En la biografía de cualquier ser pusilánime y cobarde como el que esto firma hay hitos que quedan grabados como indelebles e íntimas señales de que para que haya estrellas, siempre se van a necesitar estrellados. Y entre los míos destaca el infructuoso empeño de mis padres en que practicase la natación. En principio la idea no era nada mala, ya que seguramente este deporte brindaría un sinnúmero de beneficios físicos y psíquicos a aquel crío tímido, escuálido e hipocondríaco. Lo malo es que para nadar hay que, misterios de la vida, aprender primero. Y ello conllevaba acudir a la piscina a recibir clases de susodicha y benemérita actividad.
Desde el principio, y apenas vista la piscina aquella, mi cerebro reptiliano se alió con mis miedos racionales y juntos me dictaron una orden imperiosa, ineludible, inexcusable: bajo ninguna circunstancia debía separarme del borde de la piscina. Pasase lo que pasase, gritase lo que gritase el monitor, yo debía aferrarme a aquel borde granítico, de un color indescifrable y un tacto dolorosamente rugoso, si no quería acabar ahogado en un vaso de agua clorada que daba más miedo que todos los mares océanos del mundo juntos…
Y así transcurrió aquel remedo de curso de natación. Ni siquiera cuando adquirí unas torpes nociones de lo que debía hacer para desplazarme sobre la superficie acuática (llamarle nadar haría que Johnny Weismuller se revolviese en su tumba) me apartaba de mi amado borde. Aquella era mi Ítaca (un saludo, Oleguer), mi patria ansiada, mi anclaje en el universo mientras a mi alrededor un montón de inconscientes se jugaban la vida en innecesarias y gratuitas exhibiciones lúdico-deportivas. Al menor signo de peligro me agarraba con una fuerza sobrehumana a aquella boya de seguridad en un mundo de peligros.
¿Y por qué nos cuenta tan pueril drama este mendrugo?, se estarán preguntando ustedes. Pues primero porque los traumas se alivian mucho compartiéndolos y esto es mucho más barato que la consulta del psicólogo. Pero también porque hace tiempo que sospecho que Zinedine Zidane sufre de un tipo de desorden parecido (salvando las kilométricas distancias) al mío. En efecto, me da la impresión de que enfrentado a la piscina del monstruoso desafío que le hemos endilgado Florentino y el resto del madridismo, el pobre de ZZ se está aferrando al recuerdo de una plantilla que le dio tantas satisfacciones en su día para ir saliendo del paso. Así como aquel yo infantil se adhería como un percebe al borde de la piscina, Zizou se ha amarrado a Marcelo, a Isco, a Kroos o a Benzema, aterrado ante la idea de hundirse como una piedra. Y al mismo tiempo que se amarraba a sus filias, hacía lo mismo con sus fobias, obviando a los mismos que desterraba hace un año. Hay una tozudez casi irracional en seguir apostando por jugadores que hace tiempo que apuntan más al Imserso que a la Champions, rechina un poco esa contumaz negativa en otorgarle siquiera una oportunidad a otros que en estos tiempos tan oscuros para el Real Madrid al menos no dan vergüenza ajena. Vamos, que por mal que lo hiciesen, difícilmente lo harían peor que los titulares por decreto.
Nada hay más humano que buscar seguridad en la zozobra. Lo malo es que si no sueltas el borde nunca vas a aprender a nadar. Y lo peor es que hay bordes que son de pastilina y se espachurran en cuanto le echas la mano. E incluso hay bordes aún peores, que se van al fondo y te arrastran si te empeñas en agarrarte a ellos. No voy yo a ponerme a darle lecciones a un profesional que levantó tres orejudas seguidas, pero por su bien, y sobre todo por el bien del Real Madrid, espero que el año que viene se busque un asidero algo más seguro que Marcelo. Y es que, por ejemplo, yo podía haber sido el Michael Phelps español, pero nunca pude separarme de aquel puñetero borde y aún hoy en día nado como una lavadora rellena de hormigón. Ojalá Zidane tenga más coraje del que tuve yo…
Dedicaros los periodistas a informar,no jugar a ser técnicos,dejar a los profesionales a ejercer sus funciones ,no intentar influir en las decisiones de los club como tanto tiempo habéis estado acostumbrado a realizar.Eso se ha acabado y os duele.
No me extraña que no sepas nadar.