en el Metropolitano y me dirigía a casa, la sensación alrededor era prácticamente unánime. Fastidio por no ganar, pero ni atisbo de decepción. Todos le dábamos vueltas a lo que acabábamos de ver, eso sí. En ese momento en el que las pulsaciones volvían a su estado normal tratábamos de analizar lo que había pasado. Los cambios, las ocasiones, las paradas, los errores… El punto obtenido, sin ser bueno, parecía justo. Oblak, que no nació en Moncloa, pero sabe de qué va esto, lo explicó muy bien en zona de prensa: en un derbi siempre quieres ganar, pero no puedes perder. Obvio. Cualquier aficionado con cierta edad lo sabe. Cualquiera que haya salido a la calle con una camiseta del Atleti durante esa travesía en el desierto que fueron los años previos a la llegada de Simeone no sólo lo sabe también, sino que además validará cualquier opción que lo aleje de aquel infierno.
Les cuento esto porque les prometo que hasta que llegué a casa y me conecté a Matrix no reparé en las quejas que hoy monopolizan el debate sobre el partido. Todo eso de la falta de ambición, del respeto extremo, del aburrimiento, de la falta de juego y demás leyendas contemporáneas. Por supuesto, tampoco faltaron entonces las críticas a Simeone; un fenómeno tan regular y tan cargado de profundidad como la canción del verano de Georgie Dann. Me cabreé, lógico, pero antes de chillarle a la radio o de soltar barbaridades a través mi avatar, pensé en una frase que leí en El Gran Gatsby: cuando sientas la necesidad de criticar a alguien piensa que no todas las personas en el mundo han tenido las mismas oportunidades que tú.
El partido quizá no fuese bueno, pero es que eso ya me da igual. Hace tiempo que no me preocupa recrearme en un concepto que parece significar cosas distintas para cada uno de nosotros. Tampoco sé si fue aburrido o no; lo que sé es que yo no me aburrí. Al contrario. Se me pasó volando. Es una ocasión excepcional y, precisamente por eso, no creo que sea la mejor ocasión para sacar conclusiones categóricas. Dicho lo cual, me quedo con algunas cosas:
La igualdad. El potencial de ambos equipos, que hace una década era sideral, se ha ido acercando hasta un punto en el que puede ganar cualquiera. Si hace unos años la frase «que gane el mejor» era un recurso retórico para decir que iba a ganar el Real Madrid hoy ya no es así. Hoy, gracias a Simeone (y lo siento por los francotiradores), «el mejor» es un concepto mucho más líquido que varía con cada partido.
Thomas. Siempre he sido un fiel defensor del Ghanés, pero creo que ahora mismo es el mejor jugador de la plantilla. Da equilibro, da velocidad, da pausa, rompe líneas, cierra espacios, lanza diagonales… y todo eso lo hace con elegancia y sin perder los nervios. El partido que hizo ayer es fantástico.
Simeone. No entendí el cambio de Correa por Vitolo, pero después supe que el canario estaba lesionado. No me gustó el cambio de posición de Saúl, pero es cierto que Lodi estaba fundido y que no tenemos otro lateral izquierdo. No quería que saliese Joao del campo, pero la realidad es que el portugués no podía con su alma y que el Madrid llevaba diez minutos monopolizando el balón. Desde que salió Llorente la posesión volvió a estar igualada. Moraleja: lo mismo el entrenador del Atlético de Madrid sabe más de fútbol que un comunicador hipermotivado o que el señor de piel cetrina que lo insulta desde la grada.
Ya pasó. Volvemos a la vida. Ahora toca pensar en la competición y en el fútbol. Volvemos al ostracismo involuntario. A dejar de interesarle a Matrix y al que compra. Bendita normalidad.
PD. Me enteré del affair con Sergio Ramos cuando llegué a casa (y no antes). Me resulta incomprensible. Y no, no es un problema de que los árbitros sean buenos o malos; el problema es, y siempre ha sido, que los árbitros no son igual de buenos o de malos con todo el mundo.
Amén. Thomas es mejor que Pogba, algunos lo vemos, subida de cláusula ya!!!