Todos queremos repetir el pasado, no porque nos guste o nos interese, sino porque queremos la misma emoción que la primera vez que sentimos algo”.
Manuel Jabois
Quizás el momento que mejor recuerde de las cuatro Champions que ha ganado el Real Madrid en los últimos años sean los últimos diez minutos del segundo tiempo de Lisboa; lo que pasó antes se ha borrado de mi memoria y lo que pasó en la prórroga también, pero esos diez minutos nunca podré olvidarlos.
Estaba solo en casa, mi chica sabe que estos partidos importantes los veo mejor solo. Recuerdo estar muy enfadado con los comentaristas —así soy yo—, porque los comentaristas, argentinos en este caso, no eran imparciales. La presencia de Simeone daba un toque Atlético a la retransmisión y, pese a que unos solo achicaban agua y los otros se dejaban la vida atacando, los elogios eran para los del autobús a rayas.
Llegados al minuto 83 me encontraba ya tirado en el suelo, a un metro de la televisión, porque si tenía que pasar algo lo debía ver antes, cuanto más cerca mejor. En mi mente no podía dejar de imaginar las portadas del día siguiente: una Champions con cintas rojas y blancas, Gabi levantando nuestra copa, la rueda de prensa de Simeone defendiendo su fútbol, la tristeza de un Iker inconsolable, Neptuno lleno y nuestra Cibeles vacía… Pero sobre todo me veía a mí mismo sin querer saber del mundo hasta septiembre (de qué año estaba aún por definir). Todas esas imágenes iban y venían mientras los mensajes de mis amigos atléticos (¿y culés?) llegaban en un goteo que me mataba poco a poco.
Mientras tanto, en la tele, Di María, Isco y Marcelo empujaban a los atléticos contra su área… pero no parecía suficiente. El Atleti tenía un gigante belga al que se antojaba imposible marcarle un gol. Recuerdo que alrededor del minuto 90 hubo un falta en nuestra frontal, con un Madrid roto y volcado, y ahí fue cuando definitivamente lo di todo por perdido. Ya no podía ser, adiós, no hay tiempo, fin. Aun hoy me sorprende que nunca pensara en apagar a tele.
Recuerdo que recuperamos el balón y seguimos atacando a lo loco. Los minutos volaban. Recuerdo balones en el área del Atleti que nunca se remataban, recuerdo la frustración de un Cristiano inoperante. Pero seguíamos insistiendo, más por orgullo que por fuerza, más por el peso de la historia que por ideas. Me pareció que Modric nunca ganaría el balón que terminó en el córner. Hasta me sorprendió que el árbitro no pitara falta del croata. Recuerdo al 19 lanzando el córner con los desesperados aficionados blancos detrás y, sobre todo, recuerdo como esos segundos, mientras el balón volaba entre la cabeza de Sergio Ramos y la red de la portería, me parecieron horas. ¡Goool! Grite mucho, grite como nunca había gritado y, justo después, recuerdo el miedo al ver la repetición, miedo a que el balón no entrase. Era el minuto 93.
Muchas veces me pregunto cómo se debieron sentir los atléticos en esos minutos, cómo se siente una puñalada en el corazón en el día más importante de la vida de tu equipo. Si el dolor que yo sentí antes era insufrible no puedo llegar a imaginar el que sintieron ellos.
Cualquier madridista mataría por volver a vivir esos diez minutos, por sufrirlos, por repetir esa agonía que nos llevaba a un mundo en el que no queríamos estar y que terminó en el minuto 93 de hace cinco años en la bella Lisboa.
Los pelos de punta amigo.
Hasta me sorprendió que el árbitro no pitara falta del croata dixit por no hablar del codo de Bale en la cara de Juanfran, lo mejor la alegria del momento, lo peor que todo el mundo vio como se ganó y eso queda en el disco duro de la gente.