En el último número de la prestigiosa revista Runners World la portada ha sido él: Álvaro Arbeloa (Salamanca, 1983). Un ex futbolista del Real Madrid que, sin ser trascendental, no dejaba indiferente a nadie. Un hombre que hoy es un ciudadano de 36 años que, desde que se retiró del fútbol hace dos, se ha convertido en el atleta aficionado que retrata esa portada de Runners World. La diferencia está en su tarjeta de presentación. Arbeloa ya ha hecho 36’00» en 10 km y 1h 17 minutos en media. Unos tiempos reservados para una parte muy, muy selecta de la población. Pero así es este hombre, Álvaro Arbeloa, que, de alguna manera, representa a la clase media.
Sin ser un futbolista especialmente dotado, llegó a ser campeón del mundo en Sudáfrica. Ahora, con la vida resuelta y con un trabajo delicioso como embajador del Real Madrid, está preparando una prueba tan exigente como el maratón de Valencia. Y no solo eso, sino que entre sus ideas de futuro figura la de terminar un Ironman (3,7 km de natación, 180 de bicicleta y 42 km a pie) lo que nos invita a contarles que la ambición es una compañía magnífica. Si la dejamos quieta es como si no encendiéramos la luz al entrar en casa. Por eso se dan casos como el de Arbeloa que, dos años después de la retirada, está incluso mas fino que en su época de futbolista de elite. No importa que ya tenga 36 años y que esos puedan ser muchos años para la práctica del deporte después de toda la vida sometiendo su cuerpo al alto rendimiento. Una cosa es la edad cronológica y otra la biológica que nos recuerda que el motor del cuerpo es como el de los coches: tiene unos determinados kilómetros.
Sin embargo, a día de hoy, Arbeloa sigue un duro plan de entrenamiento para correr. De otra forma es imposible aguantar una media maratón a esos ritmos que lo hace él por muy dotado que pueda estar. Al fin y al cabo, se compite como se entrena y, por lo visto, si hacemos caso a Ivan Álvarez, su entrenador personal, «Arbeloa tiene un margen de progresión muy amplio» lo que nos concede el deseo de imaginarle algún día en campeonatos del mundo de veteranos. Allí no será como en Sudáfrica en el verano de 2010 pero el nivel siempre es muy alto. En esos campeonatos convive gente especializada en detener el tiempo. Gente que ha demostrado que cumplir años no es malo para correr. La diferencia está en el entrenamiento, en familiarizar al cuerpo con el entrenamiento, en demostrar que todo es posible si se intenta.
A día de hoy, Arbeloa es capaz de aguantar un ritmo durante 10 km próximo a 3’30» cada 1.000 metros que no le soportaría ningún futbolista del Madrid en activo. En realidad, los futbolistas no entrenan para correr durante tantos kilómetros seguidos. Es posible que, a día de hoy, ningún futbolista de Primera bajase de 40’00» en 10 km. Sin embargo, Arbeloa ya va por 36’00» y se desconoce hasta dónde llegará. Un caso bárbaro, sin duda, porque los jugadores, que se siguen machacando cuando se retiran, son casi excepcionales. Unos porque perdieron la motivación y otros porque acaban literalmente machacados tras tantos años en un deporte de contacto francamente duro. Hay una frase de la medicina de toda la vida que lo resume con clase: «Las rodillas no están hechas para jugar al fútbol».
En ese sentido Arbeloa no solo muestra una motivación formidable. También es un privilegiado que se conserva, o sabe conservarse para afrontar el desafío del atletismo. A los ritmos que él lo hace, solo lo consigue una minoría lo que no significa que ahora entrene más duro que en su época de futbolista. Sí significa que puede entrenar más porque las competiciones están más separadas y las elige él. No se las marca un calendario. También significa que ahora ya no maneja las obligaciones de su época de futbolista. Pero debatir qué es más duro, si lo que hacía antes o lo que hace ahora, no sé hasta qué punto es razonable porque el km 16 de una media, en la que uno busca marca, es muy duro y no digamos ya el 35 de un maratón. A partir del km 35 la fisiología humana cambia radicalmente y hay que saber aceptar el proceso. A menudo, uno se siente en la lona. Y no todo el mundo sabe salir de ese laberinto.
Por eso, antes de conocerle, tengo la sensación de que estamos ante un tipo extraordinario: Álvaro Arbeloa. Un motor diésel, como se define él, que apunta a deportista para toda la vida y a entrenar esa idea que han puesto de moda tantos ejecutivos en Estados Unidos que han empezado a correr y que coinciden en que el mejor regalo de cumpleaños que pueden hacerles es el de bajar una marca en una carrera. Pero ese regalo ha de ganárselo cada uno en un sitio que no se casa con nadie como la carretera. Y eso no es fácil. Pero quizás es la gran tentación de esta historia por correr en la que se ha involucrado Arbeloa. En ella es verdad que no existe un balón y que la soledad puede llegar al infinito. Pero, a cambio, hay un cronómetro por el que vale la pena luchar. En el camino puede dejarte grandes satisfacciones y leves decepciones. Y de eso se trata al final: de hacer lo que a uno le gusta.
Que haga de liebre para Luís Enrique.
Si un cono puede correr, entobces no perdamos la esperanza de que Hazard rebaje de peso.