Para los que más viejos del lugar, o no tanto, el nombre de Teunissen, ganador en la primera etapa del Tour y sorprendente líder, evoca inmediatamente a otro holandés, Theunisse, uno de los rivales (dóciles) con los que se encontró Pedro Delgado. Las coincidencias terminan aquí. Tom Dumoulin, ahora lesionado, es el único holandés en cuarenta años a la redonda que parece capacitado para ganar un Tour, aunque se está haciendo esperar. Dicho esto, la victoria de Teunissen es relevante: la última vez que un corredor de los Países Bajos se vistió de amarillo fue en 1989 y el honor recayó en Erik Breukink, aquel ciclista de asombroso parecido con River Phoenix y cuya luz duró lo mismo.
La victoria de Mike Teunissen fue del todo inesperada. Sagan lo tenía todo a su favor para lograr su 12ª victoria de etapa, y mucho más después de que una caída a falta de kilómetro y medio limpiara la volata. Sin embargo, Sagan es tan conocido en el Tour por sus goles como por sus remates a los palos: en 2018 fue tres veces segundo, en 2016 lo fue dos veces y en 2015 cinco (en 2017 fue descalificado). El detalle es insustancial para quien ha ganado seis veces el maillot de la regularidad, pero nos indica que nunca gana silbando. Cuando lo intenta se le cuela alguien por la axila.
La jornada fue un perfecto resumen de lo que significa una etapa de la primera semana: fugados soñadores, caída casi mortífera y resolución al sprint. La casi víctima fue Jakob Fuglsang, por los suelos a falta de 18 kilómetros para la meta. Considerado como uno de los candidatos al podio en París (viene de ganar la Dauphiné), el danés pareció conmocionado y hasta fuera de combate. Por fortuna para él, el pelotón no quiso hacer más sangre y el líder el Astaná tuvo tiempo de recordar su nombre y su misión.
Para los pobres belgas, organizadores de una salida entusiasta, no hubo premio, o fue mínimo: Van Avermaet se vistió con el maillot de lunares (juraría que más pequeños que otros años). Siempre les quedará Merckx. Y a él se tendrán que agarrar hasta que se vislumbre en el horizonte un relevo de Van Impe, el último belga que ganó el Tour (1976). Es curioso este asunto de las sequías históricas. Belgas, holandeses y franceses parecen castigados por una maldición que convendría investigar. Alguien debió escupir al cielo y ahora llueven piedras.
Mañana se correrá la contrarreloj por equipos, una ocurrencia que castiga las opciones individuales. El Tour, al menos en teoría, debería estar al alcance de cualquier gran corredor con independencia de la fortaleza de su equipo. Pues no. La crono de 27 kilómetros marcará diferencias comparables a las que puede provocar una etapa de montaña, quizá dos. Y a simple vista no parece muy justo.
Gracias Juanma por tus deliciosas crónicas ciclistas.
Por favor prodigate más con el ciclismo que eres el que mejor lo explica.
un saludo