Perteneció al último fútbol pegado a la tierra: Paco Liaño. El portero de aquel Superdepor que apareció sin pedir permiso y que nos dejó marcados para siempre. Hoy, Liaño es un hombre de 54 años, padre de dos hijos, que vive en Santander, donde básicamente no se dedica a nada. «Hago tareas de ama de casa». El pasado le permitió comprar tiempo, que es lo que ahora le permite vivir como quiere vivir; hacer deportes de poco impacto «como montar en bicicleta» y seguir dando las gracias al ski en invierno. «El ski me ayudó a olvidarme del fútbol», dice hoy.
—Hace tiempo de todo aquello.
—Sí, ya lo creo. Ahora es totalmente diferente, uno tiene unos años y, sí, claro que me gustaría tener edad para seguir en activo, pero ha pasado tanto tiempo que ya no siento ni nostalgia siquiera.
—Es una bella palabra: la nostalgia.
—Es verdad. Aún más en mi caso que fue una retirada forzosa por mi problema con las cervicales. Tenía 32 años. Era una edad óptima para un portero y el primer año se me hizo duro. Estaba acostumbrado a convivir con gente joven y, de repente, ves que eso ya se ha acabado en tu vida. Que has vuelto a casa de tus padres y que empieza una nueva vida.
—¿Volvió a vivir a casa de sus padres?
—Sí, el primer año, sí, porque yo aún estaba soltero.
—Fue entonces como el estudiante que regresa de Erasmus.
—Fue un golpe de realidad. De repente, es lo que le decía: vuelves a un sitio del que te habías ido hace diez o doce años y te das cuenta de que la gente ha envejecido: tu familia, tus amigos, tu gente. A través de ellos ves el envejecimiento que te costaba ver en ti. Pero tienes que entenderlo, tienes que comprender que esta ya va a ser tu rutina de vida.
—¿Había pasado la época más feliz de su vida?
—Me di cuenta de que había pasado a ser uno más. Salí de esa burbuja en la que, de alguna manera, vivía como futbolista. Mi teléfono dejó de sonar, porque uno deja de ser importante para los demás, para el público.
—¿Y eso es duro?
—No especialmente. Al menos, para mí. No me atraía esa parte de la fama. No la necesitaba para realizarme. Me di cuenta de que podía vivir sin ella, de que no iba a pasar nada. Se puede ser feliz sin ser famoso.
—Aún recuerdo aquel once del Deportivo que alineaba a Liaño; Rekarte, Rivera, Djukic, Albistegui, Nando; Mauro Silva, Fran, Aldana; Claudio y Bebeto y que nos dejó marcados.
—Sí, yo también, porque eso no se olvida nunca: un equipo así, un vestuario así en el que había campeones del mundo y, sin embargo, era tan normal… Hoy me resulta imposible imaginar un vestuario así en un equipo de Primera División. Recuerdo que viajábamos en el mismo avión, que compartíamos hotel con periodistas y les permitíamos tener a ellos unas vivencias y ellos nos permitían a nosotros…
—¿Hizo amistad con los periodistas?
—Claro, Germán Dobarro, Manolo Castelo… que se me ocurran a bote pronto, pero es que nos veíamos todos los días, no tenían que pedir permiso a nadie para hacernos una entrevista: yo recuerdo que incluso me llamaban a casa al teléfono fijo, porque entonces no había móviles… Incluso por las noches entrabas en directo en los programas y no como ahora que está todo grabado…
—Fue el suyo el último fútbol pegado a la tierra.
—El triunfo estaba en la normalidad. Mire, yo iba y volvía andando al entrenamiento, iba dando un paseo viendo el mar, y era agradable que la gente te saludase por la calle; iba a misa a las Esclavas; iba a comprar el pan… Incluso, las madres me decían que era el marido que querían para sus hijas porque yo estaba soltero en aquella época (risas).
—¿Se puede ser tan feliz sin ser futbolista?
—Bueno, ahora soy padre de familia de un chico que va a cumplir 17 años y una niña de 11…. Tengo mis momentos de felicidad, aunque también es verdad que uno está en una edad muy puñetera y empiezas a ver gente que se va muriendo… Pero es que desde que jugué mi último partido de Liga han pasado más de veinte años. Fue en marzo de 1997. El tiempo pasa volando.
—¿Qué contacto le queda con la gente de su época?
—Nada, ninguno, y supongo que será culpa mía que nunca he sido un hombre de darle al teléfono y a veces uno lo piensa y…
—Aquel Deportivo le permitió a usted tocar el cielo.
—Sin duda. Venía de una experiencia difícil en el Racing, en el equipo de mi tierra, donde debuté a los 18 años y, sin embargo, nunca hubo manera… Tuve que salir. Me fui al Sestao, donde jugué un año completo y aparecieron varios equipos que querían ficharme. Pero entonces apareció el Deportivo, en el que se había lesionado Canales, y viví cinco años rotundos, totalmente maravillosos.
—Uno se acuerda de Arsenio, el entrenador.
—Aquel hombre era el triunfo de lo sencillo. Nos demostró que una sola idea funciona mejor que once ideas, porque una idea te une. Nos une. Nos unió tanto que en aquel Deportivo todos éramos uno gracias a Arsenio que, en realidad, era más listo de lo que quería transmitir. Tenía años. Tenía cultura y no te extrañaba que la gente se refiriese a él como El zorro. Había que convivir con él.
—El día que el Deportivo perdió la Liga, con el penalti de Djukic, dijo: «Yo ya venía llorado de casa».
—Él estaba preocupado durante todo el tiempo. No hacía más que decirnos, ‘que no se os suba a la cabeza, que no se os suba que esto no está hecho’. Pero por muy llorado que viniese seguro que lloró también: todos lloramos. A la vista están las fotografías de aquella tarde: yo tenía en la grada a mis padres, a mis dos hermanas y… Luego, de noche, cuando nos fuimos a cenar, entendimos cómo hubiera cambiado todo esto si hubiésemos ganado, si hubiésemos metido ese penalti.
—Se van a cumplir 25 años desde entonces.
—Entonces uno se da cuenta de que ya es imposible que salga un equipo como aquel Deportivo que pueda lograr una Liga o acercarse a lograrla. Eso es lo más grande de entonces: que aún pudiesen ocurrir esas cosas.
—Usted ya también es otro hombre.
—Sí, tengo una invalidez por enfermedad y, aunque podría trabajar en otras cosas que no fuese el fútbol, aprovecho para vivir…, y, sí, tengo una vida de cierto privilegio, una buena situación económica y, mire, hay veces que me encuentro por la calle con chavales de mi época que me dicen, ¡qué suerte tienes de estar así!…, y entonces les contesto que cuando era joven y ellos se iban de fiesta yo tenía que quedarme en casa descansando, porque esto es así. Al final, uno recoge lo que siembra.
[…] eso nos transmitió a la gente de mi generación incapaces de imaginar que un once formado por Liaño; Rekarte, Djukic, Ribera, Albístegui, Nando; Aldana, Mauro Silva, Fran; Bebeto y Claudio podía […]