No es fácil entender a Kundera y menos si éste se empeña en desarrollar teorías de Nietzsche en la fría ciudad de Praga. Reconozco que tuve que leer La insoportable levedad del ser más de una vez para encontrarle sentido, porque yo soy de esos que piensan que las cosas se viven una sola vez y que no hay ley cósmica que te las vuelva a endiñar, salvo que pongas mucho de tu parte para protagonizar las mismas escenas. Los destinos entrelazados sólo se atan si hay voluntariedad en los nudos. Nada pasa porque sí, si tú te empeñas en que sea que no.
Pero es que observando la trayectoria de Neymar Jr, hay una frase en el libro que le viene a este caso como anillo al dedo: «Cuando habla el corazón es de mala educación que la razón le contradiga». Intentar el fichaje del brasileño —y más si eres el Barcelona—sólo es posible si tienes la patata de tamaño Indurain y ésta le manda callar al seny hasta el 2 de septiembre. Si aquí vuelve a haber historia de amor, que no le echen la culpa a Nietzsche. Y eso que soy de los que piensan que, de azulgrana, Ney volvería a ser un crack de los que quita el sentido.
También reconozco que lo de este chico es algo parecido a esos programas que llevan años y años en las parrillas de un canal “que nadie ve”, pero que no baja de cuatro millones en las cuentas del share. Si le preguntas a cualquier aficionado si quiere fichar a Neymar, te hablará de los tois, del carnaval, de los cumpleaños familiares, de la falange de los dedos de sus pies y , obviamente, de su falta de compromiso, pero en lo íntimo de sus pensamientos, que llegue el astro le pone palote, palote, palote. Y es que el fútbol tiene —o debe tenerlo— un componente de magia que es el que engancha a todo aficionado de a pie. Y reconozcamos que una jugada de Neymar enamora más que diez partidos estupendos del gran Casemiro. Clemente se pasó años intentando convencernos de que el bueno era Urkiaga y que dejásemos de adorar a Sarabia. No lo consiguió.
En fin, que sobre el papel, hay dos grandes clubes jugando está partida de póker: el mencionado Barcelona y el Madrid de Florentino cazagalácticos, aunque yo no dejaría de lado a la Juve (que enseña a Dybala al primero que se acerca) o incluso hasta que se quede en el PSG. Cualquier cosa es posible, pero tengan claro que al primer cambio de ritmo que siente a su defensor, parisinos, barceloneses, madrileños o turineses, romperán a aplaudir y guardarán las reticencias en el cajón del “es que es muy bueno este tío”. Eso sí, cuando lleguen los desplantes —que también llegarán— aprenderán algo de hebreo para jurar bien ese idioma.
En el ínterin del dónde aterriza, yo, como madridista, sigo diciendo que a mí me gustan los documentales de La 2, que se vaya al Barcelona a demostrar lo de Nietzsche y que valen más cien gramos de razón que dos kilos de inconsciencia. Son cientos de millones para jugárselos en una ruleta. Pero si Florentino le viste de blanco, habrá que pensar que Kundera no es un cualquiera y que lo mismo tenía razón afirmando que donde hay corazón que se aparte el cerebro. El que no se consuela es porque no quiere. Al fin y al cabo, esto solo es fútbol. Así que me veo en la obligación de decirles que yo también me pondría a aplaudir como loco los gambeteos de Neymar. Me rindo a las paradojas, no quiero que venga y estoy deseando que llegue. ¿A usted le pasa lo que a mí?
Tal cuál. Es como la cervecita del aperitivo cuando estás jodido con el ácido úrico y los malditos triglicéridos. Sabes que no debes, pero siempre acabas con el mantra: «solo una y ya está».