En la víspera del siglo XXI, el Clay Mathematics Institute (CMI) decidió asignar un premio de un millón de dólares a la primera persona (o institución) que fuese capaz de resolver alguno de los Problemas del Milenio (siete problemas matemáticos históricos que seguían sin resolver). A día de hoy, sólo uno de ellos ha sido resuelto. Entre 2002 y 2003, un extraño matemático ruso llamado Grigori Perelman publicó tres artículos en internet que conmocionaron a la comunidad matemática. En ellos se demostraba la Conjetura de Geometrización de Thurston, que es algo así como un caso general que engloba otro más especial. La Conjetura de Poincaré.
Un hecho tan relevante no se da por bueno hasta que la comunidad científica lo acepta, pero en mayo de 2006 se decidió certificar el hallazgo concediendo a Perelman la Medalla Field, la máxima condecoración en el campo de las matemáticas. Sorprendentemente, el ruso declinó el trofeo. Lo hizo argumentando que el único reconocimiento que necesitaba era que toda la comunidad científica aceptase su demostración como buena, y eso ya había ocurrido. El resto le parecía irrelevante. No quería ser un objeto al que admirar fuera de su hábitat como se hace con los animales del zoo. Literal. Es más, en marzo de 2010, el CMI decidió otorgarle el premio que le correspondía por haber resuelto uno de los Problemas del Milenio, pero Perelman no sólo declinó acudir a la ceremonia sino que renunció también al millón de dólares. Lo justificó diciendo que no le parecía una decisión justa, ya que su trabajo estaba basado en el trabajo de muchos otros matemáticos anteriores a los que no se les estaba reconociendo. Grigori Perelman no es rico y, de hecho, se rumorea que vive con su madre, bajo mínimos, en San Petersburgo. ¿Es normal lo que hizo? No. ¿Fue excepcional? Sí. Igual que él.
Toda esta larga introducción me sirve para apoyar mi posición en esas discusiones recurrentes que surgen cuando, desatendiendo a mi terapeuta, crítico la actitud de los futbolistas que, habiendo jugado previamente con los sentimientos de los aficionados, deciden olvidarse de ellos a la hora de cambiar de equipo. En esos casos, aupada en una superioridad moral que me chirría, aparece siempre alguna voz que cataloga mis argumentos de ingenuos y peregrinos. Una voz soberbia que me «recuerda» que estamos hablando de «profesionales», que su comportamiento es el «lógico» y que, llegado el caso, al parecer, «cualquier persona normal», haría lo mismo.
Es obvio que un profesional no necesita declarar amor eterno a su pagador para ejercer su profesión. Ahora bien, los futbolistas lo hacen, y eso les lleva a un escenario distinto. Para lo bueno y para lo malo. El amor se puede romper, claro, pero, llegado el caso, como mínimo, tendrán que explicarlo. Y no, no vale hacerlo con números, con euros o apelando a lo que hacen otros. Hay que hacerlo con el mismo lenguaje que se usó para enamorar al pagador.
Alguno dirá que es ridículo exigir vínculos emocionales a un profesional, pero no es más ridículo que pagar 100€ por su camiseta. Piénsenlo. Lo mismo ambas cosas están relacionadas. Al fin y al cabo, yo no me compro la camiseta de mi dentista ni me pongo la radio para ver lo que ha declarado el tipo que me monta los toldos. La comparación es ridícula, por supuesto, pero lo es en ambos sentidos. Si un futbolista llega a cualquier Club diciendo que, como profesional, está ahí exclusivamente por dinero (y que encima es aficionado del equipo rival), no sólo no vende una escoba sino que no dura ni un minuto. Si no actúan así es porque saben que los vínculos emocionales son parte fundamental del potaje. El futbolista se beneficia de ello. No seamos hipócritas. Venden magia y sentimientos durante toda su carrera profesional, así que queda raro que se pongan racionales (y estupendos) precisamente cuando necesitan traicionar esas mismas reglas que les han llevado allí.
Como humanos, tan lógico es marcharse con 22 años de un equipo que hace un año era el de tus sueños, en el que vas a tener un papel relevante, sueldo de crack y que te ha servido para ser internacional, como todo lo contrario. Es más, no sé si será «lógico» marcharse cuatro meses después de rodar Los Ricos También Lloran para decirle al mundo entero, entre hipidos y mohínes, que habías decidido quedarte, pero a mí, como humano, me suena a deshonesto.
Y no, nadie sabe lo que haría yo llegado el caso. Ni yo mismo lo sé. No extrapolemos. Nadie sabía lo que iba a hacer Grigori Perelman. Es obvio que su comportamiento fue excepcional, pero es que él también lo era. No espero que todas las personas excepcionales actúen así, evidentemente, pero si espero que las personas excepcionales (y sus banderilleros) sean conscientes de que lo son. Es decir, que no se burlen de mí «recordándome» que somos lo mismo, cuando no lo somos. Normal no es sinónimo de lógico. Ni de bueno. Ni de inevitable. Normal es lo que hace la mayoría, pero la mayoría no cobra 20 millones de euros al año, ni tampoco demuestra la Conjetura de Poincaré.
Buen artículo, Sr. Sotanaz. Me he reído con la mención al rodaje de Los Ricos También Lloran.
Hola a todos,
Esta bien la comparación, forzada pero bien. Juntar futbol y Matemáticas siempre es complicado. Yo entiendo la similitud pero en realidad no la hay, ni un poquito. El trabajo de un Matemático está siempre ligado al trabajo de muchos anteriores Matemáticos. Si los árabes no hubieran inventado el «0», Grigori «Grisha» Yákovlevich Perelmán no hubiera demostrado la Conjetura de Geometrización de Thurston y por inclusión, la que le otorgaba el premio (es posible que para su demostración el concepto de «0» no sea necesario pero tanto da ahora mismo).
Juntar Matemáticas y cualquier otra cosa está muy pero que muy bien.
Un Saludo.