En «Memoria del fuego III», Eduardo Galeano le dedica un capítulo a la icónica figura de la bailarina Isadora Duncan, la cual rompió los cánones no solo en la danza, sino también en la sociedad de la época. Escribió en su honor: «La libertad ofende. Mujer de ojos brillantes, Isadora, enemiga de la escuela tradicional, el matrimonio, la danza clásica y de todo lo que enjaule el viento. Ella baila porque bailando goza, y baila lo que quiere, cuando quiere y como quiere, y las orquestas callan ante la música de su cuerpo». Muchas voces han callado ante los reclamos de las jugadoras argentinas antes de llegar a este Mundial. Su patria, un lugar que enloquece desde tiempos inmemoriales por la pelota, que nace, vive y muere con la bocha en la cabeza y el alma en la boca cada vez que juega la albiceleste, ha ignorado sus necesidades y su existencia hasta que la realidad ha sido demasiado cruda como para seguir ninguneándola. Como Isadora, las jugadoras argentinas solo buscan su propia libertad, su lugar en el mundo. Y si la emoción pudiese bailarse, a Isadora le hubiesen llorado los pies al ver emocionadas a las pibas mientras en París retumbaban las sílabas de un himno que ya han honrado por no haber renunciado nunca a morir en el intento de llegar a esta cita.
«Juremos con gloria morir». Para muchos, el himno argentino puede resultar, de primeras, algo derrotista, sin embargo, para mí es un cántico a su forma de vivir. Fallecer antes de nada. La gloria de ser recordado antes que pasar por el mundo sin pena y sin pasión. Entregarse del todo sin condiciones. La victoria o la derrota es secundaria si no se ha dejado todo en la cancha, sobre el campo de batalla. El sentimiento desmedido de querer irse de este mundo antes de tiempo, si así se homenajea a un país que no comulga con la frialdad, con la tibieza o con la paz. Y no habrá paz para los argentinos hasta que reconozcan y banquen a este, o cualquier grupo de mujeres, con los mismos decibelios que a los hombres.
Enfrente de Argentina había un gigante, Japón, entre medias de una reconstrucción y de no abandonar nunca su condición de favorita. Japón quiso especular y que el peso de su historia cayese encima de Argentina como una maldición. La albiceleste se defendió como si este partido fuese el primero y el último, pero quedan otros dos encuentros para el recuerdo, que no para ganarlos o perderlos. Porque durante dos años, la Selección fue olvidada, sin competencias ni entrenador y con el pago de los viáticos incumplido. Tampoco las dejaban usar los campos del predio de Ezeiza (su Ciudad del Fútbol de Las Rozas, para que nos entendamos) ni llevar a cabo concentraciones. En septiembre de 2017, las jugadoras pararon para denunciar todas esas dificultades y tras una dura negociación, volvieron a trabajar con la promesa de una mejora de su situación. La promesa quedó ahogada en la arena y durante la Copa América de Chile, las jugadoras volvieron a protestar posando con una mano en la oreja en una imagen icónica. A partir de entonces, el equipo consiguió llevar a cabo giras internacionales, jugar amistosos de nivel, entrenar en el predio de Ezeiza y la subida de los viáticos a $ 300 por entrenamiento, cuando la cifra inicial era de $ 140, una miseria.
Para valorar lo que supone para Argentina este Mundial, habrá que tener memoria dentro de unos años, cuando la profesionalización ya esté afianzada y el tanto se lo apunten otros que, hasta hace poco, giraban la cabeza ante los gritos de socorro. «La ebullición y revolución feminista que pelea por reivindicar los derechos en distintos espacios, se traslada también a las canchas. Hoy el fútbol femenino es un deporte que juegan las ricas y las pobres, y cuando algo atraviesa todas las clases sociales deja de ser una moda», explicaba la periodista deportiva y futbolista amateur Ayelén Pujol en una entrevista en Infobae. «Nos quisieron mantener afuera de algo que forma parte del ADN de nuestra cultura. El fútbol aparece como el último bastión de resistencia machista».
En los pasillos de las villas se comenta, que ellas también juegan. Si Galeano levantase la cabeza, escribiría sobre otras 23 bailarinas que ya son libres. Y que el fútbol, por una vez en Argentina, es lo de menos.
Precioso artículo