Gregorio Marañón definió a Benito Pérez Galdós, que era amigo de su padre, el famoso abogado Manuel Marañón, como “un excelente profesor, porque habla sin la intención de enseñar”. Esta humildad casi inconsciente es uno de los rasgos del maestro canario, alejado de las pretenciosas formas de coetáneos como Valle-Inclán.
El joven escritor Carlos Mayoral tiene mucho de galdosiano, y no solo por su pasión por las obras del “mejor narrador de nuestras letras”, como le define en Twitter, ni por su pasión por la comida de puchero (Valle-Inclán apodaba ‘el garbancero’ a Galdós por su afán de incluir cocidos en sus libros), sino por esa humildad que se materializa hasta en su forma de hablar, nunca levantando el tono de voz, respetando el arte de escribir como el más alto sacramento. En ‘Empiezo a creer que es mentira’ (Editorial Círculo de Tiza) ya se entreveía un escritor de brocha fina y enamorado de la Literatura, en mayúsculas, que deambula por las calles de Madrid atento a cada figura y cada escena. Este libro es también toda una declaración de intenciones y muestra los anhelos de alguien que quiere ser escritor, pero siente demasiado respeto por la escritura.
Con ‘Un episodio nacional’ (Editorial Espasa), Mayoral pierde la virginidad, cumple su sueño de escribir una novela, la ambienta en uno de sus momentos históricos preferidos (el Madrid de finales del siglo XIX) e introduce a su ídolo Galdós, a Emilia Pardo Bazán y hasta a Pío Baroja. ¡Toma ya! Y lo que es más indignante para muchos que también aspiramos a ser escritores de novela: lo hace bien. Sí, Mayoral ha tenido mejor estreno que Raúl en el Real Madrid (y eso que el debut del 7 fue prometedor). Ha salido victorioso de su primera cita con la Literatura y puede estar orgulloso de ello. La mayoría derrapamos en este primer encuentro, como en otros en la vida. Menos Camilo José Cela, el primer libro de ese cabrón fue una obra maestra (perdón por el exabrupto).
La historia de ‘Un episodio nacional’ gira en torno a un misterio basado en un hecho real: el crimen de Fuencarral. Utilizando este hecho como núcleo, el autor va desarrollando la historia de dos personajes principales, Benito Pérez Galdós y su aprendiz, el joven Melquíades, de su relación, la amistad, el amor y la muerte.
Y es que esta novela no es de misterio, porque el crimen pasa de ser el motor principal del libro a formar parte del contexto. Los personajes toman vida propia y es su porvenir el que incumbe al lector, más allá del resultado del juicio. La novela de Mayoral trata muchos asuntos, unos terrenales y otros más excelsos.
Por un lado, el autor, al igual que el propio Galdós en sus novelas, ofrece un mundo dividido entre «afortunados» y «desafortunados», entre «humildes» y «poderosos». Hay un establishment que busca perpetuar su poder, y una pobre gente que hace lo que puede por seguir adelante. Es una lucha del bien contra el mal que se materializa en el juicio por el crimen de Fuencarral.
Otros de los grandes temas de la obra son la labor del periodismo o el feminismo, encabezado este último por los personajes de Emilia Pardo Bazán y Laura, dos mujeres que rompen con los moldes de la época. A lo largo de la obra muestran su valentía, rectitud e inteligencia, con una personalidad arrolladora que en muchas ocasiones empequeñece a los protagonistas.
Pero lo que más me interesa de la obra de Mayoral (sin desmerecer, ni mucho menos, a la otra parte), es su forma de tratar las relaciones humanas. Por un lado, trata la relación con los ídolos. Galdós es el ídolo de Melquíades, y como tal, al principio de su relación todo es entusiasmo y ensalzamiento de las cualidades del autor. Sin embargo, con el paso del tiempo, el mito va desempañándose y la admiración torna en resentimiento.
También trata la amistad, reflejada en estos dos mismos personajes. De la misma forma que el ídolo desaparece, las amistades al principio son impolutas, hasta que llegan a un pico y entonces todo se embarra, se ensucia, la perfección desaparece… Es la vida natural de la amistad, lo cual no quiere decir que se rompa.
Pero el amor es sin duda la especialidad de Mayoral, pues es capaz de representarlo en todas sus caras a través de los noviazgos de Galdós con Bazán y de Melquíades con Laura y Nela. Es delicioso el debate interno de Melquíades, que ama, aunque de forma diferente, a Laura y a Nela. Laura es ese amor intelectual y conyugal, esa persona que no quieres que falte a tu lado para que te arrope cada noche, y Nela es el amor prohibido, esa pasión sexual adolescente que todos hemos experimentado.
El giro final de la novela, digno de Juego de Tronos en sus buenas temporadas, deja al lector descolocado y, particularmente, un sabor de boca espléndido. Sabe a cine negro y desvela una verdad que quizá no es ajena a Mayoral. Y es que su voz es mucho más Barojiana que Galdosista… hay un Pío Baroja en su alma de escritor. Melquíades tiene mucho de Andrés Hurtado y del pesimismo del autor vasco. Hay algo de eternidad en el discurso de los personajes, se masca la victoria del bien al principio de la novela, pero al final la realidad se impone, el cochino mundo en el que habitamos. Al cerrar la novela, me viene a la cabeza una frase de José Luis Garci, que perfectamente podría haber dicho el personaje protagonista: “Los amores eternos, esos que duran tan poco”.
Coñe, pues me ha picado usted la curiosidad. Me lo apunto para leérmelo este verano.