Antes y después del 20 de julio de 1969 el deporte ha logrado grandes pasos para la humanidad sin necesidad de pisar la luna. Aunque de alguna manera todos ellos han estado allí. Lo consiguieron con sus triunfos y con sus logros elevando el deporte a otra dimensión y llevando al ser humano a unos territorios desconocidos, completamente nuevos para todos. Al contrario de lo que ocurrió con la carrera espacial, estos no se han detenido. Todo lo contrario. El listón sigue elevándose y los deportistas alimentados por ese leit motiv olímpico del Citius, Altius, Fortius (más rápido, más alto, más fuerte) vuelven a la luna periódicamente, para disfrute nuestro y homenaje continuo a Armstrong, Buzz y Collins. Esta es la particular tripulación de A LA CONTRA en este viaje.
El Everest como preámbulo
Hasta entonces, y por razones obvias, lo más cerca que había estado el ser humano de la luna fue el 29 de mayo de 1953. Ese día, los escaladores Tenzin Norgay y Edmund Hillary tocaban el techo del mundo al coronar el Everest de 8.848 metros. El ser humano llegaba por primera vez al pico más alto del planeta. Habían pasado 31 años desde el primer intento y aquellos 15 minutos en la cima dieron también para inmortalizar el momento. Para la posteridad quedó la foto del nepalí Tenzing, aunque luego supimos que fue el neozelandés Hillary el primero en hollar la cima. Uno y otro se convirtieron después de regresar sanos y salvos de aquella aventura en auténticos héroes. Recibieron todo tipo de premios y reconocimientos y de hecho a Edmund Hillary, fallecido en 2008, todavía nos lo podemos encontrar en los billetes de 5$ de Nueva Zelanda.
Aquella escalada también supuso el pistoletazo de salida para que otros quisieran emularlos y la llegada de un incipiente negocio que mezclaba aventura, deporte, riesgo y superación personal. La congestión y los atascos que se viven hoy en la cima del mundo pueden ser un aviso de las consecuencias que el turismo espacial puede desencadenar en las próximas generaciones, en este caso, con la luna como protagonista.
Owens derrota al nazismo
Hay exhibiciones que equivalen a ir y volver a la luna varias veces. Quizá ninguna como la de Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. En un escaparate perfecto, diseñado por el nazismo y con Adolf Hitler a la cabeza, un afroamericano de Alabama hizo saltar por los aires la supuesta superioridad de la raza aria. No hubo más exaltación que la suya tras imponerse en las pruebas de 100m, 200m., 4×100 y Salto de longitud. El de Owens fue un triunfo mayúsculo que ni siquiera pudo ocultar el potentísimo aparato propagandístico nazi. Tal fue su calibre que la gesta quedó reflejada en el documental Olimpia, dirigido por Leni Riefensthal, la directora de cabecera de Hitler.
Mucho tiempo después se replicó el triunfo de Owens. Lo hizo Carl Lewis en Los Ángeles’84 colgándose esos mismos cuatro oros, aunque en unos Juegos Olímpicos disminuidos por el boicot de la URSS y sus países satélites.
Gigghia gravitando en Maracaná
Si alguna vez un uruguayo estuvo cerca de la luna fue en 1950. Poco importaba que un país de poco más de 3 millones de habitantes ya se hubiera colgado dos medallas de oro olímpicas y hubiera ganado el primer Mundial. El pequeño paso para el hombre lo dio en esta ocasión Gigghia para hacer realidad el sueño de unos y la pesadilla de otros. El Maracanazo es posiblemente la derrota más dura y la victoria más inesperada que haya podido verse jamás en un partido de fútbol. 200.000 brasileños en Maracaná preparados para una fiesta que nunca fue. 50 millones repartidos por el resto del país celebrando por anticipado con samba y caipirinha la victoria que nunca llegó. Mientras tanto, Schiaffino y Gigghia plantaban la bandera uruguaya en el corazón futbolístico de Brasil y correteaban por Maracaná como si la ley de la gravedad no fuera con ellos.
Wilt Chamberlain: encestar la luna
En la luna también pueden avasallarte. Es lo que le pasó a Wilt Chamberlain cuando restaban 46 segundos para el final del partido frente a los New York Nicks el 2 de marzo de 1962. Acababa de anotar 100 puntos en un solo partido y el público, consciente del hito, invadió la cancha para tocar a ese extraterrestre. El partido nunca se acabó pero poco importó. Los Philadelphia Warriors, aupados por el pívot más dominante de la historia de la NBA, ganaron 169-147 y 4.100 personas fueron los afortunados testigos de excepción de la gesta. El partido no se retransmitió por televisión y no existen imágenes gráficas, más allá del icónico folio con el 100 como protagonista con el que se fotografió el pívot estadounidense.
El legado de Chamberlain no obstante fue más allá de aquel partido. Todavía ostenta 71 récords individuales y la NBA se vio obligada a cambiar algunas reglas para atenuar su dominio. Con sus 2.16 m. de altura y 130 kilos promedió 50,4 puntos en la temporada 1961-62 aunque solo logró en dos ocasiones colocarse el anillo de campeón de la NBA.
Nadia Comaneci, un vuelo perfecto
A la luna se puede llegar en 20 segundos. Es lo que tardó Nadia Comaneci en alcanzar la perfección en su ejercicio de barras asimétricas en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976. Aquella ejecución impecable realizada por una niña de 14 años sorprendió tanto a los jueces como a la propia tecnología del momento. Ni siquiera el marcador de tres dígitos estaba preparado para aquella excelencia. La confusión se apoderó primero de la grada y luego de la propia Nadia al observar con sorpresa el 1.00 que indicaba. Tuvieron que ser los jueces quienes aclararan que aquel vuelo hacia la perfección suponía un diez redondo, por más que no hubiera otra forma de mostrarlo.
En cualquier caso no fue la única vez que Comaneci logró un 10. Hasta en seis ocasiones repitió el máximo puntaje en aquellos Juegos Olímpicos en los que se colgó tres medallas de oro, una plata y un bronce. En Moscú 1980 se colgó otras cuatro medallas (dos oros y dos platas) y su hito es hoy matemáticamente irrepetible desde que en 2006 la Federación Internacional de gimnasia modificara el sistema de puntuación. El 10 es solo de Nadia.
La constelación del Dream Team
En Barcelona’92 más que un satélite descubrieron una constelación de estrellas. Eso fue el Dream Team, la Selección de Baloncesto de Estados Unidos, que reunió en un mismo equipo a Michael Jordan, Larry Bird y Magic Johnson. Alrededor suyo orbitaban otras estrellas de la NBA, un rosario de genios: Barkley, Pat Ewing, Karl Malone, Scottie Pippen, David Robinson, Jock Stockton, Drexler, Laettner y Mullin. Con esa nómina solo podían arrollar a los rivales y conquistar al público con un baloncesto fantasioso y espectacular. Un baloncesto que parecía traído del futuro con el que se colgaron la medalla de oro casi sin despeinarse. EEUU ganó los ocho partidos que disputó con una diferencia media de 44 puntos. En la final se impusieron a Croacia, que apenas fue capaz de hacerla cosquillas. Ganaron 117-85 y lograron otro hito: en todos los partidos superaron los 100 puntos.
Un tiburón en Pekín
Para alcanzar la luna en ocasiones es necesario derrotar a la historia. Aquello fue una carrera contra Mark Spitz, contra sí mismo y de alguna forma contra los límites del ser humano. De por medio estaba una presión que aumentaba a cada brazada y unas expectativas que ponían el listón en ocho. Ocho medallas olímpicas en algo menos de diez días, un récord express solo al alcance de un tiburón como Michael Phelps. El de Baltimore superó a los rivales (a algunos por apenas una centésima como en aquel ajustado final ante Cavic en la final de 100m mariposa) y a la fatiga para colgarse ocho oros en una misma cita olímpica. Uno a uno fue reescribiendo la historia para alcanzar la luna desde la piscina: 200 metros libre, 100 metros mariposa, 200 metros mariposa, 200 metros estilo, 400 metros estilos y las tres pruebas de relevos.
Los siete oros de Spitz en Múnich’72 aguantaron en todo lo alto 36 años, pero el ser humano en ese afán casi adictivo por su superarse derribó otra barrera que parecía infranqueable en Pekín 2008. Así son los tiburones en Baltimore.
Rafa Nadal, Rey Sol de París
Rafa también ha pisado la luna. Y amenaza con seguir haciéndolo en una costumbre que ha convertido el viaje a París del mes de mayo en una expedición hacia el éxito. Tal y como repite machaconamente un buen amigo no se ha visto nada igual en tres siglos de tenis y quizá por ello los 12 Roland Garros de Rafa Nadal suponen para el mundo de la raqueta lo más parecido a alcanzar la luna. Aquí el valor es la repetición de la excelencia, superar los obstáculos y los contratiempos hasta en doce ocasiones y reemprender el viaje de Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins una docena de veces. Hasta el nombre de aquella misión, se le ha quedado corta a Nadal. Él prepara ya el Apolo XIII, con destino a la Phillipe Chatrier.
No obstante es tiempo de astronautas en el tenis. Porque Rafa no viaja solo. Como en el Apolo XI la tripulación se completa con un trío formado además por Roger Federer y sus 20 Grand Slams (8 Wimbledon) y Novak Djokovic y sus 16 Majors (7 Australia Open). La Santísima Trinidad de la Raqueta lleva tiempo paseando por la luna.
Muy bien Emmanuel, tu también estás en la órbita. Gracias por hacernos disfrutar con tu escritos.