Hay una escena en la película A.I. (Steven Spielberg, 2001) en la que una turba se reúne en una especie de ruedo para ver cómo un puñado de robots con forma humana se pelean entre ellos hasta morir. Me he acordado de esa escena porque, desde hace unos años, así es cómo veo el periodo de fichajes. Una ruidosa Feria de la Carne en la que unos van a fardar, otros a luchar, otros a reinventarse y una gran mayoría a intentar sobrevivir. Una en la que los espectadores que compran la entrada parecen divertirse mucho, aunque no es mi caso. No, porque para el Atleti (y para la mayoría de los equipos de la Liga), se trata normalmente de intentar de quedarse como ya estaba. Arreglar la casa que te acaban de desmantelar.
Tener que sustituir elementos básicos de tu estructura, de los que además no querías desprenderte, no es un lujo, ni un capricho, ni una decisión voluntaria, ni algo agradable, ni tampoco una cosa de ricos. Por mucho que la yihad circense, muy celosa de que no se le vean las costuras a ese circo del que viven, se dediqué a «demostrar» todo lo contrario. Lucas, Rodri y Griezmann seguirían siendo pilares fundamentales del Atlético de Madrid si ellos hubiesen querido. No ha sido así, y su marcha provoca un hueco tan grande como el dinero que dejan para llenarlo. Así de claro. Ni más o menos.
Imagino, en cualquier caso, que la perspectiva debe ser muy diferente cuando, teniendo una casa preciosa (y carísima), puedes dedicarte a decorarla todavía mejor. Cuando tu estatus te permite comprar floreros para una zona de la casa en la que ya tienes floreros de sobra (y carísimos, además). Cuando puedes cambiar de televisión porque te has cansado de esa que te compraste el fin de semana pasado (cuando estaba de moda) y ahora te has encaprichado de la que tiene el vecino. Ese que es feliz siendo más pobre y viviendo en una casa peor. Ya me entienden. Entiendo que la tentación de pensar que todos somos iguales es muy grande, pero no. No es así.
Digámoslo con propiedad: el Atlético de Madrid, al menos de momento, no se ha reforzado. Lo que ha hecho es tratar de cerrar las costuras que tenía. Unas provocadas de forma natural (por el inevitable paso del tiempo) y otras obtenidas a base de navajazos por parte de los participantes más ruidosos de la Feria de la Carne. Donde se ha ido un Filipe ha llegado un Lodi. Donde se ha ido un Godín ha venido un Felipe. Donde se ha ido un Rodri ha llegado un Llorente. Donde se ha ido un Griezmann ha venido un Joao Félix. Es fácil de comprobar. Es más, el balance sigue siendo negativo porque todavía faltan un Lucas y un Juanfran. Eso suponiendo que no aparezcan más navajazos. Eso teniendo en cuenta que la plantilla del año pasado era ya considerada como «corta». Es decir, no entren en debates tóxicos ni escuchen los ladridos del perro guardián. Están buscando otra cosa.
Teniéndolo claro, el problema es que uno es humano y, como tal, también contradictorio. Por eso, a la vez que despotrico de la injusticia del mercadeo financiero del fútbol, de la presión maniquea de los publicistas del circo, de las huidas miserables de esos gorriones de corazón puro que se vuelven profesionales a golpe de cheque, llega a Madrid un muchacho portugués, que también habrá dejado un socavón en otro sitio, que ha costado lo mismo que el PIB de un país emergente, del que conozco entre poco y nada y resulta que me sale una sonrisa. El club tiene encima la idea (absolutamente genial) de presentarlo en el Museo del Prado y claro, veo el efecto que provoca en el entorno, y la ilusión me vuelve a niveles de 1996.
Pero es que así tiene que ser. Porque el fútbol es eso y no lo otro. Porque nadie puede saber lo que va a pasar cuando esas personas que ahora conforman el nuevo Atleti se junten en un campo de fútbol. Porque es imposible vaticinar qué clase de equipo será. Porque, teniendo en cuenta que cualquier vaticinio estará igual de fundamentado, prefiero pensar que el futuro será maravilloso.
Decía Chesterton que si hay algo que da esplendor a cuanto existe, es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina. Es así y espero que nadie se atreva a quitárnoslo. Que nadie sea tan arrogante de gastar la vida intentando apagar la felicidad del que sueña. Que ningún imbécil nos lleve a tener que sufrir por cosas que todavía no han ocurrido. Que nadie ensucie los sueños con facturas trucadas, balances interesados, cantos de cenizo, hipótesis de rabioso en celo, lecturas sesgadas o debates sobre una realidad que nadie sabe y que está por llegar. Dejemos que llegue. Luego ya veremos.
Buenos días. En mi opinión, a tú excelente exposición añadiría una reflexión subjetiva que me resulta tranquilizadora e ilusionante.
Las marchas por casi 250 millones brindan al Atleti una oportunidad magnífica de volver a la senda del “partido a partido”. El año de la obsesión por la Champions ha dejado muchas heridas y algunas dudas pero ha puesto en valor el progreso de nuestro Atleti durante estos años.
Por otro lado, y no menos importante, el modelo del Cholo tiene la necesidad de ser renovado y refrescado cada cierto tiempo. La enorme exigencia física y mental que supone es imposible de mantener en el tiempo y supone un desgaste que no debe ser menospreciado. “Las fidelidades” son otro aspecto de este apartado, asunto que considero ha pesado y pesará en muchas decisiones que hemos vivido y viviremos hasta el próximo 18 de Agosto, guste o no guste.
Es tiempo de renovar ilusiones. Toca disfrutar y esperanzarse.
¡Aúpa nuestro Atleti!
PD: la dirigencia ha estado soberbia con los dorsales de Llorente y Felix.
Tú lo sabes Ennio, a ilusión no nos gana nadie, de acuerdo en el anterior comentario con lo de los dorsales y lo de la presentación y felicitación al Museo del Prado en su bicentenario soberbio.