Tengo una amiga, madrileña ella, que lleva más de diez años viviendo en las afueras de Londres con un aficionado al Manchester United, buen tipo, con el que se casó y tuvo dos niños. Su inglés es excelente y es el idioma que hablan normalmente en casa, pero hace poco me confesó que había empezado a dejar de hacerlo cuando discutía con su marido. Que, después de muchos años, se había dado cuenta de que solía perder en esas luchas dialécticas, sobre todo las más emocionales, por hacerlas en un idioma que, aunque dominaba perfectamente, no era el suyo. Y no era una simple cuestión gramatical (que también). Las referencias culturales, los lugares comunes y las varas de medir que se daban por buenas hablando en inglés, ni eran las suyas, ni tenían por qué ser universalmente buenas. Un día en el que la discusión se fue de madre, mi amiga cambió sin querer de idioma y tuvo una epifanía. Ahora era él el que estaba perdido y con la sensación de inferioridad. Ahora, hablando de lo mismo, era él el que no conseguía encajar «su» realidad en la «nueva» realidad que tenía delante.
Desde hace algunos años, leo y escucho de forma recurrente una especie de mantra que dice que «hay que empezar a tratar al Atleti como un equipo grande». Desconozco en qué momento dejó el Atleti de ser un «equipo grande», pero creo intuir por dónde van los tiros. Los que hablan en esos términos no lo hacen desde el respeto, ni están reclamando un espacio mediático proporcional (y respetuoso) para el equipo colchonero, ni demandan un reparto justo de los derechos de televisión, ni tampoco están pidiendo que se reconozca la idiosincrasia de un Club que se considera distinto. No, lo que esta gente está reclamando es tener que vivir con la obligación (exigencia, lo llaman) de ganar la Champions, la Liga y la Copa. De tener que agonizar siempre que eso no ocurra. Piden que la grada exija sangre cada vez que el equipo pierda un partido. Que se insulte con saña al que tropieza, aunque sea el que antes te había salvado. Que se trate a los jugadores como mercenarios porque «todos lo son». Que se exija llenar la alineación de youtubers famosos porque esa es la única forma de ilusionar a «la gente».
Mentira. No es así. Ese es el idioma del que dirige el circo y, si quieren, el de la realidad radiotelevisada, pero no es el idioma del Atlético de Madrid. Y ojo, tampoco es el idioma de otros equipos «grandes». Basta levantar la vista por encima de ese monopolio dialéctico impuesto por el proteccionismo patrio, para toparse con un puñado de ejemplos.
Desde que Griezmann decidió hace unos días dejar claro el tipo de persona que es, los nombres para sustituir el supuesto cetro colchonero se suceden en una ridícula procesión del despropósito. A ver quién la suelta más gorda. ¿En serio? ¿De verdad necesita el Atleti incluir en su plantilla a jugadores que son estrellas en el PSG o el Bayern o la Juve para que su afición no se sienta mal? Qué poco nos conocen.
El mejor Atleti de la época Simeone, el de 2014, el del año posterior a la venta de Falcao, era un equipo sin estrellas. Estrellas de las del Balón de Oro, de las de las portadas del FIFA y de las que suelen glosar los expertos de la tele, me refiero. Costa (un descarte el año anterior), Turan (una fábula del fútbol visto hoy, a toro pasado) y Godín (un muchacho que había venido del Villarreal varios años antes) fueron los héroes de aquella temporada. Los fichajes del verano habían sido: Baptistao, Guilavogui, Aranzubia, Giménez, Alderweireld y un Villa en retirada. El equipo ganó la Liga después de casi 20 años. Entonces, en 1996, curiosamente, el Atleti había ganado también con un equipo sin «estrellas».
El Liverpool, subcampeón de Europa el año pasado, tuvo que vender a uno de sus pilares porque el FC Barcelona, uno de los equipos que más y con mejor dicción habla el idioma de «los grandes», tenía el capricho y 160 millones de euros. Hoy aquel galáctico llamado Coutinho es una especie de juguete roto que el ilustrado entorno culé, con sutil desprecio, da ya por amortizado. A por el siguiente. El conjunto británico, que entonces «sólo» tenía cinco Copas de Europa y que quizá por eso no debía pensar como un «grande», hablaba un idioma distinto. Allí tenían una idea muy clara de lo que era su equipo, su estilo y sus valores. En lugar de buscar un vendecamisetas de esos que gustan a todos las analistas, desde Maldini al señor Manolo, el de contabilidad, prefirió reforzar las carencias del equipo en torno a su entrenador, y hacerlo con nombres «poco ilusionantes», pero al alcance de sus posibilidades: Keïta (Leipzig), Fabinho (Mónaco), Shaquiri (Stoke City) y Alisson (Roma). Ya saben lo que ha pasado. El Liverpool es el actual campeón de Europa.
El verano es largo y podemos hablar de lo que quieran. Eso sí, no me apetece hacerlo en el idioma de los demás. No insistan. A mí, háblenme en mi idioma. Se lo pido por favor. Gracias.
Desde los medios nos invitan día tras día a practicar la lengua cavernaria, así por ejemplo, el exjugador del Manchester United, «Ronaldo», pasó a denominarse «Cristiano» o en algunos casos, «Cris», cuando se unió al equipo de iker, sergio y karim.
«Pillar adelantada a la defensa» es jugar al vilipendiado estilo del contragolpe que practicaba el Atleti.
«Gestionar correctamente los esfuerzos» es correr permanentemente tras el balón sin poder tocarlo.
Existen las expresiones comodín que se aplican según convenga:
«El contacto no es suficiente para derribarle» y » El contacto existe».
Está la célebre expresión mamporrera » penalti tonto, pero penalti».
La tapadera ante un mal partido con victoria y ayuda arbitral: «El rival no propuso juego».
Son muchas y variadas las expresiones en lengua cavernaria, pero la más hilarante es el mantra por excelencia del futbol español:»Los árbitros unas veces te dan y otras te quitan».