La primera vez que vi a Neymar en un terreno de juego tuve claro que estábamos ante un jugador diferente. Con apenas la edad para poder tener el carné de conducir en España, me encontré con un jugador con un cambio de ritmo endiablado, regate de dos perfiles y, lo más importante, al que se le caían los goles. Un crack en potencia.
Pocos años después, la secretaría técnica del Madrid bebía el agua y el vino por este chaval (lógicamente). Florentino intentaba pagar su cláusula al Santos y desde Barcelona se le empezó a apodar El de la cresta o el nuevo Robinho. Cierto es que hay que reconocer que por aquel entonces la relación entre merengues y blaugranas no pasaba por su mejor momento.
Bastó un titubeo del club de Chamartín (negoció con Ribeiro y dejó de lado al papá), para que Rosell se subiese al autobús de la canarinha y puentease el fichaje. Todo lo que pasó después es digno de una película de Berlanga. Un contrato que se podría haber redactado en la redacción de El Jueves y firmado en la 13 Rue del Percebe envolvió en polémica a un jugador que ya no era el nuevo Robinho, ni al que tampoco se le juzgaba por el peinado.
A pesar de todo el sarao, Ney demostraba en el Barcelona que era un crack en el campo y creo que Messi jamás fue tan feliz como cuando tenía al brasileño de compañero. Y todos sabemos quién es Leo en el Barça.
Neymar jamás fue un ejemplo fuera de los terrenos de juego. Cumpleaños salvajes, fiestorros varios y carnavales lejanos (aparte de sus toys y otras lindezas), eran tan inherentes al chico como el hielo a los tintos de verano. Pero al brasileño se le perdonaba todo porque era un espectáculo en el campo. Goles, asistencias y eso por lo que merece la pena pagar una entrada.
Felicidad, con algunos celos, pero felicidad al fin y al cabo. Hasta que a Bartomeu se le ocurrió tocar a Verratti. El PSG no admite desafíos, lleva siempre la Banca. Así que con la connivencia del padre de Neymar (al que la pasta, probablemente, le gusta más que la carrera deportiva de su hijo), el jeque pagó la cláusula de rescisión más grande de la historia del fútbol y se llevó a Neymar a Paris. Mala decisión por ambas partes
El club francés, desde entonces, no ha sido más que una jaula con barrotes de diamantes para un futbolista que, aparte de no crecer como jugador (Neymar apuntaba al trono de Messi y Cristiano), exageró aún más los defectos que mostraba fuera del campo, lo que vulgarmente se conoce como vida disipada. La realidad ha puesto el tema tan en su sitio que ahora ya no sabemos si hay más ganas de marcharse en Neymar o deseos de venderle en el PSG. Ahí, ahí, anda la cosa.
Así que esperemos que reine la cordura y que por el bien del fútbol, de nuestra Liga y de la felicidad de Messi, Neymar regrese al club de donde nunca debió salir. Sea con pasta contante y sonante, o mandando jugadores al PSG, el sitio del chico está en Can Barça y allí es donde volvería a ser un crack.
El enfado de la afición blaugrana duraría hasta su tercer regate seguido, el papá se allanaría de pasadas demandas y el club apuntaría mejor a la Champions. Todos felices comiendo perdices.
Además, en el Madrid preferimos esperar por Mbbapé.
Sí sí que vuelva que se le está quedando cara de Denison o Robinho.