En los alrededores del nuevo estadio del Arsenal hay aficionados cualquier día, la mayoría japoneses, italianos y españoles. En agosto son menos, pero no faltan. Muchos hacen el tour por el estadio o visitan el Museo (la entrada se vende conjunta o separada), o hacen compras en las tiendas oficiales. Donde no es frecuente encontrar aficionados es en el viejo Highbury, apenas a dos manzanas de allí, y la explicación es simple: muchos piensan que Highbury ya no existe. Su defunción fue anunciada y publicada en 2006, después de 93 años de fiel servicio a la causa.
Sin embargo, Highbury no ha desaparecido. Si nos pusiéramos líricos diríamos que vive dedicado a tareas propias de su edad. Pero lo importante es que vive. Entre las calles Avenell y Highbury Hill se encuentra Highbury Square, pero no imaginen una plaza al uso. Su acceso es discreto, casi misterioso para quien pasea por Highbury Hill. La primera impresión es la de entrar en una propiedad privada, una de tantas urbanizaciones custodiadas por un celoso portero. La diferencia es que aquí no hay portero, sino una escueta placa que señala un acceso con la puerta abierta.
La segunda sensación, y es brevísima, es la de penetrar en un jardín privado, hasta que se alza la vista y uno se descubre en mitad del viejo Highbury. Poco importa que las gradas estén ocupadas ahora por elegantes apartamentos de entre 500.000 y 900.000 libras. El esqueleto del estadio es perfectamente indentificable, incluso la luz. Y el efecto es más poderoso todavía porque en lo que era el campo de juego se ha diseñado un jardín minimalista con parcelas de hierba que no ha sido cortada con máquina, sino con maquinilla. El alma de Highbury permanece en ese silencioso lugar. Y no es solo que las fachadas Este y Oeste se hayan mantenido en pie (los míticos East y West Stand de estilo art decó construidos en 1936); lo que llama la atención es el respeto absoluto con el que se acometió una obra que ahora cumple diez años. Highbury no fue sepultado, sino rediseñado para la jubilación. Por el camino no se ofendió a ningún fantasma o a un solo aficionado.

El destino ha querido que el décimo aniversario de la segunda vida de Highbury coincida con la demolición del estadio Vicente Calderón. Los atléticos podrán expresar mejor el dolor por la desaparición de la que fue se casa durante 51 años, aunque no tienen la exclusiva de la nostalgia. Cualquier buen aficionado —quien esto escribe vio allí su primer partido de fútbol a los siete años— siente la pérdida como propia; el Calderón forma parte de nuestra memoria sentimental. La pena es que, en este caso, nada retendrá el alma del viejo estadio.

La operación urbanística Mahou-Calderón prevé la construcción de 1.300 pisos en bloques de un máximo de 12 plantas y un mínimo de cinco más ático, tras una corrección impuesta durante la alcaldía de Manuela Carmena después de que el plan urbanístico de 2012 fuera rechazado por el Tribuna de Justicia de Madrid; la pretensión del PP de Ana Botella era construir 2.000 viviendas y dos torres de 36 plantas. Además, se habilitarán las consabidas zonas verdes, se ampliarán los colegios circundantes y se inaugurará un centro de mayores. Eso sí, todavía no se sabe cómo se recordará la presencia del estadio. Cerezo aseguró el pasado diciembre en la firma del acuerdo con el Ayuntamiento que “será algo bonito y digno del Vicente Calderón”. No hay más detalles. Cualquier parecido con el trato dado a Highbury es mera coincidencia.
El English Heritage es un organismo gubernamental que protege el patrimonio histórico del Reino Unido. En su catálogo de edificios y monumentos protegidos hay más de 400.000. Entre ellos está la East Stand de Highbury o el Grandstand de Craven Cottage (1896), el estadio del Fulham. Es evidente que entre los británicos existe otra percepción de la cultura y el patrimonio. Y, especialmente, de la memoria. Sólo en Westminster, en el centro de Londres, hay 300 estatuas, de Churchill a Mandela.
Si nos centramos en el fútbol, valga el nuevo Emirates Stadium como mínimo ejemplo del respeto de los ingleses a los héroes propios, antiguos o recientes. Alrededor del estadio hay estatuas de Tony Adams o Dennis Bergkamp, sin que falte Herbert Champan, mito, entrenador e ideólogo; un busto del propio Champman preside todavía la entrada de la East Stand de Highbury. Las paredes de hormigón del Emirates están forradas con placas con las leyendas del club y con sus méritos descritos por aficionados. En las banderolas que adornan los puentes de acceso al nuevo campo se muestran otros jugadores que hicieron historia como Cesc Fàbregas.

Bajo el control del English Heritage, el estudio de arquitectura Allies y Morrison firmó un proyecto que tenía como objetivo “preservar la naturaleza y la memoria del estadio original con el desarrollo de una nueva tipología residencial”. A fe que lo consiguió. Y con la misma filosofía trabajó dicho estudio en la transformación del Londres olímpico y en la posterior reutilización de las construcciones y el paisaje.
En el proyecto Mahou-Calderón la grada principal sobrevivirá sólo hasta que se pueda soterrar la M-30; entretanto, la carretera ha sido desviada y pasará por lo que fue el césped del Calderón. Después ya no quedará rastro del estadio.
Las instituciones no parecen muy preocupadas. El pasado mes de julio, el Atlético de Madrid vendió a Azora y CBRE las dos parcelas en las que estaban divididas los terrenos del Calderón por 100 millones de euros. Allí se levantarán dos torres de 13 plantas con cabida para 340 viviendas de lujo. Tal vez una placa rememore la presencia del Calderón, pero no se espera ningún vestigio del estadio, menos todavía una estatua de Luis Aragonés. A diferencia de lo que ocurrió con Highbury, preservar la memoria nunca ha sido el objetivo.
La mayoría de los españoles, quizá con la única excepción de los aficionados a la música, sentimos un cierto complejo de superioridad en relación con los ingleses y su sensibilidad cultural (artística, gastronómica). Es posible que estemos condicionados por una rivalidad histórica de varios siglos o por los cafres de Magaluf, no sabría precisarlo. Pero el sentido cívico de los ingleses y su reverencia a la tradición y a la historia es algo de lo que deberíamos aprender para ser un país mejor, caso de que esa sea la idea. Referidos al fútbol, Highbury es el testimonio de lo que es posible en Londres e irrealizable en Madrid.

Me a gustado mucho el artículo, tienes razón que se debería tener un trato especial a la hora de derribar el Calderon, cosa imposible a estas alturas
Cuanta bisoñez!Y que manía en conservar edificios cochambrosos, el Vicente Calderón no tiene nada que merezca la pena conservar a nivel arquitectónico y los Madrileños si necesitamos zonas para vivir, de servicios y recreo, y mas precisamente en esa zona de Madrid.
Conservar patrimonio es algo mas que mantener edificios en pie sin mantenimiento ni cuidado y buena prueba de ello es el inmenso patrimonio cultural que se cae a pedazos en iglesias, monasterios, y otros bienes culturales, que por ser de la iglesia se dejan pudrir. Como para dejar en pie un vetusto estadio sin ninguna gracia
No se trata de dejar en pie el estadio, sino algo que recuerde que allí hubo un estadio. Soy madridista, pero reconozco que el Calderón ha tenido su sitio en la historia de la ciudad. Highbury no está en pie, no hay más que ver las fotos del artículo, pero sí queda un recuerdo.
No creo que sea especialmente difícil que un parque construido donde estaba el Calderón mantenga parte de la esencia del campo de fútbol, por ejemplo.
El artículo es muy bueno, Trueba; eres un maestro de la tecla. Pero el ejemplo no lo es tanto: el patio de vecinos en que han convertido los británicos las antiguas instalaciones deportivas es como para llorar. No querría vivir allí.
Bonito articulo
Nostalgia toda, mirar al futuro siempre, los recuerdos del Calderón están dentro de cada uno de nosotros, urgando en la herida eh Juan a, vuelve pronto Ennio por favor!!!