Las películas de Quentin Tarantino surten el mismo efecto que una hostia a destiempo. Este poeta de la violencia es capaz de extraer la belleza de un puñetazo, una colisión de autocares o el tajo de una espada. Es un Bukowski del cine, solo que adicto a la sangre en lugar de a las copas. El director de cine estrena esta semana Érase una vez… en Hollywood, a la que muchos califican de su película más redonda y personal. Será la penúltima película del autor, que ya ha señalado que no hará ninguna más tras la décima. ¿Verdad o farol? ¿Marketing tarantiniano? Ya lo veremos.
Hace pocos días, en una entrevista para El Mundo, el director aseguraba que el “cine se encuentra ante el final de una era”. En un tono de lo más agorero, llegó a afirmar que “una de las cosas más importantes que puede hacer una película es que se cree una conversación en torno a ella, porque cada vez pasa menos a menudo”. A pesar de su corta edad (56 años no son nada para un director de cine), Tarantino es quizá uno de los pocos directores con nombre propio que quedan. Una de esas especies en peligro de extinción. Muchos han calificado su obra como de «oda a la violencia», pero en realidad creo que es una ‘oda al cine’ y, más concretamente, al cine que apasiona a Tarantino.
Hoy en día parece que el que muestra violencia en una película es violento. Lo mismo ocurre con la música (que se lo digan a C-Tangana) o los libros. El cine de Tarantino no casa con este buenismo de apariencias endémico y sigue defendiendo su propuesta con personalidad. Sus personajes son complejos, políticamente incorrectos y les encanta andar descalzos. La primera película que me deslumbró del rey del fetichismo fue Pulp Fiction (1994). John Travolta convertido en gánster, tomando cocaína y bailando con Uma Thurman no tiene precio. Pero las películas de Tarantino no son solo cuestión de estética, aunque esta y la música jueguen un papel fundamental. No todo es hierro, sangre y fuego. Detrás de cada historia se encuentra la constante batalla entre el bien y el mal y el debate sobre la legitimidad de la violencia. Los personajes de Tarantino apuestan por ejercer su propia justicia. Es por ello que sus películas tienen un efecto terapéutico. Quizá esto suene muy macabro, pero contemplar a los Malditos Bastardos (2009) arrancando las cabelleras de los nazis es un espectáculo muy disfrutable.
Tarantino sabe que las ficciones están para refugiarse en ellas y, en muchas ocasiones, para desahogarnos de la pesada carga que supone nuestro día a día. Es por ello que él aprovecha sus películas para deleitarse con los pies desnudos de las actrices más bellas de Hollywood, y a cambio concede al espectador la oportunidad de matar a Bill o a quien haga falta. Es paradójico que el que ha sido calificado poco menos que de mesías de la violencia nos haya hecho a algunos aprender casi de memoria un pasaje bíblico (Ezequiel 25-17). El cine de Tarantino es para disfrutarlo callado, dejándose llevar por la chulería de sus personajes, los éxitos musicales y los colores ocres. No es apología de la violencia, es lo que muchos pensamos y no nos atrevemos a decir:
—¿No los odias?
—¿El qué?
—Estos incómodos silencios. ¿Por qué creemos que es necesario decir gilipolleces para estar cómodos?
—No lo sé, es una buena pregunta.
—Entonces sabes que has dado con una persona especial. Puedes estar callado durante un puto minuto y compartir el silencio.
Conversación entre Uma Thurman y John Travolta en Pulp Fiction.
En pulp fiction travolta va puesto de heroína, de cocaína va uma.
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