No hay nada de lo que sucedió el sábado en Los Cármenes, salvo el extraordinario desempeño del Granada, de lo que no estuviéramos avisados desde hace meses, quizá años. Ya lo anticipábamos en el artículo que evaluaba la temporada anterior, escrito en mayo, pero los defectos siguen siendo los mismos, pese a fichajes de relumbrón que hacían pensar que el Barça iba a revitalizarse. Ni con Neymar, su padre y los toiss formando delantera se hubiera podido evitar el topetazo de ayer.
El problema es que el equipo azulgrana se está empezando a acostumbrar a esos golpes. Todo rival que juegue con una intensidad muy alta mantenida en el tiempo, que haga correctamente la presión a toda cancha, que empuje al Barça a salir por las bandas (ojo a los laterales: el intransferible Semedo y Junior), que juegue con fuerza y ritmo en todas las zonas del campo, se convierte en una amenaza inabordable para los culés. Lo que comenzó siendo hace pocos años una señal solo vista en Europa (goleadas a domicilio, que ocasionalmente se remontaban, pero la mayoría de las veces no, más tarde remontadas rivales directamente: Roma, Liverpool) lo reproducen ahora equipos modestos de nuestra Liga. Athletic, Osasuna y Granada no han dejado respirar al campeón, que con estos antecedentes y panorama tiene algo más que difícil revalidar el título, no por opciones matemáticas, sino por inapelables, pesimistas sensaciones.
El hecho de que esto solo suceda por ahora fuera de casa, más que alimentar nuestra confusión, nos debe hacer pensar en un grupo que solo funciona a favor de corriente, en campo regado y ancho y con un rival que no moleste demasiado. El equipo del juego ha pasado a depender de los demás. Es cierto que estamos en una fase incipiente de la temporada, que Messi sigue casi de vacaciones… pero como las heridas se producen sobre conocidas cicatrices, solo podemos desconfiar.
Lo fácil es echar la culpa a Valverde, es prácticamente un acto reflejo, pero es innegable que razones hay. Más allá de haber dotado de empaque y consistencia defensiva al equipo en su primera temporada, no se han apreciado virtudes tácticas, evolución ni capacidad de resolución de problemas en el Barça en estos dos años y poco que lleva entrenándolo. Si ya apostábamos por su sustitución al frente del equipo en el mencionado artículo, ni siquiera su recién desarrollada valentía demostrada con la inclusión de nuevas piezas como los jóvenes canteranos Ansu Fati, Carles Pérez o el acierto de mantener siempre en el campo a De Jong, de largo el jugador del Barça que más lo merece, tapa su mediano desempeño en otras áreas del trabajo de entrenador de un gigante como el Barça. Lo cierto es que no se puede ser amigo de Dios y del diablo, e igual que no podemos pedirle atrevimiento y protestar cuando lo aplica, él no puede escudarse en ello cuando ese atrevimiento consiste exclusivamente en poner la agitación en ataque y el desborde en manos de un chico imberbe. Ansu Fati es una bendición, un maravilloso imprevisto que funciona más que bien y nos hace sonreír cuando pensamos en Malcom o en Dembelé, pero no es (todavía) Messi.
El entrenador tiene que favorecer mecanismos tácticos que hagan que el equipo se posicione en campo contrario, decante ocasiones de gol cada pocos minutos y recupere el balón rápidamente tras la pérdida. Eso se consigue asumiendo riesgos, posicionando adelantada a la defensa y bien escalonados a los interiores, escogiéndolos bien, exigiendo a sus delanteros que acompañen en la presión, entrenando el juego de posición y los triángulos, pidiendo movimiento delante del poseedor de balón, demandando enérgicamente compromiso y entrega a unos jugadores muy acomodados y no cambiando el mediocampo sin razones aparentes, dejando sin corregir la posición y disposición de Griezmann, que se muestra perdido, y confiando en el maravilloso pie izquierdo de Messi para la resolución de todas las dificultades. Si esto es lo que nos espera de cara al futuro, cuando el genio argentino no esté, el panorama es poco mejor que árido.
Los jugadores tienen su responsabilidad alícuota, por supuesto, hay casos indignantes de falta de intensidad y compromiso, caras muy vistas y gastadas, pero para apreciar eso y ponerle solución está el entrenador. O la directiva, para fichar sustitutos o promoverlos desde la política de cantera, errática cuanto menos en los últimos años. No ayuda el hecho de que el Real Madrid, de largo el estímulo más poderoso para que el equipo culé funcione (detrás de la idea de juego) se muestre en similar desempeño. Nadie quiere gobernar, por lo visto. Y no hablo del Congreso.
Sin exagerar: el Barça debe ponerse en manos de De Jong antes de que el rubio holandés se estropee, contagiado por la molicie de sus compañeros. Pide a gritos compañeros en la asociación, rompe líneas para encontrarse que su conducción no divide puesto que no hay desmarques de los delanteros. No le muestran líneas de pase que hagan daño. Se están desaprovechando las cualidades de un jugador de época, el penúltimo escalón del ataque, el que debe activar a los delanteros en el último tercio del campo. ¿Qué tal si le preguntamos cómo hacían un grupo de jóvenes el año pasado para maravillar a Europa entera? ¿Puede ser entrenador-jugador?
Un análisis claro y muy coherente.