Aseguraba Ortega que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía. Pocos menos orteguianos que servidor, aunque acaso la frase tenga más sentido que nunca en esta temporada del Real Madrid. Y, sobre todo, respecto a la figura de Karim Benzema: máximo exponente melancólico imaginable, casi podríamos decir que la saudade hecha delantero.
Desde que llegó, el futbolista francés ha sido siempre cuestionado por gran parte de la afición madridista. A pesar de su capacidad para hilvanar el juego, su incontestable labor de zapa para Ronaldo y sus, no hay que olvidarlo, goles y asistencias fundamentales en momentos muy precisos, la sombra de la sospecha jamás lo abandonó. Demasiados fallos groseros. Demasiada abulia a la hora de pisar los terrenos que su dorsal le exigía. Demasiada delicadeza, incluso. Sus detractores nos acusaban a los incondicionales de estar ridículamente enamorados de la estética que desprendían sus gestos técnicos, árboles —bonsáis, probablemente— que no nos dejaban ver el bosque de sus carencias.
No negaré que su condición de diletante talentoso, perdido en contradicciones y monólogos interiores y un punto perezoso, me conmueve personalmente. Karim resulta insoportable para las personas íntegras que pueblan esta sociedad adicta al 24/7, pero esa actitud, casi contracultural, a mi juicio le aporta un especial encanto. Cómo no perdonar un par de bostezos en el Villamarín o en Balaídos, a cambio de un taconazo en el Camp Nou o la jugada del Calderón. Mon semblable, mon frère.
Pero es que además, en esta insoportable temporada, con un Madrid en derrumbe, Benzema ha dado el paso al frente que tantos y tantos críticos argüían como coartada para negarle el pan y la sal. En medio del páramo, se ha erigido como el primus inter pares más inesperado que uno podía imaginar. No se trata de la minucia de los treinta goles marcados, sino de algo muchísimo más importante: jerarquía. Esa mirada, entre profunda y ausente, con la que ha encarado las numerosas dificultades de este año. Esas carantoñas didácticas a Vinicius y Reguilón, venid aquí chavales, no tengáis miedo, la cabeza alta. Ese afán desproporcionado por intentar maquillar un guion condenado al desastre desde el principio.
El domingo Benzema jugará en San Sebastián, liderando de nuevo a este renqueante ejército de Pancho Villa que viste de blanco. Todo en el escenario evoca el esfuerzo inútil del que hablaba al comienzo: la liga perdida, el pichichi inalcanzable, la mayoría de los compañeros con la mente en su futuro, la mano rota. Y, sin embargo, Karim pedirá la pelota y la distribuirá por el frente de ataque como un padre reparte el pan a sus hijos. Por mucho que insistan los poetas, poco bueno sale de la melancolía. Aunque, reflejadas en su brillo, relucen más algunas leyendas.
Excelente artículo, certero, fresco y con calidad. ¡Enhorabuena, Pablo!
Magnífico Pablo.
Si bien esta temporada Karim ha estado intachable, las cuestiones sobre las pasadas si acaso se aumentan. Dónde estaba esta versión? Ronaldo y su presencia no pueden responderlo todo
Que su mejor temporada la haga con 31 años no es malo , hoy se ve a un futbolista maduro y hecho , lo malo son sus temporadas con 29,28 y 27 años , las anteriores a esas ya … ya ni las recuerdo .Cuando tengamos un nueve de esos que hacen 30 goles cada año como religión , pensaremos en Karim y como dice el maestro Joaquin Sabina , «todos los días tienen un minuto en el que cierro los ojos y disfruto echándote de menos «.